LAS PIEDRAS PARA CRUZAR EL RÍO: Memorias del alto al fuego con Perú

Soldados ecuatorianos colocan letreros en la zona de Tiwintza, donde se libraron acciones militares al nivel de guerra no declarada con tropas de Perú, en enero de 1995.

Soldados ecuatorianos colocan letreros en la zona de Tiwintza, donde se libraron acciones militares al nivel de guerra no declarada con tropas de Perú, en enero de 1995.

Soldados ecuatorianos colocan letreros en la zona de Tiwintza, donde se libraron acciones militares al nivel de guerra no declarada con tropas de Perú, en enero de 1995.

El próximo aniversario de la firma de la paz con el Perú evoca más de un recuerdo y genera sentimientos cruzados. En mi memoria se encuentra el frío invierno de 1995 en Washington, cuando la Organización de Estados Americanos se convirtió en el escenario de una de las batallas diplomáticas más intensas que haya vivido el continente. Este foro hemisférico debió afrontar la crisis militar que estalló en la frontera entre Ecuador y Perú, en la que hasta ahora ha sido, y esperamos siga siendo, la última guerra entre países latinoamericanos.

El Salón Simón Bolívar de la OEA fue testigo de las reuniones extraordinarias del Consejo Permanente, llevadas a cabo a petición del Ecuador, en las que se denunciaron los graves actos de agresión militar cometidos en nuestro territorio. Ante ese órgano, el Ecuador pidió además, de acuerdo con los artículos 60 y 61 de la Carta de la OEA, que se convoque de manera inmediata a una Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores del continente, que permita alcanzar un urgente cese al fuego. Un antecedente histórico trascendente de la firma de la paz con el Perú.

Desde los primeros días de enero de 1995, las irrupciones en el territorio ecuatoriano afectaron el statu quo y la frágil estabilidad existente en sectores como Coangos, Soldado Monge, Teniente Ortiz o Cueva de los Tayos. Las hostilidades escalaron hasta el nivel de una guerra no declarada, que llegó a poner en riesgo la paz y seguridad de toda la región. Fui el más joven y menos experimentado miembro de la pequeña delegación ecuatoriana que negoció esta crisis en la OEA, pero que contó con el liderazgo brillante y contundente de un verdadero patriota, el entonces Representante Permanente del Ecuador ante la OEA, Blasco Peñaherrera Padilla. A esta delegación asesoró con lucidez el Embajador del Ecuador en Washington, Edgar Terán Terán.

Pese al rechazo peruano, el 30 de enero de 1995, el embajador haitiano Jean Casimir, presidente del Consejo Permanente, convocó a una primera sesión extraordinaria de este órgano. En esta, la Representante peruana ante la OEA, Beatriz Ramacciotti, sostenía que la crisis debía tratarse únicamente en el marco del Protocolo de Río de Janeiro de 1942, y se oponía a la solicitud ecuatoriana de convocar a una Reunión de Consulta de Cancilleres, basada en denuncias contra su país. La convocatoria, no obstante, además de ser legítima, y de contar con el precedente de haber sido planteada en 1981 durante el conflicto de Paquisha, tenía el potencial de presionar el cese al fuego y de dirigir la crisis hacia una negociación integral y en condiciones más equitativas que aquellas exclusivamente contempladas en el Protocolo de 1942.

“No estamos aquí para hablar de medio siglo de discrepancias legales sobre un protocolo injusto y de imposible ejecución, cuyo propio texto confirma que fue firmado y aprobado bajo ocupación y por la fuerza hace 53 años”, respondía con vehemencia Blasco Peñaherrera.

“Estamos aquí porque en este mismo momento existe un estado de guerra, capaz de producir una hecatombe que avergonzaría a toda América… Cualquier demora aumenta las víctimas y fecunda el germen de odio y resentimiento entre nuestros pueblos”.

La evidente tensión de estos prolongados intercambios crecía exponencialmente en los recesos o “cuartos intermedios” solicitados por las partes cuando el diálogo se bloqueaba y se requería continuar de manera bilateral o reservada. Estos encuentros informales se trasladaban usualmente a la sala posterior del Consejo Permanente, conocida entonces como la sala de fumadores, o de las cabinas telefónicas. En ese reducido espacio, las verdaderas aproximaciones o distanciamientos se producían.

Los países garantes del Protocolo de 1942, por su parte, invitaron a los gobiernos de Ecuador y Perú a una reunión “de alto nivel diplomático” que se llevaría a cabo en Itamaraty, la Cancillería brasileña, el 31 de enero. El secretario General de la OEA, César Gaviria, no consideraba que hubiera superposición de instancias entre la intervención de la OEA y la invitación del 31 de enero. El Perú, sin embargo, insistía en dejar fuera al organismo hemisférico.

