Hernán Pacurucu es desde hace cinco años director del certamen nacional de pintura Salón de Julio, cuya 60 edición abrió esta semana en el Museo Municipal de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes/ELCOMERCIO
Hernán Pacurucu Cárdenas ha curado más de 200 exposiciones. Considera que ser sabio o bienintencionado no está de moda, porque disfrutamos de que nuestros héroes sean también villanos.
El curador y crítico de arte contemporáneo Hernán Pacurucu tomó el concepto de ‘sujeto tóxico’, de uso extendido actualmente respecto a personalidades nocivas, a relaciones interpersonales o laborales corrosivas, para reivindicar una cierta noción de toxicidad en el mundo del arte. El director del certamen nacional de pintura Salón de Julio del Museo Municipal de Guayaquil reflexiona sobre esa y otras aristas sociales de lo tóxico.
En una reciente exposición bajo su curaduría reivindicaba el poder nocivo y recalcitrante de los ‘Sujetos tóxicos’ para generar una suerte de revulsivo estético o discursivo en el arte. ¿Por qué reivindicar lo tóxico en ese ámbito?
Primero tenemos que arrancar desde la ontología de la palabra. En este caso no uso el término como lo puede hacer la literatura de superación o la psicología popular. Lo tóxico es lo enfermizo, lo dañino, el veneno, pero al mismo tiempo tenemos que lo que no se acopla a un sistema es considerado tóxico también.
¿La toxicidad se determina respecto a las características del sistema con el que entra en contacto?
Si hay un sistema brutal y enajenante que ha colonizado nuestras mentes, digamos que neoliberal o capitalista, depende de cómo abordemos la etapa en la que vivimos, frente al que prima ser ‘políticamente correcto’, el sujeto artístico tóxico es un personaje que tiene posición, postura e integridad y es crítico frente a las injusticias e inequidades. Dadas las condiciones del sistema mundo, una ‘Matrix’ como la de la película, en donde todos estamos conectados a una máquina y la máquina piensa cómo deben ser nuestras vidas, ahí entiendo la toxicidad. La religión, la moral, el trabajo y las buenas costumbres pasan a formar parte del ejercicio de poder que dosifica como tranquilizante al ser humano, incapaz de ser crítico frente al medio en el cual se desenvuelve.
¿Una suerte de rebelión?
En la película ‘Matrix’, los rebeldes eran considerados tóxicos, entonces la madre, el sistema, les manda sus anticuerpos para eliminarlos, esa era el doble giro conceptual que quería darle a la palabra tóxico, porque eran artistas que se rebelaban al sistema. ¿Y quién expresa mejor esa rebelión si no los artistas? El arte por naturaleza es contestatario, irreverente, irónico, hasta cierto punto no deja de tener un halo de rebeldía y obviamente de toxicidad.
¿En las obras premiadas en el Salón de Julio de Guayaquil vemos obras que encuadran también en esos discursos de toxicidad?
Totalmente, hay un tono recalcitrante, son obras que se rebelan a un sistema. En el caso de Diana Gardeneira, ataca un sistema falocéntrico y machista, que vive en nosotros y todos deberíamos hacer un mea culpa, tenemos un ADN machista. Emilio Seraquive toma la noción de ‘lojano mata a lojano’ pasado al tema de los videojuegos para acusar la hipocresía que viven pueblos pequeños, la envidia del vecino y del cercano. Son formas de crítica a partir del arte, tóxicas para ese sistema de cosas que se resisten a cambiar.
¿En qué medida tiene que ver ese enfoque con lo antihegemónico?
Porque son debates que fluctúan y generan fisuras en el sistema. Son unas luchas pequeñas, marginales, que brotan y se apagan en distintos lugares, pero que en un momento dado pueden hacer estallar el estado de las cosas. El arte para mí es una forma de entender la realidad a partir de la ficción, que en un momento dado roza y se encuentra con la realidad, y es allí donde puede generar reflexiones.
¿El arte tiene como función ser tóxico?
