La figura del general Antonio José de Sucre, luego Mariscal de Ayacucho, vencedor de la batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822, es ampliamente conocida. Como lo señala Hernán Rodríguez Castelo en ‘Sucre, vencedor de Pichincha y Tarqui’ fue “firme en la acción militar, decidido y valiente en la batalla misma”. Y cuando trató con los vencidos, impuso su nobleza al demostrar que “es de pequeños y débiles pisotear al vencido. Era demasiado grande y fuerte como para hacerlo y no lo hizo…”.
Sin embargo, para llegar a Pichincha, Sucre debió superar varios inconvenientes de orden militar y político antes de arribar a Cuenca, en 1821. Uno de los triunfos que consolidó la independencia de Guayaquil fue el combate de Yaguachi, en donde logró derrotar a los españoles el 19 de agosto de 1821, dirigidos por el coronel González, quien se hallaba bajo el mando de Melchor de Aymerich, presidente de la Audiencia de Quito.
Después del triunfo, Sucre decidió avanzar con sus tropas para liberar a Quito. Pretendía entrar en la capital entre octubre y noviembre el mismo año 21. En septiembre partió para la región interandina.
Por su parte, Aymerich había tomado la ruta que avanzaba más hacia el este con el fin de penetrar en la llanura de Riobamba por el páramo de Tiocajas. Entre los dos ejércitos distaban unos 70 kilómetros.
Sucre, de manera confiada, decidió enfrentar de una vez por todas al jefe español por lo que dispuso que sus tropas se ubicaran en la llanura de Huachi, en las proximidades de Ambato. Por un grave error del general Mires, vencedor de Yaguachi, apresuradamente lanzó a sus hombres al combate de manera desordenada. Los patriotas fueron diezmados por los realistas y Sucre escapó con 100 de los 1 000 soldados que lo acompañaban.
El historiador guayaquileño Roberto Leví Castillo dice que, luego de la derrota, Sucre entró en profunda depresión; incluso quiso atentar contra su vida. En una carta dirigida a Santander dice: “Mi amado amigo, me tiene Ud. el más desgraciado de todos los jefes que han trabajado en la campaña del año 21 cuando yo creí contarme entre los demás vencedores. Todo me lisonjeaba con esta esperanza para sufrir el golpe más terrible que ninguno de nuestros jefes ha sufrido acaso y para tener la desagradable consideración de no haber llenado los deseos del gobierno. ¡Qué rigor, amigo! Apenas la victoria me vio un momento risueño en Yaguachi, para serme luego desdeñosa y enemiga”.
Esta fue la única derrota de Sucre. Más tarde, hizo brillar su genio en Pichincha, Ayacucho y Tarqui.
Quito era una ciudad de aproximadamente 50 000 habitantes. Los militares españoles habían concentrado todas sus fuerzas para enfrentar al cumanés. Las autoridades de la Audiencia buscaban fortalecer sus estrategias para derrotar al ‘Sambo Sucre’, así llamado por la mayoría de los peninsulares.
Los realistas consideraban que las iglesias y monasterios no podían ser profanados por las “hordas del infierno”, tal como lo afirma el fraile mercedario Simón de Manjarrez, que había sido enviado desde España para “poner orden en el convento de Quito, desterrando a los frailes impíos y traidores que se habían rebelado contra S.M.”. Este monje había mantenido estrecha relación con Aymerich; envió, incluso, a varios curas del convento de Quito para que sirvan como capellanes en los batallones peninsulares.
En una carta a Juan de Burgos, rico hacendado de Latacunga, el 18 de abril de 1822, le dice: “Haga todo cuanto esté a su alcance para que las tropas del ‘Sambo Sucre’ no puedan llegar a Quito. Este miserable troglodita hijo del averno que no deja de ser bisoño en el arte de la guerra, dirige una turba de malhechores que han sido víctimas de su maldad, empujados por ese infame Bolívar, cuyo nombre me constriñe el cuerpo (…) Este mal agradecido Sucre dicen que es hijo de un español de Venezuela, un tipo que aprendió la milicia en nuestras academias y ahora el mísero se rebela contra nuestro Rey y señor.(..) No puede ser que un bellaco de apenas pocos años se atreva contra nuestro Ejército (…) Dicen los que lo han visto que es pequeño de cuerpo y feo en sus formas externas, nada culto y todo desgarbado en sus maneras. Obediente como esclavo del pigmeo Bolívar. (…) En fin, S.M. haga lo que pueda, porque se acaba el mundo, se viene el infierno, será el fin de las buenas y sanas costumbres”.
El 17 de mayo de 1822, Sucre dirigió una carta desde Chillogallo a un paisano: “ El pueblo quiteño es muy patriota, y sus halagos, la seducción, y todos los medios de hacer desertar la tropa, son un campo que se les abre para evitar la prolongación de sus males y la sangre. (…) Exciten Uds. la tropa venir a sus hermanos, y abandonar las banderas de nuestros asesinos y de nuestros tiranos. (…) Vamos pues a trabajar, y a salir de los enemigos de nuestra patria, a la vez que remediar los males de los pueblos” .
Por eso, Alfonso Rumazo González dijo que es “el hombre superior (y) se complace en los problemas. Quien más desafía, más derecho tiene a la grandeza”.