Julián Assange, el adalid y sus contradicciones

El fundador de Wikileaks, Julian Assange, en el balcón de la Embajada de Ecuador en Londres el 19 de mayo de 2017. Foto: AFP

Su ídolo, el adalid de la transparencia, se desmoronó lentamente frente a su cámara.
En ‘Risk’ (riesgo), la película que en junio pasado puso en el mercado la periodista Laura Poitras, se pinta el retrato íntimo de Julián Assange como un personaje contradictorio. Maquinador y astuto. Y, claro, muy consciente del poder que ha cobrado WikiLeaks para la divulgación de información clasificada de los organismos mundiales de inteligencia.
Aprovechando su prestigio por el documental sobre Edward Snowden, ‘Citizenfour’, con el cual obtuvo un Oscar, Poitras se ganó la confianza de Assange, lo cual le permitió ingresar a su círculo íntimo. Durante seis años, logró tomas inéditas y testimonios reveladores del australiano, asilado en la Embajada de Ecuador en Londres desde el 2012.
Por esa proximidad, que está ambientada como una trama de espionaje, la estadounidense accede al lado más vulnerable de Assange, lo cual no era parte de su libreto original. “Aunque no debían ser parte de la historia, no podía ignorar las contradicciones”, admite Poitras en off, como un mea culpa.
La trama arranca con un testimonio de Assange narrando sus motivos para revelar secretos incómodos para las potencias, especialmente EE.UU.
Poitras había contactado inicialmente con él, porque creía que su trabajo con WikiLeaks era la muestra de un periodismo contestario, especialmente tras los ataques del 11 de septiembre del 2001. Entonces, los principales medios sometieron sus coberturas a la lógica militar de las grandes potencias que ocuparon Iraq y Afganistán, y desataron una cacería sin precedentes de los grupos terroristas. Los abusos y violaciones de los derechos humanos se volvieron sistemáticos. Ese fue el terreno fértil para el surgimiento de WikiLeaks (2006), que invitaba a las fuentes a filtrar información reservada, con la condición de mantener su anonimato. Su primer golpe global llegó en el 2010: difundió más de 700 000 documentos del Ejército y del Departamento de Estado de EE.UU. y publicó el video ‘Asesinato colateral’, en el que militares estadounidenses disparaban indiscriminadamente desde un helicóptero Apache, asesinando a 15 civiles, entre ellos dos periodistas.
Todas las miradas apuntaron a Assange, fundador de la organización, que se convirtió en un ídolo global. Poitras fue tras esa figura, pero se encontró con el ser humano. Lo retrató como un hombre de ideales, convencido de su lucha, pero ansioso por revelar sin escrúpulos los secretos de las organizaciones de espionaje más poderosas.
Entonces, emergió un Assange arrogante. En una escena se lo ve charlando por teléfono, exigiendo a funcionarios del Departamento de Estado hablar con Hillary Clinton. “Dejémoslo bien en claro, nosotros no tenemos ningún problema, ustedes tienen un problema”. Por esos días, WikiLeaks había filtrado a los medios miles de cables del Departamento de Estado con los informes reservados que sus diplomáticos hacían desde sus embajadas. Fue la última ocasión en que WikiLeaks acordó la divulgación con los medios, que protegieron a las fuentes por seguridad. En adelante, divulgaría la información sin ninguna contrastación, poniendo al descubierto a sus fuentes. Su agenda y sus intereses se volvieron indescifrables.
En varias ocasiones, el australiano no oculta su desagrado y desprecio hacia los periodistas. En una conversación se lo ve aconsejando a su colega Sarah Harrison, sobre cómo presentarse en una rueda de prensa. “Solo imagina que (los periodistas) son como mierda de perro en el zapato”.
La paranoia y el delirio de persecución de Assange también salen a la luz. Para sortear a los medios y entrar a la Embajada se lo ve pintándose el pelo de rojo, usando gafas oscuras.
En la Embajada aparece a sus anchas, rodeado de sus seguidores. Una de ellas es su abogada Helena Kennedy, que le aconseja cómo enfrentar las denuncias de delitos sexuales que en Suecia le formularon dos mujeres. En tono de excusa, Assange dice que se trata de una “conspiración de feministas radicales” y califica a las demandantes de lesbianas. Kennedy le dice que hablar así no ayuda. “No, no en público”, responde Assange, sin inmutarse ante la cámara. La toma se enfoca en la cara de Kennedy, que está en ‘shock’. Esta y otras escenas ‘no consentidas’ desataron el rompimiento definitivo entre Poitras y Assange, quien montó en cólera cuando vio el filme, horas antes de su estreno en Cannes.
“Sus abogados exigieron que quitáramos esa escena, además de otra en la que Assange habla de la investigación y de las mujeres involucradas. No lo hicimos y nos mandó un mensaje de texto en el que decía que la película era una amenaza a su libertad”, contó Poitras en una entrevista a The Guardian. El punto culminante de la película es la forma en que WikiLeaks intervino en el último tramo de las elecciones de EE.UU., con la divulgación de 70 000 correos para desacreditar a Hillary Clinton. Poitras muestra la evolución de la investigación de la prensa sobre el espionaje ruso y la entrega de sus informes a WikiLeaks. Evidencia que eso favoreció abiertamente a Donald Trump para ganar las elecciones.
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