Realizar generosas donaciones, abrazar una nueva religión, luchar por los derechos de minorías oprimidas e incluso vender la idea de un pasado militar glorioso, los estafadores y criminales han repetido durante siglos las mismas estrategias para evadir el castigo por sus delitos.
No es algo nuevo que un personaje envuelto en un negocio fraudulento —como la captación ilegal de dinero— sea al mismo tiempo un ‘filántropo’ que reparte víveres y colchones en los barrios más necesitados de la ciudad donde su oscura organización opera.
Dejando de lado los ejemplos más comunes de criminales como Pablo Escobar (quien donaba canchas o uniformes a ligas barriales de fútbol) o el caso de los carteles mejicanos (que han construido obras de infraestructura para poblados enteros), la historia está llena de ejemplos de timadores que intentaron evadir las consecuencias de sus malas decisiones, con acciones de caridad o mostrándose ‘virtuosos’.
Uno de estos ejemplos es el de Gregor MacGregor, militar y navegante escocés que, después de pelear por el ejército británico contra Napoleón a principios del siglo XIX, fue reclutado por Simón Bolívar en Londres para luchar contra los españoles por la independencia de que después se llamaría Colombia y Venezuela.
Antes que concluyeran estos procesos de independencia, MacGregor fue desechado por Bolívar y se aventuró a ‘colonizar’ sin éxito territorios en islas del Caribe y Centroamérica. Finalmente se inventó la República de Poyais, un territorio que sólo existía en el papel y cuya publicidad sirvió para estafar a miles de británicos.
Sobre este personaje hay abundante material principalmente en español e inglés, donde prevalecen dos versiones. Por un lado, MacGregor se presenta como uno de los estafadores más famosos de su época. Y, por el otro, se erige como un patriota de la independencia latinoamericana.
Uno de los estudios académicos más serios sobre MacGregor fue publicado en el 2005 por Matthew Brown, especialista en historia de América Latina de la Universidad de Bristol de Inglaterra.
Bajo el título ‘Inca, marino, soldado y rey: Gregor Mac-Gregor y el principio del siglo XIX en el Caribe”, Brown hace una disección del personaje en base a documentos históricos.
Si bien Macgregor peleó entre 1813 y 1817 junto a Bolívar, a partir de ese año buscó colonizar su propio territorio en Centroamérica sin ventura alguna. Sin embargo, en 1820 regresó a Londres y vendió la idea de la República de Poyais, una país entre las costas de Honduras y Nicaragua, donde además de fluir la leche y la miel, como en la tierra prometida, ostentaba montañas repletas de oro.
En base a esta idea, llegó a vender millones de acres de esa república inexistente, hizo emisiones de deuda y papel moneda (dólares de Poyais), recaudando unos USD 20 millones a valor actual, de miles de ciudadanos británicos.
Cerca de 200 de estos ‘colonizadores’ viajaron a Poyais, para encontrar sólo una selva llena de mosquitos, donde fueron diezmados por la malaria y la fiebre amarilla y la tifoidea.
Hacia 1823, se descubrió el fraude y MacGregor huyó a París, donde finalmente fue encarcelado a finales de 1825.
No estuvo mucho tiempo en prisión y durante los siguientes diez años dilapidó su fortuna hasta que, ya quebrado, pidió que Venezuela le otorgue la ciudadanía y el grado de general del ejército —con su respectiva pensión militar— por haber peleado en las batallas de la independencia.
Llegó a Caracas en 1839 y terminó sus días seis años después, ciego, supuestamente con honores militares, pero sin haber pagado por su estafa.
Parte de la vida de MacGregor se recoge en la serie de Netflix ‘El dinero en pocas palabras’, en el capítulo titulado ‘Dinero fácil’, en el que se cuentan los más variados tipos de estafa de la historia reciente.
También en Netflix, pero en la serie ‘Juicios Mediáticos’, se cuenta la historia de Richard Scrushy, empresario estadounidense que fue condenado a siete años de prisión y el pago de USD 2 800 millones por estafar a cientos de pequeños inversionistas que compraron acciones de su empresa.
A mediados de la década de 1980, Richard Scrushy fundó HealthSouth, en Birmingham, Alabama, al sur de Estados Unidos. Era una pequeña firma de servicios médicos que en pocos años llegó a cotizarse en el mercado bursátil y en poco tiempo alcanzó el listado de las 500 empresas más importantes del mundo.
Los balances financieros positivos de HealthSouth llevaron a miles de estadounidenses a invertir sus ahorros en acciones de la compañía, que día a día se revalorizaban.
Las ganancias y bonificaciones de Scrushy estaban atadas al aumento del precio de las acciones de HealthSouth, a tal punto que sólo en el año 1997, Scrushy cobró USD 106 millones entre su sueldo y bonos.
Con este dinero se hizo de mansiones, yates, aviones privados, autos clásicos y de lujo e incluso llegó a plasmar su sueño de formar una banda de música Country. Parte de las ganancias también las destinaba a donaciones de caridad.
El problema era que los balances de las ganancias estaban maquillados. Y en el 2003, el Departamento de Estado lo acusó de fraude junto con sus directores financieros.
Ellos acusaron a Scrushy de ordenar el maquillaje de las cifras para subir el precio de las acciones y, en consecuencia, sus bonificaciones, a costa de que miles de ciudadanos perdieran sus ahorros invertidos.
¿Cuál fue una de las estrategias de Scrushy para defenderse en el juicio? Acudir a las iglesias cristianas de la comunidad afroamericana en Alabama, ‘abrazar’ esta fe religiosa y comenzar a concentrar sus donaciones exclusivamente en esa gente y sus barrios.
Además, se transformó en un teleevangelista y predicador. Como resultado, ganó el juicio en primera instancia y tras el veredicto abandonó las iglesias afrodescendientes.
Sin embargo, en el 2005 fue acusado de sobornar a un exgobernador y en segunda instancia perdió la apelación del primer juicio por fraude y, con ello, toda su fortuna.