Cuando arribaron los españoles, nuevos materiales llegaron, entre ellos, la seda y el hilo fino, ambos para el bordado. Fotos: Centro de Negocios y Servicios Artesanales La Esperanza-Angochagua
En algunos sitios de los Andes, el tejido precedió a la alfarería y a la agricultura. El historiador Ramiro Andrade dice que hace 5 000 años se comenzó a utilizar el algodón y la fibra de los camélidos andinos para la confección de los primeros textiles. Se siguió la técnica de las antiguas esteras vegetales. Así, los pobladores originarios tejían antes de que llegaran los Incas, y también bordaban.
Elisa Guillén, diseñadora y catedrática de la Universidad del Azuay, cuenta que el pueblo Cañari conocía el hilado del algodón y se ha encontrado en sus enterramientos agujas de cobre y de hueso.
Esto -dice- da indicios de que usaban hilo no solamente para tejer, sino para coser y ornamentar”.
Con el arribo de los españoles, nuevos materiales llegaron: la seda y el hilo fino de bordado. En el norte del país, los españoles pronto notaron la habilidad textilera de los indígenas.
La explotaron con la instalación de obrajes y batanes en sitios como Otavalo y Guachalá.
Andrade recuerda que en 1781 hubo una sublevación indígena; entre otros motivos, contra la disposición de la corona de que los indígenas adoptasen la misma vestimenta que la gente popular de España. “Los grupos étnicos de los ayllus fueron obligados a usar pollera de bayeta de tierra, reboso de castilla, jubón de bayeta, sombrero de oveja y otros tipos de tocados bordados”.
Los indígenas fueron sometidos a usar esas prendas, pero como símbolo de resistencia mantuvieron ornamentaciones y colores prehispánicos.
En el suroriente de Imbabura, la tradición de bordar no se perdió. A La Esperanza, Angochagua y Zuleta se llega por una carretera hoy asfaltada y en buen estado, que conecta la ciudad de Ibarra con Cayambe. La zona en que se destacan los bordados está a 15 kilómetros de Ibarra y a 30 de Cayambe. La Esperanza se ha integrado prácticamente al área urbana de Ibarra; más allá, cuando la vía deja las faldas del volcán Imbabura, aparecen la parroquia Angochagua y la comunidad-hacienda de Zuleta.
Rosario Pallares, esposa del expresidente Galo Plaza Lasso, propuso en 1940 a las trabajadoras de su hacienda Zuleta aprovechar su milenaria habilidad con los textiles. Los bordados originalmente fueron utilizados para decorar los manteles de la casa de hacienda y la ropa de las mujeres de la comuna. Eran costosas prendas de lujo que no cualquiera podía adquirir, y en la zona se las tenía más para trueque con otros objetos de valor como ganado, chacras, etc.
Tránsito Quinatoa, octogenaria moradora de la zona, recuerda que luego la maestra de la escuela de Zuleta, de nombre Adela, ideó el bordado de los cobertores de las paneras.
En 1960, Plaza Lasso obtuvo asistencia técnica del Cuerpo de Paz para organizar el taller de la hacienda.
Los niños y niñas de una de las escuelas de la zona empezaron a recibir, mientras tanto, clases de esta técnica.
En los elementos bordados los pobladores locales comenzaron a imprimir su cosmovisión andina. Se extendió el trabajo a toallas, servilletas, tapetes, portavasos, camisas, vestidos, caminos de mesa, además de los tradicionales manteles y paneras.
El ‘boom’ definitivo llegaría en el 2007. Teresa Casa se enteró que el exmandatario Rafael Correa usaría sus prendas, lo supo días antes de su posesión.
El pedido había sido anómimo, Teresa no sabía para quién bordaba. Ella asegura que en 10 años le confeccionó al presidente Correa 40 camisas, de varios colores y diseños. Además, elaboró 400 prendas entregadas a personalidades como regalos oficiales. “Eso permitió que el bordado se impulsara más y fue bueno, porque nuestros trabajos se posicionaron a nivel mundial”.