Alexandra Vásquez y Juan Cadena (de blanco), en una de las charlas en el área de Psicología, realizada el jueves pasado. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Aunque esté profundamente dormido, Ariana Quiroga, de 38 años, toma la mano de Marco Quiroz, de 40. “Quédate tranquilo -le repite, a veces al oído y otras, más alto- no estás solo. Me tienes a mí, también a la familia y a Dios”.
Como una ‘cortina musical’, que nadie elegiría escuchar, suena una mezcla de pitidos que provienen del monitor de signos vitales, ventilador mecánico que hace la función del pulmón, dispositivos para vigilar el estado del cerebro…
En la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, ni ese ruido interrumpe a madres, esposas, hijos, padres, abuelos, novias. Si un extraño mirase las escenas de ese cuarto piso, pensaría que todos enloquecieron por sostener largas charlas con personas que mantienen los ojos cerrados y son alimentadas por sondas.
En la UCI permanecen pacientes extremadamente graves, unos en coma debido a enfermedades neurológicas o golpes después de un accidente; otros en coma inducido, para evitar daños colaterales.
Lo explica Fausto Guerrero, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos de Adultos. En el 2018, en sus 35 camas recibieron más de 150 pacientes al mes; en el año, más de 2 100.
¿Cuáles son los diagnósticos? Necesidad de cuidados especiales tras cirugías de corazón o trasplantes, hemorragias cerebrales, preeclampsia, infecciones severas (urinarias, de pulmón…), politraumatizados en accidentes, etc.
Sus familiares se van conociendo y lazos de hermandad fluyen en la sala de espera. No se hablan, pero se consuelan con palmaditas en la espalda, para aliviar el dolor expresado en llantos desgarradores.
“Sus seres queridos tienen alto riesgo de morir”, apunta Alexandra Vásquez. Por eso -dice- los niveles de ansiedad de los parientes son muy altos.
La licenciada en Enfermería coordina la Escuela para Familiares y Personal de la UCI. En octubre, el proyecto cumplirá un año. Y ha implicado abrir las puertas de la unidad a quienes, a su manera, pueden ayudar a ‘sanar’ a los pacientes.
También les ha dado el consuelo de acompañar a sus enfermos, de ver su evolución, de recibir informes diarios. Incluso de asistir a enfermeras a la hora del baño de esponja.
Antes de este proyecto para “humanizar la UCI del HCAM”, la familia podía ingresar únicamente de 15:00 a 16:00.
“La unidad era un lugar muy cerrado”, recuerda Vásquez, quien cuenta que dos allegados al enfermo, uno principal, reciben pases para acceder a la UCI, de 10:00 a 12:00 y de 16:00 a 18:00, todos los días, además del horario regular de visitas.
“El oído no se pierde, aunque estén sedados”, explica a esposas, madres, etc. Les sugiere armar su kit para ingresar a la unidad. Pueden llevar un radio o un MP4, a menos que haya un trauma craneoencefálico y se requiera que la cabeza esté como en ‘off’, por un par de días.
También les anima a relatarles, por ejemplo: hoy es martes 3 de septiembre; si les gusta el fútbol, cómo va su club; colocarles crema en las manos y pasarles una pelota antiestrés en los brazos, para que sientan el contacto corporal, peinarlos…
Betty Sandoval, de 55 años, pasa el día en el Andrade Marín; vive en el sur. Su hijo Jordan, de 19, fue hospitalizado tras un accidente en enero del 2018. Estuvo en coma, salió de ahí, fue operado, pero no asimiló una prótesis colocada en su cerebro y volvió a la UCI.
“Mi amor, ¿recuerdas que me decías ‘no te bajonees, vamos a salir adelante’? Lo mismo te repito yo, tu mamá. Te espero, para ir a verle jugar a la Liga”.
Eso le dice a su hijo, el menor de tres. Los doctores -comenta- me han pedido conversarle hechos de la cotidianidad. “Esta escuela para familiares es un apoyo; pero, claro, he pedido ayuda para sobrellevar todo”.
¿Cómo funciona la escuela? Durante 30 minutos cada día, a las 10:00, los familiares se congregan en una sala para compartir charlas con diferentes profesionales de la salud.
El jueves pasado, el psicólogo Juan Cadena les invitó a hablar sobre un video en torno a cómo los humanos y los robots ‘cargan baterías’. Una señora en medio de sollozos opinó que la historia le dejó la sensación de que ellos tienen que seguir viviendo; otra admitió que nunca logra estar en paz cuando deja el hospital.
En casa -les aconsejó- dejen un espacio para desahogarse y tomar fuerzas. “Para cuidar de su familiar deben cuidar de ustedes”. Les recordó además que puede atenderlos personalmente, sin gestionar una cita. Antes de ir a la visita, hacen que todos cierren los ojos, respiren, inhalen, exhalen.
En Chile y España, la corriente de humanizar las UCI ya lleva varios años. En ese último país, en marzo se empezó a permitir que un golden retriever ingrese a una UCI pediátrica. Ha reducido el miedo y la escala de dolor de los internos.
En el HCAM, en casos de muerte cerebral, se ha preparado a niños para que se despidan de su madre en la unidad.
“En estas unidades de neonatología se ha probado que la presencia de los padres ayuda a los bebés. Acá también”, anota el médico Guerrero.
La enfermera Vásquez recuerda a una futura madre con el síndrome de Hellp, una seria complicación en el embarazo. Mientras estuvo en coma, su esposo le leía y al despertar, incluso estando entubada, pidió con señas que le leyera más.