El sombrero es el complemento de la vestimenta: camisa, jeans y la alforja en las cabalgatas y otros eventos. Foto: cortesía.
La identidad del campesino de Zapotillo, provincia de Loja, no solo está en la música, el baile y su trabajo, sino también en su vestimenta. El sombrero es el distintivo de la identidad cultural de sus habitantes.
Este cantón está ubicado al sur del Ecuador y solo el río Catamayo lo separa de Perú.
Su territorio campestre -con pequeñas lomas- recibe la influencia directa del desierto peruano de Sechura. Hay extensos bosques de guayacanes, ganadería caprina y producción agrícola de arroz, pitahaya, coco, cebolla…
Allí casi siempre el sol es intenso. La temperatura promedio es de 20 grados, el invierno es corto y las lluvias son escasas. Estas particularidades hacen que sus habitantes utilicen a diario el sombrero en diferentes colores, tamaños, formas y texturas.
Esa riqueza y diversidad son más visibles en las fiestas populares como la Feria Agropecuaria que se realiza en junio, la cantonización en agosto y el florecimiento de los guayacanes entre diciembre y enero.
Este último es el espectáculo natural más importante que vive el país y que convoca -cada año- a miles de turistas nacionales y extranjeros a este territorio. En esos días no falta la venta de sombreros y todos se contagian de su uso.
En la decimatercera edición de la Feria Agropecuaria 2019 fueron cuatro días para admirar cómo hombres, mujeres y niños vestían -con elegancia y orgullo- los mejores modelos de sombreros en paja toquilla, cuero, sintéticos y telas.
Hubo carreras de caballos criollos y mestizos, cabalgatas, ordeño de cabras, comparsas y la feria de artesanías y de comida típica, como el tradicional chivo al hueco.
Todos –incluidas las autoridades y las reinas de belleza- desfilaron con este accesorio, en medio del implacable sol. En las mujeres predominaron los sintéticos y los de paja toquilla, de ala ondulado, adornados con flores y pintados el típico paisaje de Zapotillo.
En cambio, los hombres utilizan los más serios, llanos, de ala ancha levantada, texturas sobresalientes y cinta alrededor de la copa. Ninguno se elabora en Zapotillo. Por lo general los hacen en Azuay, Guayas y Santo Domingo de los Tsáchilas; y por la cercanía también vienen del Perú.
Armando Mainagüez es comerciante de sombreros y asiste a esta feria desde hace 10 años, porque congrega a ganaderos de Ecuador y Perú. Él es de Santo Domingo y este año, en los cuatro días, vendió 200 sombreros. En una carreta ubicó más de 50 modelos, de varios colores y texturas.
Los precios variaban, desde los USD 5 para niños, hasta los 50 para los adultos en paja toquilla o cuero, dependiendo de los diseños y acabados.
Fue imposible encontrar a un jinete sin esta prenda que los hace ver alegres y audaces, mientras galopan sobre el caballo. A las mujeres se las ve atractivas y elegantes.
José Rueda cuenta que cubrirse la cabeza es una costumbre y necesidad. Para este zapotillano, esta prenda está asociada con la comodidad, protección, elegancia y no es símbolo de diferencia social.
Por eso, al levantarse se pone el sombrero, desayuna y recorre su finca en la comunidad de Paletillas. Tiene varios de diferentes estilos que usa de acuerdo con la ocasión: trabajar, salir a la ciudad o para fiestas.
Para Rueda no hay otra alternativa que reemplace a este accesorio y se siente extraño cuando no lo lleva puesto. “Es parte de mi identidad”.