Un filón de producción audiovisual desdibuja las fronteras entre la música académica y el arte visual contemporáneo. Foto: Archivo.
Las obras tienen por objeto provocar otro tipo de experiencias estéticas y de disfrute. Ponen en diálogo universos sonoros con lenguajes gráficos. La música de instrumentos académicos o la electrónica generada por computador detona cascadas con proyecciones de color, progresiones geométricas o intervienen imágenes de video.
Jóvenes compositores que provienen del mundo académico abordan este lenguajes en una frontera interdisciplinaria. Rafael Subía, Mauricio Proaño o Nelson García están entre los cultores de estas estéticas multimedia. Pero indagando en la escena nacional, sobre todo en la quiteña, surgen otros nombres: Felipe Cisternas, Pablo Rosero o Lucho Enríquez (exguitarrista de Sal y Mileto).
El performance audiovisual, con actores en escena; el concierto experimental, con proyecciones en pantalla o el ‘mapping’ arquitectónico (proyección en edificios o superficies irregulares) están entre las posibilidades. Esta “fuerte movida audiovisual” está desdibujando las fronteras entre los músicos y los artistas contemporáneos, según el curador quiteño Fabiano Kueva, del Centro Experimental Oído Salvaje. “Lo que vemos es que artistas visuales están haciendo obras con sonido; y muchos músicos se van aproximando al lenguaje audiovisual”.
En Perceptio Chornos, un ciclo de obras con instrumentos acústicos, Rosero trabajó con contrabajo, electrónica, visuales y un piano con el cordal alterado; diseñó y programó un minisoftware para que la proyección respondiera de forma visual a las variaciones rítmicas, con líneas de composición y patrones de colores. La programación es capaz de reaccionar de formas diferentes a las sonoridades propuestas.
“Al poner elementos de lata dentro del piano produces sonoridades más mecánicas o sintéticas, algo similar a lo digital a través de un instrumento acústico”, dice Rosero. El compositor y diseñador visual ha llevado su experimentación incluso a un disco, titulado Linaer Phénoma, y prepara un segundo trabajo discográfico, Bioexiform, que será transmedia.
“Cuando empecé a estudiar piano imaginarme una línea de código de programación era algo inalcanzable. El mismo medio va generando facilidades y encuentros entre lenguajes”, cuenta el compositor, que estudió en Argentina música experimental electrónica con nuevos medios.
Oído Salvaje ha impulsado este tipo de producción en conciertos como el del lanzamiento del proyecto Poesía Mano a Mano (2011), que reunió a 28 poetas y 21 artistas sonoros. El propio Fabiano Kueva ha ofrecido recitales basados en grabaciones de campo y video en baja resolución.
Las experiencias de fusión entre audiovisual y música se remontan en Ecuador a inicios de los años 70, según Kueva, con pioneros como Mesías Maiguashca, compositor que reside en Alemania, que mezcló fotografía con composiciones electroacústicas.
“Y en Guayaquil, grupos como los de Hugo Hidrovo, a finales de los 70 fusionaban rock con películas de 16 milímetros; o Paco Cuesta, uno de los primeros cineastas experimentales de esa generación”, recuerda el gestor.
El ‘mapping’ es una de las técnicas en auge, creando ilusiones ópticas, transformando objetos y superficies irregulares con la proyección de imágenes. Y también hay una vertiente de pequeños trabajos que circulan sobre todo por Internet y en espacios alternativos como en No lugar, en Quito, y en lo que fue la galería Espacio Vacío, en Guayaquil.