Imagen referencial. En Ecuador, el mapa consolidado de femicidios -difundido por la Fundación Aldea, el Taller Comunicación Mujer, la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos y la Red de Casas de Acogida- registró 642 femicidios desde el 1 de enero del 2014 hasta el 28 de febrero del 2019. Foto: Pixabay
Son las 16:00. Sofía (nombre protegido) llega al café y, al sentarse, lo primero que toma de su bolso es un diario verde, escrito por ella. En su interior, decenas de páginas -algunas rotas- describen su pasado. Es un ejercicio liberador, dice, el más preciado que tiene desde aquel 2 de febrero del 2015. Ella lo recuerda, ese día marcó su vida. Su expareja -y padre de su niña- la arrastró en la sala de su casa, frente a su hija de cuatro años; la golpeó en vientre, extremidades y cabeza.
“No era la primera vez que me agredía, sobre todo, psicológicamente. Pero traté de mantener a mi familia unida, que mi hija tuviese a sus padres juntos”, relata. Ese 2 de febrero, después de 12 años de relación sentimental, Sofía decidió salir de su casa junto con su pequeña y comenzar una nueva etapa, lejos de la violencia. No denunció los golpes pero sí ingresó en un proceso de terapia psicológica que le permitió entender que durante más de una década estuvo inmersa en un círculo de violencia. No romperlo, según especialistas, podría culminar progresivamente en un femicidio, la máxima expresión de la violencia contra la mujer.
Sofía cuenta su historia en un escenario nacional en el que seis de cada 10 mujeres ecuatorianas han sufrido algún tipo de violencia, según la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres que el Instituto Nacional de Censos y Estadísticas presentó en el 2012.
En Ecuador, el mapa consolidado de femicidios -difundido por la Fundación Aldea, el Taller Comunicación Mujer, la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos y la Red de Casas de Acogida- registró 642 femicidios desde el 1 de enero del 2014 hasta el 28 de febrero del 2019. El delito, tipificado en el artículo 141 del Código Orgánico Integral Penal (COIP), contempla una pena de 22 a 26 años de reclusión.
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“¿Por qué no lo dejó cuando la golpeó la primera vez? ¿Por qué aguantó tantos insultos?” son algunos de los juicios sociales que recaen sobre una mujer víctima de violencia de género. Para la investigadora Jenny Pontón, en en el Ecuador todavía “se culpabiliza a la persona por soportar un abuso (ignorando el círculo de la violencia) pero al mismo tiempo se la condiciona a que proteja el matrimonio ‘hasta que la muerte los separe’, a que sea la proveedora de amor y cuidado porque así se ha construido culturalmente a la mujer en una sociedad que sigue siendo androcéntrica”, señala.
El ciclo de la violencia de género, descrito por la psicóloga estadounidense Lenore Walker en 1979, abarca tres etapas: la acumulación de tensión, el estallido de violencia y la ‘luna de miel’, atravesadas por un tipo de violencia que se manifiesta de forma sutil: la psicológica.
Michelle (nombre protegido), de 26 años, cuenta que antes de ser abusada sexualmente por el hombre con el que mantuvo una relación sentimental durante más de cuatro años, él comenzó agrediéndola psicológicamente. “Era 2011. Yo apenas tenía 19 años. Nunca me había enamorado y estaba en esa búsqueda del amor hasta que lo conocí. Al principio, eran cosas leves como comentarios de tipo ‘oye, mejor alísate el pelo’ o ‘no me gusta como te quedan esas botas’. Pero cuando salía con mis amigas temprano e íbamos a desayunar, yo le avisaba y su respuesta era ‘Claro, ahora el engaño se llama estar con amigas desayunando’. A partir de ahí, él comenzó a insultarme, a llamarme ‘puta’ sin ningún motivo”, recuerda Michelle.
Graciela Ramírez, psicóloga clínica especializada en Género y Desarrollo, explica que la primera fase del círculo, la acumulación de tensión, se inicia con una serie de eventos pequeños (en relación a cómo podría finalizar una agresión) como vulneraciones o insultos, como sucedió con Michelle. “Las víctimas no buscan ayuda porque son agresiones que muchas veces son naturalizadas y están de lado de la violencia simbólica que se vuelve invisible: una frase, el control económico, el control a la vida diaria y poco a poco se van acumulando”.
Sofía, de 36 años, dependía económicamente de su entonces esposo. Pero el motivo mayor que la mantenía a su lado era el bienestar de su hija. “A veces, me confundía. Me insultaba, pero después se disculpaba. Vivimos así dos años, hasta que un día dejé de callar y le dije que si seguía así me iba a ir. Fue la primera vez que me golpeó”, relata.
El ataque físico que sufrió Sofía fue un primer estallido de violencia, la segunda etapa del círculo. “Para la víctima se han almacenado vejaciones, ofensas. Pero para el agresor, se han acumulado lecturas de que la persona no está ‘cumpliendo’ su rol o que ya no permite el maltrato sin que haya una respuesta. Eso produce el evento desencadenante. En esta etapa es cuando las víctimas comienzan a buscar ayuda, aunque después pueden parar el proceso. Por eso, siempre planteo que la violencia psicológica es muy peligrosa porque de ahí va creciendo en escala”, señala Ramírez.
