Johanna Tibán, radióloga del Hospital Metropolitano, asiste a una paciente durante una mamografía. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Cuando Andrés, su hijo menor, llegó con la cabeza rapada como muestra de solidaridad, Maribel Morejón supo que era hora de despojarse del miedo que le causaba el cáncer de mama. Secó sus lágrimas y aceptó la enfermedad, que afectó a tres mujeres más de su entorno: abuela y dos tías.
Maribel, de 42, fue la última integrante de su familia en ser diagnosticada con cáncer, en octubre del 2017. Sentía miedo. Cada año se hacía chequeos, ya que está dentro del grupo de mujeres con alto factor de riesgo, por herencia o por genes.
A sus tías maternas, por ejemplo, les diagnosticaron la enfermedad después de los 45 años, por lo que a Maribel le correspondía chequearse desde los 35, es decir, 10 años antes.
El objetivo es poder actuar rápidamente en caso del aparecimiento de un tumor cancerígeno, explica Patricio Mafla, médico radiólogo en el Hospital Metropolitano.
Para dar con esta enfermedad es necesario realizarse una mamografía, ya que es el único examen que sirve para un diagnóstico precoz. También se recomienda una ecografía, que es otra prueba para observar la presencia de nódulos en la mama. Sus costos oscilan entre USD 25 y 80. Hay otros como la resonancia magnética, que supera los USD 200.
Maribel sabía que el riesgo de cáncer era alto, por lo que anualmente no dejaba de ir a controles; incluso, se autoexaminaba para sentir la presencia de tumores. Este no es un método recomendado, ya que cuando se detecta una protuberancia en la mama, el cáncer ya puede haberse extendido y provocado metástasis.
“El ‘tócate’ no es efectivo porque, además, no se siente la presencia de micronódulos, que pueden ser cancerígenos”, comenta el médico Marcelo Álvarez. Él se desempeña como jefe de la Unidad Técnica de Oncología, del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), del Seguro Social.
Según estudios internacionales, acota, con la mamografía se ha reducido la mortalidad en hasta el 20% al 25%.
Pese a estas cifras, la tasa de incidencia o los casos nuevos se mantiene alta. A 32 de cada 100 000 mujeres en Ecuador se les diagnostica esta enfermedad, cada año. Esta cifra es inferior al promedio sudamericano, que es de 57. Por lo que se mantiene como el primer tipo de cáncer en ecuatorianas, según datos de Globocan 2018, observatorio anexo a la Organización Mundial de la Salud.
Otra es la historia de Janeth Tipán, de 46 años, quien no estaba dentro del grupo de mujeres con alta probabilidad de cáncer por genética. En su familia -cuenta- fue la primera en enfrentarse a este mal.
Sus médicos le dijeron que el aparecimiento del cáncer se dio por una causa hormonal. Es otro factor de riesgo, que se suma a la edad, nuliparidad o no embarazo, toma de anticonceptivos, obesidad y consumo de tabaco y alcohol, señala Marcia Zúñiga, radióloga del Hospital Vozandes.
Janeth, una enfermera con años de experiencia en el área de emergencias, sintió el año anterior un nódulo en su mama. Pronto se hizo los exámenes de imagen, que incluyeron una mamografía y una ecografía. Esperó ocho días para recibir los resultados. “Fueron los días más largos de mi vida, pero cuando me pidieron más chequeos lo supe: era cáncer”.
Lo más difícil -dice- fue decirle a su familia que empezaría un tratamiento para salvar su vida. Y por eso quiere transmitir el mensaje de prevención a su hija de 22 años, que deberá empezar con controles desde los 30. “Necesita ecografías y chequeos anuales”.
La familia de Maribel también está pendiente de sus controles. Su esposo y sus dos hijos la apoyan y la cuidan, más aún cuando le comentaron que el cáncer se extendió a sus huesos. Tiene metástasis.
Esto ya no le preocupa, ya que aprendió a convivir con eso. “Es cuestión de actitud y siempre recomendaré la prevención”. Lo dice y cierra un diario, en el que anota cómo ha enfrentado la enfermedad.
El sábado pasado fue el Día Mundial del Cáncer de Mama. Y en este mes se promueven los chequeos.