Bolívar García perdió su vivienda tras el terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter registrado en Ecuador el sábado 16 de abril del 2016. Foto: Geovanny Tipanluisa / EL COMERCIO
El día comenzó frío en Bahía, una de las zonas manabitas afectadas por el terremoto del sábado 16 de abril del 2016. Sobre las carpas improvisadas con plástico aparecen pequeñas gotas de la lluvia que cayó anoche.
Debajo de esas covachas, este 26 de abril del 2016 están 60 familias que perdieron sus casas. En una de ellas durmió Bolívar García. Él también perdió su vivienda y contó a este Diario esos minutos trágicos del sismo:
“Verá ese día yo estuve sentado en una esquina de mi casa de tres pisos y mamá, que ayer cumplió 77 años, estaba junto a mí.
En un momento vino un familiar y me dijo que si podía llevar a mis hijos a jugar en una pista de patinaje. Ellos apenas tienen 9, 4 y 3 años. Entonces, cuando se fueron los niños nos quedamos solos porque mi esposa tampoco estaba en casa.
Mientras dejaba a mis hijos, en la calle nos quedamos a conversar con doña Elvira Estrada, una vecina del barrio. Por eso no entramos rápido a la casa y nos salvamos.
Cuando conversábamos empezó a temblar todo. Veía cómo la casa se movía de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo. Eran como olas en la tierra. Yo solo abracé a mamá y a doña Elvira y vi cómo el terremoto botaba las casas.
Era espantoso. El polvo nos cubrió todo, no podíamos vernos. Nuestras caras estaban cubiertos de polvo y la tierra seguía moviéndose. Poco a poco se tranquilizó, pero ya no había luz, la gente gritaba. Yo quería llamar a mi familiar para saber de mis hijos, pero por los nervios no podía marcar.
Cuando finalmente logré hacerlo no había señal. Eso fue una desesperación terrible.
Mi mamá estaba a salvo y busqué a mis hijos hasta que los encontré. Estaba asustados y lloraban. Hasta ahora, el más chiquito tiene grabado el ruido de los hierros y de las paredes que se caían.
Gracias a Dios ahora estamos bien y la casa tendremos que derrocar para volver a empezar de cero”.