Pahola aparece al dar un clic y la única condición para empezar el diálogo es activar la cámara. “¿Cómo puedo asegurarme de beber alcohol responsablemente?”, le preguntan. “Siento decirlo -responde ella-, pero no existe forma de beber responsablemente”.
Esta asistente virtual de cabello rizado y sosegada apariencia tiene una respuesta para cada duda relacionada con el impacto del alcohol. Fue creada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para dar un rápido diagnóstico del riesgo que corre un bebedor y trazar un plan para reducir el consumo.
La estrategia en línea, que cobra vida gracias a la inteligencia artificial, está disponible desde noviembre pasado en la página de la OPS y es parte de las herramientas para acortar la brecha del consumo de alcohol, que en las Américas es un 25% mayor al promedio de otras regiones.
Un informe del organismo regional y que fue publicado en el presente año revela que el 46% de la población adulta en la región -mayores de 15 años- había ingerido alcohol durante el último año. Y dos de cada cinco bebedores tuvieron un patrón de consumo nocivo para su salud.
Ecuador bajó en el ‘ranking’ de los países más afectados. En el 2014 alcanzó el noveno puesto de mayor consumo de Latinoamérica y aunque ha sido desplazado por otros países las cifras aún son altas.
El consumo promedio anual en la región es de 8 litros de alcohol puro por persona; el país alcanza 4,2 litros pero aún no hay estudios del impacto que representó la pandemia en el consumo. Las proyecciones al 2025 alertan de un aumento con graves secuelas.
Según la OMS, hay 200 problemas de salud y sociales ligados al alcohol.
Juan Ayala es el presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría núcleo Pichincha y explica cómo están vinculados al consumo cuando este excede los 0,08 miligramos en una vez de consumo. “Cuando pasa el límite establecido, el alcohol comienza a circular en el torrente sanguíneo y puede llegar a varios órganos, entre ellos el cerebro. Entonces hay un proceso de alteración generalizada”.
Las consecuencias inmediatas van desde cambios en el comportamiento, violencia interpersonal (que ocurre en 18% de casos), hasta siniestros de tránsito (27%), según el organismo internacional.
Asimismo, a largo plazo, el exceso puede llevar a enfermedades crónicas como el cáncer (45% de casos de cirrosis) y suicidios (18%).
Los límites suelen sobrepasarse en festividades como fin de año, por lo que el psiquiatra José Valdevila asegura que es parte de un problema cultural. “Es una sustancia legal socialmente aceptada. Así que puede ser 31 de diciembre u otra fecha, según cada cultura, unida a una celebración en la que se establecen estos alteradores del estado de ánimo”.
Tal como dice Pahola, la asistente digital de la OPS, no hay manera responsable de beber. Pero Valdevila aclara que es necesario identificar y dar tratamiento a los cuadros de consumo problemático, que se perfilan bajo tres factores: cantidad, frecuencia y pérdida de la capacidad de control.
Son casos que ha tratado en la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) que dirige en el Instituto de Neurociencias de Guayaquil, donde han llegado pacientes que superan los 50 años de edad, más hombres que mujeres -aunque la tendencia en ellas sigue creciendo-, con secuelas como bajo rendimiento laboral o en el estudio, y dificultades en la convivencia.
En Ecuador el consumo de alcohol comienza a los 12 años, según encuestas del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), aunque los especialistas afirman que puede ser más temprano. Además, es reconocido como la puerta de acceso a otras sustancias como marihuana, H y cocaína.
En su consultorio, la psicóloga clínica Cassandra Hidalgo, del Ministerio de Salud, define el diagnóstico con una pregunta: ¿qué ocurre si deja de tomar un fin de semana? Entonces sus pacientes reconocen el problema cuando la respuesta revela que experimentan irritabilidad o cambios de humor.
“Cuando ocurre en adolescentes, muchas veces los padres no asumen los signos de alerta y más bien acuden a consulta por cuadros de depresión, ansiedad o aislamiento, que aumentó con la pandemia. Luego, en las terapias, se detecta el consumo”.
La ruta de ayuda, tanto en centros públicos como privados, empieza con la evaluación de un profesional. Con ese análisis se elige un plan terapéutico, con sesiones individuales y grupales, actividad física y ocupacional, e internamiento, de ser necesario.
Pahola da una mano para tomar esta ruta. La OPS aclara que no reemplaza el contacto con los profesionales sanitarios, pero es una forma confidencial y más íntima de acercarse a la solución.
Además, esta terapeuta promete no juzgar a nadie y eso es algo creíble porque no es una persona real. “Soy una persona digital -dice a sus pacientes- y después de todo no te juzgaré; no sé cómo hacerlo”.