La discreción como una forma de resistencia

La entrega de nuestra intimidad a gigantes empresas y a cualquier persona con conexión a Internet es una refinada forma de hacinamiento. Fotos: Freepik

Podría parecer que, a estas alturas, nos quedan solamente dos opciones: entregar definitivamente nuestro cuerpo y nuestra mente a las vitrinas de la hiperexposición, o escoger voluntariamente el exilio en una sociedad que nos somete a vigilancia; estar siempre presentes en la atención de los demás o encontrar la manera de desaparecer de las otras mentes.

En alguna grieta entre aquellas dos opciones, el filósofo francés Pierre Zaoui detecta una senda nueva, angosta, tal vez difícil, a la que llama “la experiencia de la discreción”. Y dedica un poco más de 150 páginas, en su libro titulado ‘La discreción o el arte de desaparecer’, a estudiar y encontrar en el pasado rastros que la preceden y a describirla lo más minuciosamente posible.

Lo primero es salir al paso frente a algunos caminos engañosamente similares. Podemos ansiar el ocultamiento simplemente por simulación calculadora, por hipocresía para realzar la propia imagen, por refinado narcisismo que quiere hacerse desear o sencillamente por cobardía.

La intuición de Zaoui, por su parte, surge de ese placer de observar un poco a escondidas, al margen de la competencia de miradas: cómo juegan tus hijos, cómo duerme la persona que quieres, cómo tus amigos ríen en la mesa que has preparado; del gozo de caminar anónimamente por una gran ciudad, disfrutando de los gestos despersonalizados, de las emociones desconocidas, viviendo aquella tranquilidad momentánea de saber que el mundo también gira sin nosotros.

El francés se esfuerza por escarbar en la arqueología filosófica y religiosa de la discreción. Zaoui encuentra, sorprendentemente, sus raíces en el monoteísmo, en el desarrollo de la “humildad” en Tomás de Aquino como relación de la persona con “lo divino que hay en el otro”.

Lo ve en ciertas corrientes judías, que consideran la contracción que realiza Dios para hacer un poco de espacio al mundo. Para Zaoui, está sobre todo en la teoría del desapego de uno mismo, sin renunciar a la belleza del mundo, contenida en los escritos del Maestro Eckhart.

Sin embargo, no hay que confundir estos posibles orígenes religiosos de la discreción con su experiencia actual, en un mundo de relaciones horizontales, secularizadas y democratizadas. En ese sentido, tal vez la invocación más brillante sea a las observaciones de la filósofa alemana (naturalizada estadounidense) Hannah Arendt sobre el funcionamiento del totalitarismo, que procura aplastar a los hombres unos contra otros, destruir el espacio entre ellos, aniquilando cualquier posibilidad de discreción.

¿No es la entrega de nuestra intimidad a gigantes empresas y a cualquier persona con conexión a Internet una refinada forma de hacinamiento? “Por eso -dice-, amar la discreción, amar una soledad poblada, abierta, entregada al otro, ya es resistir al orden totalitario”.

En la parte final se va aclarando cada vez mejor la intuición desde la que partió el filósofo francés. Las características de la experiencia moderna de la discreción son más distinguibles cuando las separa de los que considera los modelos más comunes de felicidad: el modelo acumulativo que busca poseer, aunque no se trate solamente de cosas materiales, o el modelo filosófico que busca ser sabio, ser prudente, ser virtuoso, etc.

Zaoui plantea una tercera vía que no busca la apropiación de bienes exteriores ni la apropiación de uno mismo, sino la liberación de ambas cosas: una “felicidad por sustracción”. Y como esa especie de renuncia, ese trabajo de depuración no puede darse de forma permanente, sino solamente por momentos, la discreción puede ofrecer felicidades de manera cíclica.

Esta es la clave. Descubrir un camino que no nos borra totalmente pero que nos permite, desde fuera, dejar que la realidad se manifieste tal cual es.

Por eso, la discreción posibilita momentos de lucidez en los que se consigue, como fruto, la disponibilidad al otro y al mundo. La disponibilidad -concluye Zaoui- es otro nombre para el gozo de la vida discreta.

En las últimas páginas, en un ejercicio casi escolástico, el francés quiere terminar de diseccionar al máximo posible esta experiencia, preguntándose, al igual que los medievales, cuál es la “materia” de la discreción, qué es lo que queda cuando uno consigue retirarse de las cosas y del querer poseerse a uno mismo. Y claro, solo queda ese impulso hacia el otro y hacia el mundo que no busca ni la posesión ni el total sacrificio: “Uno se haría discreto porque ama o para amar, o para dar simplemente su amor de forma adecuada. (…) En la verdadera discreción no se trata de ver sin ser visto, sino justamente de no ver allí donde se podría ver, o ver, pero con una visión que no atrapa nada, no domina nada, que no retira al otro ni un ápice de su libertad. ¿No es exactamente eso lo que ordinariamente llamamos amor: la capacidad de estar allí sin imponerse, entregarse sin exhibirse, percibir sin dominar?”.

 *Periodista y candidato a doctor en filosofía por la Università della Santa Croce, Italia.

Suplementos digitales