Por estos días, el fútbol femenino ha vuelto a tener protagonismo en el país gracias a la Copa América Femenina que se juega en Colombia. Un certamen que por primera vez en su historia entregará un premio económico de USD 1,5 millones a la selección campeona y USD 500 000 a la subcampeona.
Expertos coinciden en que durante la última década ha existido un crecimiento exponencial del fútbol femenino a nivel global. Sin embargo, es claro que fuera de coyunturas como la de la Copa América este deporte, al menos en Ecuador, sigue instalado en los márgenes del interés mediático, social y empresarial.
Una de las consecuencias de esta realidad es la brecha salarial que existe entre el fútbol femenino y el masculino. Según datos publicados por FIFPro en 2018, aunque la industria futbolística genera más de USD 500 000 millones cada año, un 49% de las jugadoras de fútbol profesional no reciben un salario.
Un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo señala que mientras Lionel Messi recibe 130 millones de euros al año, Ada Hegerberg -la mejor jugadora del mundo según la FIFA- recibe 400 000 euros al año, un sueldo 325 veces menor al del argentino.
En Ecuador, el profesionalismo en el fútbol femenino se instaló recién en 2019 con la creación de la Superliga Femenina. Fernanda Vásconez, exfutbolista y fundadora del club Ñañas, cuenta que antes de la fundación de este campeonato las mujeres que se dedicaban a esta actividad no recibían un sueldo fijo. “La realidad de las futbolistas de mi generación -dice- es que veíamos lejano que algún día nos paguen por jugar”.
En Ñañas todas las jugadoras tienen un contrato profesional y reciben una remuneración por su trabajo, sin embargo, Vásconez aclara que esa no es la realidad que viven todos los equipos locales. En la Superliga Femenina los clubes pueden inscribir a jugadores de manera profesional, aunque no tienen la obligación que todo el equipo lo sea.
La realidad que viven las jugadoras de la Superliga Femenina está lejos de lo que pasa en otros campeonatos como la National Women’s Soccer League de Estados Unidos, donde jugadoras como Trinity Rodman, hija del legendario basquetbolista Dennis Rodman, acaba de firmar un contrato de cuatro temporadas con el Washington Spirit por USD 1,1 millones. Una cifra importante para el medio, pero todavía pequeña si se la compara con lo que ganan las estrellas de la Major League Soccer.
Los avances más significativos en relación a la equidad salarial entre el fútbol femenino y el masculino se han dado a nivel de selecciones. En febrero de 2022, las jugadoras de la selección femenina de fútbol de Estados Unidos alcanzaron un histórico acuerdo de igualdad salarial respecto al combinado masculino y se convirtieron en la novena selección femenina que cuenta con equidad salarial.
Pese a estos avances, según un informe del Global Gender Gap Report 2022 habrá que esperar 132 años para cerrar la brecha global de género. En este contexto, la economista Gabriela Montalvo sostiene que es importante hablar no solo de las brechas de género que hay en el fútbol sino en todos los deportes. “En todas las actividades deportivas hay una brecha salarial gigante, pero también en el resto de ámbitos de participación”.
Según un estudio de ONU Mujeres publicado en 2020, el mundo del deporte constituye uno de los sectores más masculinizados de la sociedad contemporánea. “Se ha establecido como uno de los últimos bastiones que se resisten a la incorporación efectiva de la mujer en condiciones de igualdad”.
Para Vásconez, los avances a nivel local no se darán si no existe, entre otras cosas, la misma exposición mediática, y la misma cantidad de inversión por parte de los patrocinadores. Por su parte, Montalvo agrega que mientras el fútbol femenino no tenga mayor visibilidad no tendrá un mercado más grande. “Detrás de todo esto hay una decisión política relacionada al hecho de que si queremos o no tender a la igualdad no solo salarial sino global”.