El legítimo derecho que asistía al Ecuador para solicitar la Reunión de Consulta, y las negociaciones informales de la “sala posterior” del Consejo, permitieron que una Resolución en este sentido se concrete, dejando pendiente la determinación de la fecha, de acuerdo con los resultados que pudiera tener la reunión del 31 de enero. En palabras de Blasco Peñaherrera, se trataba de un primer triunfo diplomático para el Ecuador. Se había demostrado la gravedad de la crisis y su impacto hemisférico.

La parte dispositiva de la Resolución pedía el cese inmediato de hostilidades. Cada palabra en el texto tenía una razón de ser y había sido fruto de dilatadas negociaciones. Recuerdo que, corriendo el riesgo de ser impertinente y de interrumpir a los pequeños grupos que discutían de pie en la “sala posterior” del Consejo, dejaba frecuentemente escapar sugerencias de palabras, frases, o posibles cambios en los textos. Me confortaba cuando mi impertinencia era seguida por el silencio del grupo y la palabra o cambio sugerido era anotado, entre paréntesis, en las libretas de papel amarillo con las que todos estábamos armados. La motivación era mayor cuando luego de que las sugerencias habían sido escritas, la contraparte peruana asentía y se tachaban los paréntesis. En una ocasión, en la que consideré que el asentir peruano era final y definitivo, aproveché las cabinas de la sala para llamar a la familia de un cercano amigo que se encontraba en el frente de batalla, el entonces Teniente Ignacio Fiallo.

Les dije que creía que todo había terminado y que él regresaría pronto a casa, sano y salvo. Dos días después se nos informó que fue evacuado en helicóptero, luego de perder su pierna, cuando salvaba la vida de un subalterno que cayó en un campo minado. Se había convertido en un héroe.
Lamentablemente, la reunión de Itamaraty del 31 de enero no logró consolidar un cese al fuego, y el Ecuador debió continuar convocando al Consejo Permanente de la OEA ante cada nueva agresión. El mismo día 31 se habían reportado nuevos ataques peruanos. El 14 de febrero, Quito y Lima anunciaron un cese de hostilidades, pero casi simultáneamente el presidente peruano Alberto Fujimori anunciaba un falso desalojo de las tropas ecuatorianas en Tiwintza.

En la OEA, Ramacciotti insistía en la sola demarcación de un 5% de la frontera establecida por el Protocolo de 1942, que correspondería solamente a 78 km. Blasco Peñaherrera nunca bajó la guardia, sostenía que “el honor y la vida no se cuantificaban en kilómetros”, y exigía al Perú “simplemente dejar de disparar”.

El 17 de febrero, el Consejo Permanente conocía que en esa fecha se había logrado suscribir en Itamaraty una Declaración de Paz para el cese al fuego. Los garantes enviarían una misión de observadores; habría una separación inmediata de tropas; se crearía una zona desmilitarizada; y, se iniciarían conversaciones bilaterales sobre los impases subsistentes. No obstante, el 23 de febrero, pese a la firma de la Declaración del día 17, Ecuador denunció ante el mismo Consejo nuevos ataques peruanos en Tiwintza. Blasco Peñaherrera condenaba la irresponsable inobservancia de la Declaración de Itamaraty, como irresponsables eran las visitas que Fujimori realizaba a la zona de conflicto, “demostrando objetivos políticos frente a una vergonzosa guerra fratricida”.

En esta sesión del Consejo, Brasil informó que los garantes habían llegado al límite de su capacidad de acción, y solicitaban recurrir a mecanismos e instancias de la OEA que vayan más allá de sus buenos oficios, lo cual debilitaba aún más la ya insostenible posición peruana, así como su capacidad negociadora. Fue necesario un nuevo y prolongado “cuarto intermedio” para que el Consejo conozca por parte del Representante chileno, Edmundo Vargas Carreño, que un nuevo acuerdo permitiría realizar el esperado despliegue de observadores al Puesto de Vigilancia 1 del Perú y al destacamento de Coangos en Ecuador. Anunció además una reunión al más alto nivel en Montevideo el día 28 de febrero. En esa ciudad y fecha se suscribió la denominada Declaración de Montevideo y desde el día siguiente los disparos finalmente cesaron. La nieve comenzaba a disminuir en Washington, y con ella, la tensión.

El alto al fuego fue entonces real, las negociaciones para un acuerdo de paz permanente se trasladaron a las capitales de los países garantes: Brasilia, Buenos Aires, Santiago y Washington. Yo había sido también trasladado de la Misión ante la OEA a nuestra Embajada en Washington. Al recibirme en su despacho, el embajador Edgar Terán recordó la experiencia vivida por la delegación ecuatoriana y generosamente pronunció palabras que nunca olvidaré: “… en más de una ocasión pude ver cómo ibas colocando las piedras, para que los demás podamos cruzar el río”.

*El autor es Embajador de carrera , funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador. Este es un testimonio con sus opiniones personales y sus experiencias.

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