Sí, totalmente. De hecho, esa era la tesis. El arte tendría que tener procesos de toxicidad, de irreverencia, de contestación, de crítica, porque de lo contrario no tiene razón de ser, sería solo placebo, para decorar salas, lo que no tiene mucho sentido desde mi punto de vista. El buen arte, el que se desarrolla lejos de los centros de intercambio comercial, tiene como misión ser tóxico.
¿Y cómo ve el término aplicado en psicología popular a las personalidades?
Existe también esa toxicidad y es enfermiza, desde esta otra perspectiva es como un ácido que perfora tu ser, o que hace daño a los otros, que es peor.
Por ejemplo el novio celoso posesivo, parejas que se maltratan, se hacen daño y se anulan, o jefes tóxicos que todos hemos tenido, no hay duda. Entonces veo la toxicidad de una curaduría de arte como una forma de virus contra el sistema y la otra que está más vinculada con procesos de deformación de personalidad y de autosuperación personal.
¿Pero no le parece curioso que en lo hegemónico también se exprese la toxicidad de personalidades como las de Vladimir Putin o Donald Trump?
De hecho creo que el problema no es Putin o Trump, el problema es la política, que para ser tal ha tenido que transformarse en tóxica. Hay sus honrosas excepciones obviamente, pero a menudo el político es alguien que quiere una vía rápida al dinero o al poder, que finalmente se traduce en dinero. En un momento del siglo XX ser político llegó a ser un orgullo, lamentablemente la política se enlodó, y hoy muchas veces se equipara con un ladrón.
¿Pareciera que ser inteligente y exitoso hoy implica ser tóxico para uno mismo y para los otros?
Primero tenemos que construir y reconfigurar la palabra éxito. Yo me siento exitoso porque tengo una esposa, una hija con la que tengo la dicha de hacer largas sobremesas y unos perritos que me quieren y paso con ellos feliz, hago el trabajo que me apasiona, me tomo el tiempo para apreciar una obra de arte. Para mí, ese es un modelo del éxito. Pero si el modelo está basado en la acumulación de bienes y de capitales, obviamente tienes que aplastar a un montón de gente. Tratar de ser feliz es otro tipo de éxito.
¿Será que la personalidad tóxica actualmente es más atractiva socialmente?
Marvel y DC Comics crearon esta figura del superhéroe, como Iron Man o Batman, de cierta personalidad tóxica, se construyen paradigmas bajo esos parámetros, y claro que es enfermizo. Es una imagen vinculada casi con lo apoteósico. Vivimos en el capital y todo lo que está atravesado por el capital es un modelo de éxito.
¿La misma maquinaria la hace más atractiva?
Ser tóxico en este sentido se convierte en un modelo del triunfador, estamos encaminando el mundo hacia allá.
¿Twitter sería el lugar donde se destila el veneno? ¿Como relacionar el tema con las redes sociales?
Las redes sociales son terreno fértil para la megalomanía, para el culto a la personalidad y los delirios de grandeza. Pero el éxito de la red social no es mentirle al otro, es mentirse a uno mismo, en Facebook es así, porque se crea un simulacro de una realidad que no existe. La red social por excelencia es una forma de construcción de subjetividades, donde la gente puede construir un mundo imaginario.
¿El reverso de esta toxicidad sería la sabiduría?
No es un antagónico fácil, como al bien que se le antepone al mal. Incluso un héroe puede ser muy tóxico, la discursiva del mundo actual se caracteriza por eso, no es fácil distinguir entre blanco y negro porque hay un abanico de grises y de colores. En las series de televisión se han diluido también los límites entre el bien y el mal.
Si aceptáramos que lo contrario a una persona tóxica sería alguien sabio, humilde y bienintencionado, nos tocaría preguntarnos: ¿por qué no son esas personas las que están gobernando el mundo?
Porque no están de moda (risa), porque tienes que tener algo de villano, de maquiavélico, las princesas desaparecieron, la noción de cuento de hadas también. Disfrutamos de que nuestros héroes sean también villanos. Los expresidentes que escaparon con dinero vuelven y los recibimos con vítores a su regreso, esa es la transparencia del mal. Ya nadie oculta su maldad, aflora y otorga popularidad.