Había tomado esa ruta antes. Atravesó la avenida frente a su casa, en el norte de Guayaquil, y giró por el callejón que conduce a un restaurante, por el que también caminaba un hombre. Cuando parecía que él seguiría su camino, se volteó y el tipo golpeó uno de sus glúteos.
“Reaccioné -recuerda Nicole-. Le pregunté qué le pasaba, por qué hacía eso si no lo conocía”. El agresor se lanzó sobre ella y comenzó a golpear su rostro, su cabeza, sus costillas e introdujo su mano en su ropa interior.
Este testimonio visibilizó el acoso que sufren permanentemente las mujeres en las calles. Se trata de un tipo de violencia sexual que se ha naturalizado de forma nociva.
Verónica Vera, directora ejecutiva de la organización Surkuna, explica que surge de una relación de desigualdad, que usa la subordinación de la víctima como amenaza.
“El acosador usa la palabra, el insulto, los mal conocidos ‘piropos’ -dice Vera-. Trata de intimidar, de generar miedo, angustia y está relacionado con la violencia sicológica”. Y aunque se tiende a pensar que esta acción es sutil, el acoso está a pocos pasos de otros tipos de violencia sexual.
Nicole recibió 30 días de incapacidad luego de una valoración médica. Tenía una costilla rota, moretones, heridas, por poco pierde un diente y sufre intensos dolores de cabeza.
Actuar en conjunto previene
Callar ante el acoso deja secuelas. Sentir miedo de salir sola a la calle o cubrirse con más prendas de las que se usaría normalmente, aunque el calor sea intolerable, son señales de un trauma.
Para esquivar su impacto se debe actuar. Sin embargo, si se actúa sola podría haber riesgos. No debería ser así, pero la agresión que sufrió Nicole lo demuestra.
Siete personas pasaron junto a ella la noche en que fue víctima del acoso y abuso sexual recibido. Nadie hizo nada; algunos incluso aceleraron el paso.
El camino más indicado es actuar como sociedad. Vera reflexiona que para hacerlo hay que dejar de ver la violencia como un asunto privado y empezar a considerarla como un tema público en el que todos estamos llamados a reaccionar.
“Hay que acoger a las víctimas de acoso, que sepan que no fue su culpa porque la responsabilidad siempre será del agresor. Es necesario visibilizar esta forma de agresión, no minimizarla ni tachar a la víctima de exagerada o decir que menos mal no pasó a una situación más grave”.
Las consideraciones
Por eso, antes de actuar, es necesario detectarlo. Un ‘piropo’ no consentido, una expresión que genere incomodidad e inseguridad, un comentario que marque un abuso de poder son solo algunas muestras del acoso que expone Katherine Cassanova, trabajadora social del área de atención a víctimas de violencia basada en género. Ella trabaja en el Centro Ecuatoriano para la promoción y acción de la Mujer en Guayaquil (Cepam).
“Podemos decirle a esa persona: ‘esa no es la forma’ o ‘¿y si fuera su hermana?, no le gustaría que pase por esta situación’. Pero más allá de la reacción de la sociedad, el Estado debe hacer campañas permanentes de concienciación, porque con el acoso empieza la violencia”, dice.
Sin embargo, desde el Estado hay trabas. El acoso callejero, como tal, no está tipificado como delito y suele ser complicado obtener pruebas para presentar una denuncia. La revictimización es otra barrera, por la falta de sensibilización en enfoque de género entre quienes se encargan de receptar las respectivas denuncias.
Otra deuda es el apoyo sicológico. Cambiar la forma de vestir, de ruta o las horas para salir son reflejo de una afectación y no una solución. Surkuna, Cepam y otras organizaciones feministas tienen programas para dar acompañamiento a las víctimas.
El respaldo que ha recibido Nicole la motivó a presentar una denuncia, aunque no hay pistas del agresor. Ella quiere que su caso deje un precedente. “Es un futuro feminicida; no sabemos si habrá otras víctimas”.
Educación, la ruta más eficaz
Otra vía efectiva para prevenir el acoso es la educación. El enfoque de sexualidad debe ser integral desde la niñez, entendido como las formas que aprendemos para relacionarnos entre todos.
“Se debe enseñar a niñas y niños que todas las prácticas que tengamos hacia otra persona deben ser consentidas -asegura Vera-. Si voy a tocar el cabello de una niña, lo que parecería inofensivo, hay que enseñarles a preguntar: ¿te sientes cómoda con ello?, ¿puedo hacerlo?, ¿te molesta que lo haga? Son cosas tan sencillas como relacionarnos”.
Aprender a poner límites al cuerpo es otra ruta de prevención que recomienda Casannova. “Desde pequeños hay que enseñarles que no se le pega a una niña porque supuestamente le gusta, que no se toca al compañero porque hay que respetar los límites de su cuerpo”, dice.
Tome en cuenta
Hay que informarse para detectar y prevenir. En el acoso prevalece una postura de poder del agresor frente a la subordinación de la víctima, en un contexto de amenaza e intimidación.
Al identificar una situación de acoso, los espectadores deben intervenir. El entorno debe reconocer una situación nociva para la víctima y decidir, en conjunto, detener la agresión o buscar apoyo.
Dar apoyo es esencial para diluir la idea de culpabilidad que puede sentir la víctima de acoso. El acompañamiento cambia esa percepción.
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