Las heliconias crecen en cualquier espacio y embellecen este paisaje. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Con la nominación blindaron a la reserva de cualquier intervención del hombre. Hace dos semanas, las 1 954 hectáreas del bosque protector de Tinajilla fue elevado a la categoría de Área Protegida Comunitaria, por parte del Ministerio del Ambiente.
Se trata de un bosque cuidado -desde hace más de 40 años- por 20 familias agrupadas en la Cooperativa de Desarrollo Jima. Pero la reserva está ubicada en la zona limítrofe más alta, en la parroquia San Miguel de Cuyes, cantón Gualaquiza, Morona Santiago.
El acceso más directo es por Jima, siguiendo una vía empedrada, en un entorno de potreros y pastizales. A 40 minutos hay una cabaña en construcción que, próximamente, funcionará como centro de interpretación ambiental.
Desde este sitio hay improvisados senderos que llevan desde los 2 400 hasta los 3 100 metros de altitud. Es un bosque húmedo, donde la tranquilidad invade el espíritu. En invierno, la neblina cae –por lo menos- una vez al día.
Esa bruma choca en la cordillera y genera lluvias en la zona que alimentan a esta cuenca hídrica. De estas escorrentías de agua nacen algunos ríos que van hacia la Amazonía (Bomboiza y Zamora) y otros al Azuay (Paute y Jubones).
En la parte baja, las comunidades aprovechan el líquido vital para los sistemas de agua potable y riego. La presidenta de la cooperativa, María Morocho, cuenta que esa riqueza hídrica les llevó a gestionar y conseguir –en 1991– la declaratoria de bosque protegido.
Las plantas. La manzanilla y el cedrón son dos de las plantas medicinales que crecen en este bosque protegido y que las familias utilizan para aliviar diferentes malestares, como dolores o resfríos. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO
En este territorio, los árboles gigantes de romerillo, cascarilla y palma adornan el paisaje. Es el hábitat de las aves que vuelan libremente, entre ellos los loros y águilas. Estudios realizados por biólogos universitarios han identificado 350 especies de plantas y 200 de orquídeas.
La vegetación cubre los suelos y hay espejos de agua en los alrededores. Se han contabilizado 75 especies de aves, 16 de anfibios y 22 de mamíferos; entre los más significativos están el oso de anteojos y el tapir de montaña, considerados los más grandes de Sudamérica.
Ellos viven en los sitios más altos de la reserva conocidos como Campana Urko, Ramos Urko, Moriré, Machica Pukara y Cuypamba, que combinan vegetación, quebradas y humedales. “Son espacios de belleza única”, dice Belisario Maya, socio de la cooperativa.
“De estos bosques dependen los servicios ambientales y la vida”, sostuvo Moya, mientras perseguía con su mirada el ruido de los loros en una montaña cercana y que parecían hablar en su propia lengua. El ruido de ellos es lo más fuerte que se escucha en este ecosistema.
En todos estos años, los socios han cuidado el bosque de cualquier actividad externa, como la ampliación de la frontera agrícola, de la ganadera y la minería. Para ello realizan mingas periódicas para limpiar la vía y los senderos, y vigilan el área de posibles talas o incendios forestales.
Además, desde el 2012 son parte del programa Socio Bosque, del Gobierno Nacional, y por eso reciben USD 32 000 anuales. Con esto financian algunos gastos de las actividades ejecutadas.
José Zhunio heredó parte de esta reserva de sus padres y su compromiso es seguir conservándola para sus herederos. Él dice que con la declaratoria de Área Protegida Comunitaria –la primera en esta categoría en el Ecuador y gestionada por ellos– ahora forma parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas y tienen la responsabilidad de reforzar la conservación. La zona 6 del Ministerio del Ambiente se comprometió en ayudarles a elaborar el Plan de Gestión y Manejo, para zonificar el área de conservación.