María Fernanda tiene dos puestos, uno en Durán y otro en Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
María Fernanda está sola al cuidado de sus tres hijos. Y halló refugio y sustento en las artesanías que su padre le enseñó a elaborar. “Ahora solo me importan mis hijos”, cuenta mientras teje una pulsera roja que venderá en su puesto, en la Terminal Terrestre de Durán en Guayas.
Lograr el empoderamiento económico de las mujeres es un paso para alejarlas del machismo y la violencia de género. Así, la Organización de Naciones Unidas recomienda impulsar medidas de acceso a recursos económicos y servicios financieros, hasta el 2030.
Sobre un tablón, María Fernanda exhibe aretes de brillantes cuentas, dijes de cuarzo y cadenas hechas con la destellante concha de nácar. El padre de su hijo mayor los abandonó cuando su primogénito solo era un bebé. Con el tiempo se dio otra oportunidad con el padre de sus dos hijos menores, pero tampoco funcionó.
“Hubo discusiones, celos y decidí alejarme. No hay que soportar maltratos ni golpes”.
Su taller funciona en su casa. El Crédito de Desarrollo Humano, que ha recibido varias veces del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), le ha permitido adquirir materiales y herramientas.
Ese crédito es la transferencia anticipada de un año del Bono de Desarrollo Humano. En 2018, las beneficiarias en su mayoría fueron mujeres. El monto total asignado alcanzó los USD 71 millones.
Javier Beltrán, del MIES, explica que quienes reciben el crédito deben asistir a 20 horas de capacitación. Incluye módulos de organización del emprendimiento, educación financiera, perfil de negocio, nutrición y escuela de familia.
“En este último nos enfocamos en sus derechos. A cada taller asisten 40 usuarias y al menos seis reconocen que sus esposos tienen actitudes machistas, no las dejan trabajar o quieren manejar el crédito”.
Adriana sobrelleva las dificultades de su vida en pareja confeccionando delicadas almohadas y lazos para niñas, también con un crédito del MIES. “Mi esposo se enoja cuando me ve trabajando”.
Cristina Almeida apunta que la dependencia económica no ayuda a dejar una vida de violencia. Lo dice por las historias que ha conocido al frente de Nina Warmi, que apoya a mujeres sobrevivientes y a familias de víctimas de femicidio.
El grupo respaldó la iniciativa ‘Crece mujer no más violencia’, una línea de crédito disponible desde octubre pasado, articulada entre el Banco Central, BanEcuador y oenegés.
Diez mujeres de Nina Warmi han accedido. Antes denunciaron a sus agresores. Sus emprendimientos avanzan y reciben apoyo y asesoría para no abandonar el proceso legal. “El crédito es la diferencia entre la vida y la muerte”.
Desde 2017, BanEcuador ha registrado 220 970 créditos para mujeres (el 59% del total). Son USD 700 millones para actividades pecuarias, de comercio, agrícolas y de servicios.
“Ampliamos la línea de crédito Mujer emprendedora, para quienes afrontan situaciones de vulnerabilidad. Se les entrega hasta USD 3 000, sin la firma de su cónyuge, de tenerlo; y hasta USD 10 000, con cobertura del fondo de garantía”, explica Jorge Wated, presidente de BanEcuador. Además abrirán créditos productivos de USD 1 000, 2 000 y 3 000 para las beneficiarias del bono.
Otras organizaciones trabajan con recursos propios. En Guayaquil surgió la Fundación Madres Solteras en Acción y Apoyo a Mujeres Migrantes y Refugiadas, que agrupa a 700 mujeres, entre aportantes y beneficiarias. Ofrecen cursos de manicura, elaboración de calzado, entre otros. También facilitan espacios para la venta de sus productos.
Susy optó por esa salida. Hace cuatro meses huyó de Esmeraldas con sus cuatro hijos. La fundación le facilitó un aporte semilla para vender alimentos. Hoy se mantiene sola.
“Solas sí podemos salir adelante”, reflexiona María Fernanda. Recibió su más reciente préstamo de USD 1 200, a dos años plazo. Tiene un negocio en Durán y otro en el mercado artesanal de Guayaquil.