Un contenedor la aisló de la crisis global. Mientras la pandemia de covid-19 confinaba al mundo, una joven asiática atravesaba la inhumana ruta de la trata de personas.
Su viaje finalizó en un puerto de Ecuador y poco después halló refugio en la casa de acogida Hogar de Nazareth. Ingresar fue un desafío, porque una prueba de coronavirus arrojó un resultado desalentador.
Mayra Aguilar recuerda que con el apoyo de organizaciones internacionales consiguieron un espacio temporal y luego de la cuarentena se unió a la casa en Guayaquil, donde otras 12 mujeres y sus hijos habían sido rescatados de la violencia. En octubre, cuando el virus dio tregua, la joven pudo volver con su familia.
Su historia refleja los retos que han afrontado las cinco casas de acogida y 15 centros de protección del país para no cerrar las puertas a las sobrevivientes del femicidio y la trata en una pandemia que aún no termina.
Entre el 2020 y agosto pasado apoyaron a 12 000 usuarias. Para hacerlo se adaptaron a la bioseguridad y al distanciamiento para mantener el soporte sicológico. Superaron el temor a la enfermedad para avanzar con las denuncias contra los agresores, consiguieron equipos tecnológicos para clases y citas médicas virtuales, e hicieron alianzas para tomar pruebas covid antes de los ingresos.
A la par buscaron soporte en organismos internacionales y municipios para no parar la atención, como recuerda Marlene Villavicencio, coordinadora de la Red de Casas de Acogida. “Ninguna casa cerró pese a que no hubo un incremento de recursos al considerar las nuevas necesidades, como bioseguridad, salud, movilización. Debimos reinventarnos”.
Y aún ahora lo hacen. Los protocolos sanitarios se mantienen con esfuerzo y los fondos que reciben de la Secretaría de Derechos Humanos, que cubren entre un 40 y 60% de las necesidades, llegan con retraso. A esa entidad se le asignaron USD 11 400 024 en la proforma del 2020.
Aunque los convenios con las casas se firman en enero y julio, los montos suelen acreditarse en marzo u octubre. El atraso afecta a los pagos de alimentación y de salarios a las sicólogas, abogadas, trabajadoras sociales, educadoras, facilitadoras…
Aguilar administra Hogar de Nazareth, un espacio teñido con cálidos murales de rostros sonrientes. Abrió en 2008 como parte de los programas sociales de Hogar de Cristo y en el 2020, año crítico de la pandemia, acogió a 34 mujeres y 39 menores.
Aquí los equipos de trabajo hicieron turnos de tres días consecutivos para bajar el riesgo de contagios. “Lidiamos con el temor y las tensiones. Pero fuimos fuertes y logramos avanzar”, dice Aguilar, convencida.
Estas casas son el punto de partida de una nueva vida. Dentro, lejos de las agresiones, las mujeres sanan, tejen sus redes de apoyo y se capacitan para emprender negocios propios o buscar un empleo por sus hijos.
Seis meses es el rango de estadía, aunque la emergencia extendió el plazo. En ese tiempo no había forma de salir; tampoco les esperaba nada seguro afuera. La situación fue igual de compleja para las familias en seguimiento externo. En Cuenca, donde acogen a unas 70 mujeres y 150 niños al año, Villavicencio cuenta que abrieron un espacio para que los chicos se conecten a las clases en línea.
La pandemia de la violencia, como la define Rosa López, obligó a pensar otras estrategias en territorios que están en la ruta de las familias en movilidad humana. En El Oro, donde lidera el Movimiento de Mujeres, habilitaron sitios de aislamiento y hasta alquilaron habitaciones en hoteles para las víctimas positivas a covid-19.
Aún recuerda a la primera extranjera con coronavirus que llegó al centro de atención Rosa Vivar Arias. Para ella y su hija adecuaron una habitación y solo una ventana les permitió mantener el contacto durante 15 días.
Ver a la pequeña correr libre por el patio luego de ese tiempo atenuó el temor al virus y dio impulso a más intervenciones. En equipo rescataron a mujeres de sus casas en el confinamiento y abrieron puntos de esperanza para dar alimento a los migrantes y captar casos de violencia.
“La demanda sobrepasa a la oferta de servicios del Estado y de la sociedad civil. Siete de cada 10 mujeres sufren violencia, es una realidad que amerita recursos suficientes para atención, prevención y reparación para los sobrevivientes”, dice López. Hoy se tiene previsto que el Gobierno presente su sistema de erradicación de la violencia de género.
El chillido de un columpio se repite una y otra vez en Hogar de Nazareth, en Guayaquil. Frente al balancín en el que una niña se divierte, Andrea habla de su futuro. Llegó al país antes de la pandemia; con la emergencia sanitaria la violencia se exacerbó y decidió empezar de nuevo. “Aquí tengo paz -dice-. He aprendido sobre belleza y voy a talleres. Sé que lograré superar todo por mis hijos”.