Ya se trate de barriadas, favelas o suburbios, los equipamientos y servicios básicos son insuficientes, y es necesario integrar a los vecinos en las soluciones. Foto: EL COMERCIO
A fin de cuentas, una ciudad no es sino la sumatoria de ingentes esfuerzos, grandes utopías y un sinfín de necesidades y problemas urbanos.
Es una amalgama que se multiplica en las urbes de los países emergentes y se eleva a la enésima potencia en ciudades del cuarto mundo, donde sobreviven envueltas por grandes cinturones de miserias física, social e intelectual.
Son urbes abandonadas por el desinterés de los grupos de poder y las instituciones públicas encargadas de cuidarlas y desarrollarlas. Y hasta olvidadas por los mismos residentes, a quienes les importa poco o nada el destino de su propio hábitat.
Muchas metrópolis latinoamericanas del Sur Global (término acuñado por el arquitecto argentino Jorge Jáuregui para referirse a Latinoamérica y el Caribe) están señaladas por una gran desigualdad; tanto en términos espaciales y físicos como en parámetros sociales, psicológicos y laborales. Claro, cada caso es diferente pero tiene coincidencias marcadas con el resto de urbes, que permite un diagnóstico válido, seguro y uniforme.
¿Un ejemplo? La situación de los barrios populares ubicados en el Centro Histórico de Ciudad de México, donde existe una fuerte presión de sus residentes por exigir la mejora de sus equipamientos urbanos; es diferente a la de Montevideo, Lima y Quito.
En la capital uruguaya se nota un deseo ciudadano de no abandonarlo, pero sin la presión que ejerce en la metrópoli mexicana.
El centro de Lima vive un marcado desgaste urbano causado, entre otros factores, por la inseguridad y la precariedad de la vivienda, como cuenta Mario Vargas Llosa en su última novela, llamada precisamente ‘Cinco esquinas’, una de las zonas centrales más conflictivas de la antigua ‘Ciudad de los Reyes’.
En el Centro Histórico de Quito, en cambio, se observa un continuo abandono de la vivienda por parte de sus antiguos propietarios, lo que conlleva al deterioro físico de los inmuebles y a su tugurización.
Muchas –demasiadas- casonas de los barrios El Tejar, La Chilena, La Merced y San Roque se han convertido en precarios conventillos y bodegas de última ralea. ¿Las causas? La irrefrenable migración campo-ciudad y la presencia de zonas comerciales populares, que necesitan de los espacios antes habitados para convertirlos en bodegas.
Y aunque se nota la recuperación del espacio público y de inmuebles dedicados a gestiones culturales, se ha tenido que poner en práctica otras estrategias del uso del suelo. El caso de La Ronda es sintomático. La única forma de rehabilitar las casas patrimoniales fue convirtiéndolas en restaurantes, hoteles, karaokes… Con el decidido apoyo de sus propietarios, desde luego.
Estos y otros tópicos de vivienda popular e inclusión urbana de imperiosa remediación dieron pie la edición de la serie Ciudades de la Gente, cuatro libros en los cuales 86 profesionales de la arquitectura, la sociología, la arqueología y otras ramas buscaron los orígenes de la vivienda popular (incluidas las invasiones, las apropiaciones de terrenos, los nacimientos de las favelas, la informalidad) y los posibles remedios, no solo teóricos sino prácticos, que se puedan realizar de forma efectiva.
Todas las ponencias son el resultado del trabajo colectivo de investigadores de América Latina y el Caribe, que conformaron el Grupo de Trabajo sobre Hábitat Popular e Inclusión Social del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), en encuentros realizados en Caracas y Río de Janeiro.
Parte medular de la investigación trata, desde luego, de la inclusión urbana de los grupos más desprotegidos, casi todos migrantes desde las zonas rurales hasta -generalmente- los arrabales citadinos.
Este aumento de las invasiones y barrios miseria eleva, también, las necesidades de equipamientos y de necesidades como la falta de servicios básicos (agua, luz, alcantarillado) y públicos (transporte masivo). Y genera un desfase en las proyecciones de los municipios, cuyos presupuestos se ven desbordados por los requerimientos y las necesidades de cada nuevo asentamiento.
Otra consecuencia negativa de estas invasiones es que genera la especulación del suelo.
No hay que olvidar que la ciudad es una comunidad política. Este estatus implica relaciones de poder, las cuales son diferencialmente ejercidas y, por lo general, terminan afectando a los más pobres, quienes no tienen acceso a la tenencia de la vivienda, al buen empleo o educación e ítems similares.
Como consecuencia de ese ordenamiento urbano, aparece una de las principales características de las ciudades del Sur Global: la autoproducción de vivienda popular; es decir, la propia ciudadanía construye sus espacios urbanos ante la ausencia o la relativa presencia del Estado. Diferentes términos se utilizan en América Latina y el Caribe para referirse a estos asentamientos urbano-populares: barriadas, pueblos nuevos, poblaciones, ranchos, tomas, favelas, chozas.
La mayoría de inmuebles de este cariz es producto del esfuerzo y el ahorro familiar y, por eso mismo, no cumple con las ordenanzas municipales existentes en cuanto a ordenamiento territorial y urbano, a sismorresistencia de la estructuras, a la convivencia pacífica entre vecinos.
¿Cómo solucionar estos desfases urbanos? Todas las soluciones son difíciles pero todas consideran, asimismo, como elemento primordial la participación de los propios ciudadanos: cuidando su hábitat y manteniendo y fomentando la buena vecindad. Como afirma el arquitecto Diego Salazar L., primero hay que alentar y apoyar procesos productivos, preferentemente en las urbes intermedias y pequeñas; y la vivienda, como consecuencia de ello.
Eso logrará disminuir el desequilibrio y la presión migratoria hacia las grandes ciudades.