Trinidad Pérez tiene una larga trayectoria estudiando el arte y la sociedad de los siglos XIX y XX; su campo es la modernidad, pero también se ha acercado a los contemporáneos. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Trinidad Pérez es una de las autoridades en Historia del arte en el país; está de vacaciones mientras prepara dos encuentros de historia para septiembre y octubre. Dedicó unos minutos para hablar de historia.
En términos generales, y desde el sentido común más básico, todo el mundo concuerda en que la historia, como disciplina, es fundamental en una sociedad.
En la vida real, la historia es una especie de cenicienta de las ciencias sociales en materia de gobierno y también en el ámbito de la educación. En una mañana azulísima de verano, en su casa, Trinidad Pérez habla, precisamente, de este concepto que todos defienden en los papeles sin tomarse la molestia de vivirlo y entenderlo.
Piensa en un pecado capital en historia.
Bueno, talvez pueda ser el anacronismo. O sea, mirar el pasado y decir: “¡Qué horror, cómo se pudo haber hecho eso!”, sin mirar las condiciones de la época.
Con los ojos del presente.
Sí, con los valores de hoy. Obviamente siempre miras desde hoy, pero el punto es poder, a partir de esa apreciación desde el presente, mirar ese pasado en su contexto.
¿Y un pecado venial?
Qué será… que te enamores del objeto de estudio y entonces no puedas poner distancia. Que esa fascinación no te permita mirar con más cuidado los distintos aspectos. Digo que es venial, porque al mismo tiempo eso también te lleva a interesarte por algo, que es intuitivo y yo creo que hay que dejar que pase.
¿Hay que desacralizar la historia? Si crees que sí, ¿por dónde empezar?
¿Desacralizarla como disciplina o como pasado?
Quizá en ambos sentidos.
Desacralizar la historia como ciertos relatos del pasado creo que puede ser… porque uno hereda sentidos comunes, ¿no?, uno hereda formas de ver el pasado. Por ejemplo, con los dos mitos que ha habido en el Ecuador en cuanto a personajes: García Moreno y Eloy Alfaro. Los historiadores hasta mediados del siglo XX o más estaban apegados a uno de los dos, según sus afiliaciones ideológicas. Entonces, en ese sentido habría que desacralizar, o sea, mirar otra vez o más allá de esas afiliaciones o de los usos políticos que se le han dado a cada personaje, para mirar más bien qué había detrás.
Haz tu propia descripción del concepto ‘historia nacional’ o encuéntrale un sinónimo.
Tiene que ver con identidad nacional, con la idea de que debemos tener un patrimonio. Pero qué es nuestra historia nacional, qué nos puede hacer sentir orgullosos… Eso es un poco peligroso porque es lo que lleva a repetir estereotipos, mitos y lugares comunes que no permiten ver la realidad de forma más crítica. Pensemos en el folclor como una construcción que busca valorar supuestamente la cultura nacional o la cultura de ciertas comunidades, pero que a la larga lo que hace es congelarlas en el tiempo y, a veces, crear algo completamente falso.
¿Podemos prescindir de la ‘historia nacional’, es decir de este vehículo de creación de identidades y cohesión nacional?
Lo que pasa es que ahora nos damos cuenta de que lo nacional no era una historia única, uniforme, sino que en realidad era la historia de unos sectores desde su punto de vista, que dejaban a otras historias fuera. En el mundo eso se está revisando porque no ha habido una historia de la diversidad y se requiere de una revisión que permita mirar esas otras historias.
¿Hemos entrado en una época en la que la historia ya no va a ser escrita únicamente por los vencedores?
Sí, ya no hay vuelta atrás. Pero, a la vez, lo que puede pasar es que por poner un acento en esas otras historias simplemente solo se revierta y no se cuestionen realmente esas estructuras de poder y no haya un panorama más matizado. (León) Tolstói en el siglo XIX, en ‘La guerra y la paz’, escribe acerca de cómo la historia es escrita por los vencedores. Bueno, él no se va a los sectores subalternos, pero la suya es la historia de la vida cotidiana. Él siempre sospecha de lo que suele llamarse ‘inteligencia militar’. Y duda mucho de que Napoleón haya sido tan estratega en la vida real. Entonces la suya talvez era la historia de los seres humanos y de sus vivencias, de la supervivencia, incluso de los sentimientos.
