Cecilia Bayas hizo un alto para conversar en su consultorio de Entre Ríos. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
La fiebre del oro a inicios del siglo XX en Estados Unidos provocó otra ‘fiebre’ relacionada con las cabañas. En ellas, los cazadores de fortunas pasaban largas temporadas aislados, con irritabilidad y con aversión a volver a la civilización. La psicóloga Cecilia Bayas Arellano desmenuza las claves del llamado síndrome de la cabaña, un mal en auge tras el desmontaje gradual del confinamiento por la pandemia del covid-19.
¿Qué se entiende por síndrome de la cabaña en tiempos de pandemia?
Es el rechazo o miedo frente a la idea de regresar a la calle luego de un largo periodo de confinamiento. Debemos entenderlo como una reacción normal, natural, unas personas están más preparadas para afrontarlo, la mayoría ni siquiera lo sufre. No es una patología, más bien reúne una serie de síntomas simultáneos de espectro ansioso. Es un mal temporal, pero sí puede convertirse en una fobia o en un problema emocional mayor, del que va a ser más difícil salir.
¿Qué implica ese espectro ansioso del que habla?
La ansiedad es el temor anticipado. Hay mucho miedo al contagio y a la falta de control fuera de casa. Ante la sensación de inseguridad, puede surgir este mecanismo de defensa, se evita salir, pero hay personas que no logran cruzar la puerta.
¿Hay síntomas reconocibles?
Entre los síntomas tenemos miedo a salir al exterior, irritabilidad y ansiedad, que se sintomatiza de diferentes maneras, con problemas gástricos, dolores musculares de cuello o espalda, sudoración, respiración agitada, aceleración cardíaca… Se produce desconfianza al entrar en contacto con personas ajenas. El estado de alerta, la sensación de peligro y las ideas recurrentes negativas también desarrollan estrés.
¿A qué se atribuye la aparición de un miedo que puede llegar a ser irracional?
Tampoco tenemos que sugestionarnos, pero la reclusión por seguridad activa instintos, como el de supervivencia. La ansiedad anticipada se despierta ante el dolor por la pérdida de seres queridos, por ejemplo, pero también por sobreexposición a información que puede llegar a ser devastadora. El ser humano se acostumbra y se apega a rutinas, no todos tienen la capacidad de rápida readaptación. Es un nuevo ejercicio, afrontarlo depende de qué tan saludable emocionalmente esté, hay personas que tienden a estancarse por las marcas que tienen previamente.
¿Esta capacidad de adaptarnos de la que habla nos puede jugar en contra cuando necesitamos cambiar de paradigma?
Por supuesto, porque una vez confinado, cuando te acoplas y alcanzas el control con medidas como el teletrabajo, puede costar volver a una nueva normalidad. Y otro de los síntomas del síndrome es el estado de negación a modificar una vez más las rutinas. Entonces, surge el temor a realizar actividades que antes eran cotidianas y que fueron restringidas por la pandemia, como tomar el transporte público.
¿Quiénes son más proclives a padecer el síndrome?
Las personas que atravesaron las más duras experiencias por la pandemia, quienes estén en duelo por la pérdida de familiares pueden ver intensificadas estas sensaciones. Un mal manejo previo de la ansiedad y del estrés también lo puede desencadenar.
¿Cuándo se requiere terapia?
Hay personas que pueden superar estas situaciones por sí mismas, en poco tiempo. Pero si no se logra superar el pánico, se debería acudir a un profesional que ayude a salir del cuadro, porque el peligro es que se convierta en una fobia. El síndrome puede estar encadenado a la agorafobia, trastorno de ansiedad en el que tienes miedo a lugares o situaciones que te causan pánico. No se puede esperar a caer en situaciones de estrés crónico, ataques de ansiedad o de pánico.
¿Qué sería lo recomendable?
Instruirse, buscar información y, en caso de requerirlo, buscar la asesoría de un psicólogo. Hay que tener mucha paciencia, no presionarse. Entre las estrategias para superar el síndrome está la desensibilización sistemática o progresiva, empezando con salidas graduales a corta distancia, es decir, ir exponiéndose a lo que atemoriza un paso a la vez, con pequeños pasos, en este caso salir primero a la tienda, por ejemplo. Esto implica que sigamos siendo muy responsables con las medidas de bioseguridad, pero también reactivar relaciones interpersonales como un soporte emocional, un amigo, un primo o hermano que ayude en ese proceso progresivo.
Cecilia Bayas
Guayaquil (1978). Es psicóloga, máster en Psicología Clínica de la Universidad Católica de Guayaquil, directora de Bliss, centro de atención familiar de terapia psicológica. Se especializa en el tratamiento de fobias, ataques de pánico y crisis de ansiedad.