La pandemia desanima más a las nuevas generaciones

1El desempleo juvenil en España alcanzó alarmantes picos del 41% durante la pandemia por el covid-19. Foto: EFE
Son los nietos y bisnietos de quienes a duras penas terminaron la escuela o, con suerte, el bachillerato. Estaban en la primaria cuando, a lo mejor mientras estaban entretenidos con sus videojuegos, sus padres se enteraban de la crisis financiera mundial desatada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en el 2008.
Y hoy, mientras los gobiernos aún buscan resolver el crucigrama de cómo salir de la crisis causada por la pandemia, se devanan los sesos para entrar en un mundo de adultos donde el escenario es lo más parecido a una posguerra.
Si hay un punto en común en las estadísticas de los países más desarrollados con los demás es que la llamada Generación Z (nacidos a partir de 1997) será la que cuente con más estudios, superando a los mileniales (que llegaron entre 1981 y 1996). Sin embargo, encuestas e investigaciones muestran que sus perspectivas de crecimiento socioeconómico no van en concordancia con los mismos.
Medios tan prestigiosos como el británico Financial Times o El País de España llevan al menos cinco años entrevistando a expertos que lo advierten: la generación que ha pasado su niñez y adolescencia en medio de dos crisis globales tiene como denominador común la percepción de que tendrá una calidad de vida peor que la de sus padres.
Esto lo ratificó en febrero pasado el estudio ‘El impacto generacional del Coronavirus’, presentado por la Fundación de Estudios Progresistas Europeos (FEPS) y la Fundación Felipe González. El documento afirma que los mileniales se dieron de frente desde marzo del 2020 con la realidad de la falta de acceso a vivienda, desempleo, bajos salarios, precariedad laboral y bajo nivel de ahorro, pero que sus encuestas -realizadas en España pero con alta proyección global- mostraron que los más jóvenes son los que se sienten más desanimados y/o pesimistas.
Hace una semana El País publicó una serie de testimonios recogidos a través de mensajes de WhatsApp entre sus lectores jóvenes, donde hubo alguien que dijo que desde que tiene uso de razón ha escuchado en su entorno la palabra ‘crisis’, y que lo que ocurre con el SARS-Cov-2 es como la canción Another brick in the wall, de Pink Floyd: otro ladrillo en el muro. En España los jóvenes sin trabajo han alcanzado picos del 41%, y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que en el tercer trimestre del año pasado una de cada cuatro personas de entre 15 y 24 años en América Latina y el Caribe se encontraba en la desocupación.
Sin hijos, ¿quién pagará por las jubilaciones?
Casi a la par de que el mes pasado se conociera la decisión del Gobierno chino de permitir a las familias tener hasta tres hijos, en contraposición con la polémica ley del hijo único promulgada en 1979, abundaron los reportajes que mostraban que no se podía encontrar muchas familias -y sobre todo mujeres- dispuestas a revertir el mayor descenso en la natalidad en ese país desde 1960.
La cadena BBC expuso las razones. Lo dispuesto por el régimen no viene acompañado por cambios que apoyen la vida familiar, como ayudas estatales para la educación o un mayor acceso a guarderías. Eso sin contar que el aumento del costo de la vida deja a muchos sin permitirse criar hijos. Las profesionales temen perder el espacio ganado en el mercado laboral si deben hacer una pausa para vivir un embarazo y una crianza.
Y con pequeñas variaciones, pasa lo mismo en gran parte de países del primer mundo, con paternidades cada vez más retrasadas y un creciente número de personas y parejas que optan por vivir ‘childfree’ (sin hijos), sin importar su edad.
En un contexto actual de profesionales que aún viven en el hogar de su familia hasta pasada la treintena y una emancipación cada vez más complicada por motivos económicos, el asunto de no tener descendencia va más allá de ideologías feministas o medioambientales: ya es un tema de dinero. “¿Quién puede permitirse hoy en día tener una casa y tres hijos?”, se pregunta Molly Osberg en el sitio estadounidense Jezebel.
No se necesita saber mucho de matemáticas para deducir que sin hijos que tomen la posta en el aparato productivo, cuando los que hoy son jóvenes lleguen a la edad del retiro -que a este paso llegará cada vez más tarde- vivirán de un sistema de pensiones con menos cotizantes y lo que eso significa: menos recursos para salud y asistencia social.
El grupo llamado Juventud sin Futuro lo alertó en las pancartas con las que salieron a protestar a las calles españolas el 15 de mayo del 2011: “Sin casa, sin curro (trabajo), sin pensión”. Ya hay analistas que advierten que los inmigrantes terminarán siendo quienes ayuden a las arcas fiscales de las grandes economías a pagar jubilaciones, alternativa que no es suficiente ni mucho menos justa.
Mientras tanto, los hijos de la revolución digital, a quienes en redes sociales se los llega a calificar de ‘generación blandita’, afrontan la realidad de trabajos y una dinámica de vida que no les permiten esos planes a largo plazo que todavía eran tan comunes apenas cuatro décadas atrás: vivienda propia, familia, retiro… Igual que sus padres o abuelos pero quizás un poco mejor si de algo les sirvieran todos los diplomas que tienen bajo el brazo. Y los gobiernos y multilaterales ya están a contrarreloj para revertir las circunstancias que aumentan el pesimismo joven reflejado en los sondeos.