La profesora Glenda Córdova da clases a alumnos de tercero de básica que tiene 38 estudiantes. Foto: cortesía Glenda Córdova
La rutina de todos los estudiantes de Ecuador cambió por el covid-19. Mucho más la de niños y adolescentes de planteles públicos. Antes madrugaban para avanzar caminando o en bus hacia sus escuelas y empezar la jornada desde las 07:00 hasta las 12:15, como en el caso de Marilyn Toaquiza, una pequeña de 7 años, inscrita en la Unidad Educativa Ingeniero Jorge Ortiz Dávila, ubicada en Nuevos Horizontes, en La Ecuatoriana, sur de Quito.
Ahora, Marilyn se despierta a las 07:00, luego desayuna, se coloca el uniforme y a través del teléfono celular de su mamá, a las 09:00, se conecta con sus compañeros y profesora, Glenda Córdova, de 28 años, graduada en la Universidad Nacional de Loja.
La maestra Glenda cuenta que en el tercero de básica tiene 38 estudiantes, aunque le dijeron que podrían llegar a ser 40. Los padres de familia están contentos porque ella está a cargo de sus niños, desde el segundo grado. La mayoría le pidió usar la plataforma Zoom. Les parece mucho más amigable.
En este ciclo lectivo 2020-2021, Marilyn volvió a ver a sus amiguitos. En el segundo quimestre del año anterior no se conectaron para clases en vivo, únicamente estuvieron en contacto con la profesora a través de WhatsApp, medio por el cual recibían las guías de aprendizaje, los deberes y comunicados. Su profesora Glenda debe enseñarles casi todas las materias, menos inglés, es decir está al frente de matemática, lengua, ciencias naturales, sociales y educación física.
El año lectivo anterior, 17 de sus niños podían conectarse a través de WhatsApp. En este ciclo, 25 de los 40 niños pueden estar en las clases en línea. Algunos padres hicieron esfuerzos para comprarse celulares, otros computadoras. Y algunos contrataron servicio de Internet, como los padres de Marilyn.
Su mamá, Fernanda Mora, tiene 24 años. Y cuenta que su esposo perdió el empleo en un cementerio, meses antes de la pandemia. La crisis ha hecho que le sea más difícil conseguir algo fijo, de vez en cuando lo contratan como albañil y así sobreviven. Alquilan el lugar en donde habitan; pagan USD 28 al mes por el Internet, para que la niña y su hermano, mayor, de 9 años, no tengan problemas para acceder a las clases. En la familia hay además un bebé, de 10 meses.
Para que no se desconcentren, los niños reciben clases en espacios diferentes de la vivienda. Así Marilyn tiene un escritorio y una silla, en la sala. Y su hermano mayor, en una habitación. Así evitan interrumpirse. Aunque mientras las profes de ambos hablan, de vez en cuando se escucha al bebé.
Este miércoles 30 de septiembre del 2020, Marilyn y sus compañeros de tercero de básica tuvieron clases de matemáticas, de 09:00 a 09:40. Un pequeño receso de 20 minutos. Y luego, educación física, otros 40 minutos. Aprendieron sobre las figuras geométricas. Así que la profesora enganchó el tema con la hula que usó, en la siguiente asignatura. Como tarea les pidió ubicar objetos con formas de figuras geométricas en sus hogares.
¿Cómo es la semana de Marilyn? Los lunes empieza con Lengua y literatura; receso, educación artística, un receso e inglés. Los martes: lengua, matemática y desarrollo integral; miércoles: matemática y educación física; jueves: lengua y matemáticas. Y viernes: estudios sociales, ciencias naturales y proyectos.
Dependiendo de la materia, Fernanda acompaña a su hija mientras su maestra explica el tema del día. Al final de las clases, la niña hace deberes. “A veces se distrae y no le queda claro un tema, por ejemplo la resta llevando. Entonces me tengo que sentar un rato con ella para que lo comprenda mejor”. Marilyn usa el teléfono celular de la madre y el hermano, el del padre.
“Abrí un canal de Youtube, para compartirles videos; también les paso audios y grabo las clases por Zoom, para los niños que no tienen Internet o computadoras o teléfonos. Trato de ser flexible. Les pido a los padres que les enseñen a abrir el Zoom, tienen que activar la cámara y mantener apagado el micrófono, hasta que levanten la mano y pidan la palabra. A veces pasa, como en la clase de hoy, que mientras yo explicaba, un niño rayaba la pantalla (hay esa opción de que escriban en la pantalla que visualizamos). Le dije ‘corazón, deje de hacer eso'”, cuenta la profesora, quien para no perder minutos valiosos, les toma una foto diaria, para registrar la asistencia. Y les envía con anticipación, por WhatsApp, la agenda diaria.
La semana anterior, uno de sus alumnos sufrió un accidente porque algunos padres de familia trabajan fuera de casa; el niño tiene la mano y el pie quemados. “Me dijeron que está en el Hospital Baca Ortiz porque tocó un cable de tensión. Espero que se recupere pronto. Yo no tengo hijos, gracias a Dios, tengo distribuyo el tiempo para mis alumnos. A veces me acuesto a las 24:00. Me dedico a preparar las clases, materiales, a grabarme, también tenemos reuniones de coordinación con otras profesoras, para por ejemplo adaptar las guías según el grado. Vienen para segundo, tercero y cuarto de básica”.
Marilyn termina su jornada académica luego de dos a tres horas de clases de 40 minutos. Y hace sus deberes. En los planteles particulares, hay un promedio de cinco horas de clases diarias, con dos recesos. Cuando guarda sus cuadernos, se dedica a jugar con su hermano a la pelota, también con muñecas. Ha aprendido a doblar la ropa lavada, a separar la sucia y a recoger zapatos, también a tender las camas.
“Mi hija es amiguera, le gustaba conversar con sus compañeros. Cuando salíamos con suficiente tiempo, íbamos caminando a la escuela, que está a seis cuadras de la casa. Ahora estamos todos encerrados. Pero es preferible, sí tengo miedo de que se contagien de covid. La profesora Glenda tiene paciencia, les responde las preguntas”, dice Fernanda, mamá de Marilyn, quien tiene título de bachiller.