Para Michelle, el control que su expareja ejercía sobre su vida no solo la aisló de su familia y amigos, sino que influyó en su desarrollo académico. “Estaba cansada de cómo me trataba, así que decidí terminar la relación por cinco meses. Llegué a sentirme muy sola y vulnerable, coincidió con el divorcio de mis papás. Regresé con él y decidimos vivir juntos en su casa. Ahí entendí cómo creció, en un hogar dónde el maltrato a la mujer y el machismo era algo normal. ‘Desde ahora en adelante, él es tu responsabilidad’, me dijo su madre cuando llegué”, recuerda la joven.
El estallido llegó en la forma de violaciones sexuales y abuso de drogas. “El momento en que todo se fraccionó, en el que me di cuenta de que era una mujer abusada, fue una noche, en su casa. Se subió encima mío y me violó. Yo tenía los ojos abiertos. No podía creer lo que estaba pasando. Cuando terminó, se acostó para dormir. ‘¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?’, le pregunté y siguió durmiendo”, cuenta Michelle.
La violencia sexual registra altos índices en Ecuador. 24 462 denuncias han llegado a mesas de fiscales a escala nacional desde el 1 de agosto del 2014 a diciembre del 2018. El 75% se ha estancado en la indagación previa, la etapa inicial de la investigación y el proceso legal.
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Sofía, recuerda, soportó ser golpeada durante años para tratar de salvar la relación por su familia. Ella sí acudió a terapia psicológica e invitó a su pareja. Por algunas semanas, el ambiente en casa mejoró. Pero él decidió dejar de asistir a las sesiones y los abusos comenzaron de nuevo.
La psicóloga Ramírez dice que esa ‘reconciliación’ efímera es la ‘luna de miel’, la tercera etapa del ciclo. “Aunque la mujer busque ayuda, los síntomas suelen bajar y piensan que va resolverse. Hay retractación y el abandono de terapia o de procesos legales. La luna de miel se basa en el reconocimiento de la culpa del agresor -genuino o no genuino- pero eventualmente la víctima ya no volverá a ‘cumplir’ esa demanda del agresor y seguirá otro estallido”, explica.
Para Michelle ha sido un proceso sistemático. Después del abuso que sufrió, le tomó ocho meses terminar definitivamente la relación con su agresor. Logró graduarse, viajó a Buenos Aires donde estudió una nueva carrera. Regresó a Ecuador y mientras trabajaba en Quito su jefe intentó abusarla sexualmente. Ella renunció e inició un proceso psicológico para sanar, consolidó una carrera exitosa y fortaleció sus lazos familiares.
“Sé que no soy una víctima, sino una sobreviviente. A mí me costó cuatro años estar bien. A las mujeres que no han podido salir, las acompaño y les digo: escúchense. El primer paso para romper este círculo es irse. Asusta porque piensas que vas a estar sola, porque te han alejado de todo. Pero las personas que te quieren ahí van a estar, esperándote, tal como me pasó a mí. Lo más importante es que te tienes a ti misma”, dice Michelle, con firmeza.
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El círculo de violencia en la vida de Sofía duró 12 años hasta la noche en la que decidió irse. “Sí, tuve miedo. Me fui sin un trabajo fijo, mi familia estaba decepcionada de mí, perdí el contacto con mis amigos. Fue muy duro, pero mi hija fue el motivo que me hizo seguir. Salir de este círculo me salvó la vida”, dice Sofía, quien levantó un spa junto con su hermana.
Las de Sofía y Michelle son historias resilientes, pero existen casos en los que la víctima no logra salir de este círculo y son víctimas de femicidio, como Amelia, asesinada el viernes 8 de febrero del 2019 en plena vía pública, pese a que había obtenido una boleta de auxilio.
La psicóloga Graciela Ramírez reflexiona sobre el papel de la Justicia ecuatoriana frente a los casos de violencia de género: “Se piden penas más duras pero cómo en el país no es posible conseguir ni prisión preventiva por 15 días. La gente se despecha y abandona los procesos. Llevé un caso de una víctima que claramente estuvo inmersa en este círculo, pero cuando presenté el informe la fiscal de género del caso dijo que la psicología ‘no es científica’, cuando todo estaba argumentado. Después gritó ‘que pase la traumada’, refiriéndose a mi paciente. ¿Cómo es eso posible?”.
La investigadora Jenny Pontón enfatiza en la ausencia de perspectiva de género en los operadores de justicia. “Deberían existir políticas públicas para que se sensibilicen en este temática. Mucha gente piensa ‘¿para qué se tipificó el femicidio?’, pero es necesario para evidenciar a través de datos un problema que existe y que antes ni siquiera se podía medir. Es importante que los agresores sepan que se enfrentan a un delito, pero lo punitivo no es la solución en su totalidad. La sociedad debe ingresar en un profundo cambio cultural, que se cambien perspectivas desde la Justicia, desde los medios de comunicación”.