Cerca del límite de los tradicionales barrios La Tola e Itchimbía, Guido Díaz abre las puertas de su casa con una vista panorámica al Centro Histórico de Quito. Un escenario con la ciudad como telón de fondo y tema principal de este diálogo.
¿Cómo describiría su relación con esta zona?
El centro para mí es Quito, obviamente la ciudad ahora es todo el Distrito Metropolitano, pero el Quito de mi infancia se limitaba a esta zona. Ese Quito era mi patio de juegos. Vivía en el sector de San Diego y jugaba cotidianamente en tres lugares: en el convento y el cementerio de San Diego y en El Panecillo. Y lo caminaba por San Juan, El Tejar y el Itchimbía.
¿Y su vida ha girado en torno a ese amor al Centro?
Yo no le llamaría amor. Sin embargo, eso es. Hay afectividad y cercanía. Le siento a Quito como un familiar al cual uno le debe respeto, puede hacerle bromas y vivir en él. No se me va la sensación de comunidad que existía antes. Camino por la calle y creo que todos son mis amigos. Esa cercanía que uno siente cuando vive en un barrio es protectora. Los niños antes jugábamos en la calle y era un placer incomparable. No hay nada que se asemeje al gozo que significa apropiarse de una calle, de una ciudad.
¿Vivían momentos privilegiados frente a los actuales?
Exactamente. No teníamos consciencia de que existía algo malo, no teníamos miedo. Entrábamos a las casas como que fueran nuestras, recorríamos los patios, que se transformaban en una vecindad. No podíamos entender que eran lugares privados. Había otra forma de percibir al espacio e incluso a la calle, que era una extensión de la vivienda.
¿Y por qué se ha perdido esa concepción?
Por esa necesidad de segregación del espacio privado, de conformación de un lugar solo para mí y mi familia. La transformación se dio desde las primeras casas que hicieron en el norte, en los años 50 y 60. Ya eran distintas, cerradas, ni patios tenían y nadie se atrevía a entrar.
Ahora, además, hay conjuntos privados…
Que te bloquean la ciudad. En conjuntos más populares y en algunos suntuarios, los niños son los que rompen esos límites al jugar y al hacer amigos.
¿Cómo se debería entender a Quito en la actualidad?
Ahí tenemos otro problema, que antes no teníamos. La universidad sigue modelos estandarizados internacionales. Entonces, no es que Quito debe ser de una manera. Hay un concepto genérico de lo que debe ser una ciudad y cual tiene que ser su forma. Quito no tiene una característica particular, más que en el detalle, pero todas tienen que cumplir el formato de ciudad que se inventaron después de la Segunda Guerra Mundial, donde teóricamente todo estaba zonificado en sectores por el tipo de uso de suelo. El formato se llamaba: habitar, trabajar, recrearse y circular, cuatro instancias como norma que se debían cumplir lo más cercano posible.
¿Y ha logrado adaptarse o ha podido crear su propio modelo?
De hecho, cada ciudad debería tener un modelo propio. Por lo menos, todo aquello en donde la heterogeneidad norme el conjunto por la forma de vivir. Ahora tenemos un modelo de frascos de perfume, que son los edificios, y es otra forma de ser.
¿Cuál debería ser la relación entre los ciudadanos y Quito?
Hay un concepto que se disolvió: el de comunidad. Deberíamos sentirnos miembros de una, sentirla próxima y cuidarnos entre todos.
¿Se podría retroceder en esa individualización?
Imposible, aunque todo el tiempo cambia. En el 2000 pensaba que las ciudades en el futuro iban a ser espacios de placer, partiendo de la idea de que el placer se siente con el contacto y cercanía de las personas. Dado que todo se podría hacer desde la casa -la pandemia aceleró ese proceso- la ciudad serviría para que se integre la gente y sea colectiva.
¿En el 2022 cree que lleguemos a esa ciudad del placer?
Bueno, esas son las utopías y uno las busca siempre porque están más allá.
¿Y qué debe hacer la ciudad para tener placer en la convivencia?
Pensar la ciudad, pero no desde la razón sino desde el sentimiento. Pensar en ella con la emoción puesta, vivirla. No cumpliendo modelos. Deberíamos crear la ciudad como una obra de arte, como debería ser, como cuando se cocina: con inspiración.
Próximos a las elecciones de Alcalde, ¿en qué se debería pensar?
En primer lugar, debemos pensar en alguien que administre la ciudad, no alguien que defienda políticas. Esas tienen que estar manejadas de manera más macro, del Concejo a comités barriales o zonales. Una estructura de gobierno en donde se piense más la parte administrativa y, adicionalmente, la operativa. El punto clave inicial es hacer sentir a todos los quiteños, moradores y visitantes que forman parte de una comunidad y de una integralidad, en donde deben cuidarse unos a otros. Y así ir construyendo una ciudad, de lo micro a lo macro.
Guido Díaz
Arquitecto, antropólogo, restaurador y escritor. Durante varios años se desempeñó como profesor en la Universidad Central del Ecuador. Ahora, en su cafetería experimenta, junto a su chef Carlos, una nueva pasión: la cocina.
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