Un taller de Indiana, EE.UU., de Lewis Hine, 1908, que muestra las malas condiciones laborales de los trabajadores. Foto: WIKIPEDIA
La duración de la jornada laboral ha sido una lucha histórica de los trabajadores, al punto que fue el primer tema que se trató cuando nació la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 1919.
El 29 de octubre de ese año se realizó la primera reunión de la Conferencia de la OIT, en Washington, y el primer punto del orden del día fue sobre las horas de trabajo en las empresas industriales.
Ahí se adoptó el Convenio 001 de la OIT, que limitó las horas de trabajo en las empresas industriales a ocho horas diarias y 48 semanales. Este acuerdo a escala internacional entró en vigencia el 13 junio de 1921, aunque Ecuador no lo suscribió, señala Gabriel Recalde, director del Observatorio de la Política Laboral.
Pero antes que naciera la OIT, los trabajadores llevaban décadas luchando para alcanzar el objetivo de limitar la jornada laboral. El evento más recordado es el 1 de mayo de 1886. Esa fecha fue escogida por un grupo de trabajadores estadounidenses para reivindicar la jornada de ocho horas diarias, cuando lo habitual en esos años era trabajar entre 10 y 16 horas, aunque los historiadores hablan de jornadas extenuantes de 18 horas, con niños trabajando en las fábricas.
En aquella época, cuando la revolución industrial estaba en pleno desarrollo, la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL, por las siglas de American Federation of Labor) lanzó una propuesta para dedicar ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa, recuerda Aurelio Jiménez en un artículo publicado en el 2012 en El Blog Salmón, un portal especializado en temas económicos y empresariales.
Con esa consigna, la AFL escogió el 1 de mayo de 1886 para dar inicio a la reivindicación de miles de trabajadores, quienes llevaron a cabo una huelga de gran magnitud. La mayoría de obreros lograron su objetivo con la amenaza de un paro indefinido. Pero, 340 000 trabajadores no lo consiguieron y la huelga se prolongó con protestas violentas, sobre todo en la ciudad de Chicago, donde varios obreros y policías perdieron la vida, algunos de ellos al explotar una bomba lanzada por los sindicalistas. Cinco de ellos fueron ahorcados y tres condenados a cadena perpetua, recuerda Jiménez.
Al final, algunos sectores patronales aceptaron la jornada de 8 horas, poniendo fin a los reclamos. Eso sirvió para que en 1889, la Internacional Socialista reivindicara la jornada de 8 horas para todos los obreros del mundo con manifestaciones en todos los países, en honor a los Mártires de Chicago.
Pero la lucha por la jornada de 8 horas diarias también se vivía en otros países, en el mismo contexto de la revolución industrial. España fue el primero en el mundo en establecer, por ley, la jornada laboral de 8 horas, en abril de 1919.
Ocurrió luego de una huelga de la empresa eléctrica en Barcelona, que más tarde se extendió y paralizó gran parte de la industria catalana, lo que motivó la intervención del Gobierno para regular la jornada de trabajo en todos los sectores.
Pero década antes, en países como Nueva Zelanda o Australia se habían presentado iniciativas legislativas. En el primero, en 1840, se emitió una norma solo para trabajadores adultos dedicados a la carpintería y que habían presentado un reclamo sindical.
En Australia, en 1856, los trabajadores de obras públicas recibieron, por ley, la jornada de ocho horas tras protagonizar la campaña ‘Eight Hour Day’.
La lucha por limitar la jornada de trabajo a 8 horas diarias ha sido permanente, pero la propuesta originaria se atribuye al británico Robert Owen (1771-1858), un empresario progresista que se convirtió en la figura central del movimiento obrero en Inglaterra.
Owen defendía la posibilidad de desarrollar un sistema económico alternativo basado en el cooperativismo. Su planteamiento era considerado utópico, porque pretendía sustituir el sistema capitalista por otro más justo.
En 1810, Owen aplicó una jornada laboral de 10 horas diarias en sus fábricas de New Lanark, en Escocia, pero también en sus fábricas en Estados Unidos. En ese entonces, ese número de horas trabajadas era todo un privilegio, considerando que las jornadas podían llegar hasta 16 o 18 horas.
Más tarde, Owen implementó la jornada laboral de 8 horas y en los años posteriores los trabajadores alrededor del mundo siguieron los movimientos de Owen, autor de varios libros como La Formación del Carácter Humano (1814) y Una Nueva Visión de la Sociedad (1823) y Nuevo Mundo Moral (1836-1844).
El impulso que dio Owen al sindicalismo generó que en 1847, por ejemplo, a las mujeres y a los niños en todo el Reino Unido se les concediera la jornada laboral diez por hora. En 1848, los trabajadores franceses ganaron la jornada de 12 horas, señala Marc Fortuño, en otro artículo del Blog Salmón.
Pero si se quiere ir más atrás en la historia, ya que las jornadas de trabajo son tan antiguas como la humanidad, la propuesta de dedicar 8 horas diarias al trabajo nació a principios de año 500, cuando San Benito formuló las primeras reglas para monjes en base al principio “ora et labora”, que establecía un tiempo para orar, otro para trabajar y otro para descansar.
La Regla de San Benito se aplicó por siglos en los conventos, pero ha servido de guía para marcar límites a las jornadas de trabajo, un tema que ha sido remarcado no solo por las organizaciones sindicales sino por la misma OIT, donde están representados los trabajadores, los empresarios y los gobiernos del mundo.
Para la OIT, el tiempo de trabajo, el descanso y la organización de las horas de trabajo y los períodos de descanso son aspectos fundamentales de las relaciones laborales.
Y pese a los cambios acelerados en el mundo, donde proliferan las oficinas virtuales, el trabajo a domicilio y el comercio globalizado, la OIT cree que las normas sobre tiempo de trabajo siguen siendo necesarias. Y para encontrar un equilibrio entre los intereses de empresarios y trabajadores recomienda que formular políticas con cinco elementos: promoción de la salud y la seguridad, apoyo a los trabajadores en el cumplimiento de sus responsabilidades familiares, fomento de la igualdad de género, impulso de la productividad y facilitación de la elección y la influencia del trabajador en su jornada laboral.