A propósito de Napoleón, dicen que él dijo que la historia es un conjunto de mentiras que todos aprobamos. ¿Es eso?
Puede ser. Es una narrativa que se termina legitimando y creando un consenso.
¿No son mentiras pero sí narrativas?
Claro, narrativas como construcciones que no necesariamente son mentiras.
Pueden ser puntos de vista también.
Sí, y eso es lo que hace que sea interesante. Porque antes los historiadores lo que buscaban era supuestamente la verdad. Ha habido siempre muchas realidades y el mismo historiador no se planteaba cuál era el punto de vista desde el cual estaba partiendo. O a través de qué mecanismos estaba llegando a ese pasado, qué estaba leyendo y qué no estaba viendo sobre el pasado.
¿La historia tiene más de presente o de pasado?
Ahí hay toda una discusión: cuánto de presente metes en la historia… Y definitivamente mucho tiene que ver con el presente.
¿Dices que tiene mucho de presente porque no podemos ver al pasado si no es desde este momento?
Exacto. A lo mejor no te sea evidente cuando escoges un tema de investigación por qué lo escogiste, pero siempre vas a encontrar algo en tu presente o en los problemas del presente que te lleva hacia allá.
¿Será por eso que ahora hay tantas investigaciones históricas sobre la participación de las mujeres en diferentes campos: el arte, la ciencia, la política?
Eco, porque el investigador también parte de sus condiciones de posibilidad. Y el clima actual que favorece estos temas tiene que ver con que las mujeres han tomado decisiones sobre sus propias vidas, destinos, necesidades.
¿Qué papel juega la imaginación en la historia?
Creo que debería jugar un papel. Muchas veces los que mejor permiten que esto pase son los creadores. Volviendo a Tolstói, él era un escritor, no un historiador. Pero desde la imaginación él pudo reconstruir un pasado.
Menciona algún invento histórico en el que deberíamos dejar de creer, por nuestro bien.
Puede ser en los héroes; ese invento de lo heroico.
¿Por qué?
Hay que pensar que eso no te permite ver que somos seres humanos, super complejos, que sentimos, que tenemos emociones, que nuestras decisiones a veces son simplemente casualidades y que no hay super humanos. Tal vez la construcción de héroes lo que nos quita es la humanidad. Solo pensemos en el ‘héroe niño’.
A ver…
La historia sí tiene un rastro de realidad. Abdón Calderón existió, era un joven, era hijo de un soldado y efectivamente había sido herido y le habían admirado su valentía; me parece que Sucre algo dijo y escribió sobre él. Pero de ahí se construyó un mito y quizá sería más interesante ver cuántos niños estaban peleando en las batallas de la independencia.
Claro.
A lo mejor era algo super común y talvez eso nos dé una idea de cómo eran esos ejércitos. Quizá podríamos conocer sobre una sociedad donde había niños batallando. Nosotros (ella y su esposo, Arturo Villavicencio) estamos viendo ahorita una serie sobre Vietnam. Es buenísima, un documental en 10 capítulos, que muestra quiénes eran esos que se fueron a pelear en Vietnam: chicos de 19 años, de 18 años, de cierta clase social (pobre). Al comienzo fueron todos los ‘drop outs’, o sea los que no tenían justificación para no ir a la guerra. Sí, tenían unas agallas increíbles estos jóvenes, pero sus vidas quedaron destruidas.
Toda una generación quedó rota.
Sí, dañada. Entonces este Abdón Calderón, ¿quién mismo sería? Este pobre que peleó ahí en la guerra y al que se le convierte en un héroe y que no deja ver toda la riqueza que hay detrás. El mito es la construcción de una fantasía que oculta la realidad, tanto en el pasado como en el presente. Que te distancia completamente y que talvez oculta cosas, porque talvez se busca ocultar.