Alan Cathey: ‘Ya hemos tenido reales apocalipsis’

Alan Cathey, en uno de los parques del barrio Jipijapa, en Quito, se detiene un rato para pensar en el fin del mundo y el apocalipsis, que tanto llamaron la atención en estos días.

Alan Cathey, en uno de los parques del barrio Jipijapa, en Quito, se detiene un rato para pensar en el fin del mundo y el apocalipsis, que tanto llamaron la atención en estos días.

Alan Cathey, en uno de los parques del barrio Jipijapa, en Quito, se detiene un rato para pensar en el fin del mundo y el apocalipsis, que tanto llamaron la atención en estos días. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Otra vez, la enésima, se anunció el fin del mundo. Muchos lo creen; otros lo consideran una torpeza propia de las mentes crédulas. Pero la idea de que este lugar en donde vivimos un día terminará está presente en los seres humanos, sobre todo en los que siguen la tradición judeo-cristiana y musulmana. Y Alan Cathey, a quien en su condición de ateo le interesa la religión, le llama demasiado la atención -y también le preocupa- esta idea catastrófica del fin de los tiempos.

Podemos temerlo o considerarlo como una patraña, pero el fin del mundo es algo atractivo...

La noción del fin está extremadamente arraigada en nuestra alma, en nuestra naturaleza. Tenemos evidencia de ceremonias de paso que tienen 200 000 años de antigüedad. La cultura a lo largo de este tiempo tiene ceremonias que expresan esta comprensión del fin de la vida, que genera un temor porque de entre los instintos más arraigados en el ser humano están los de la supervivencia personal, como el más importante, y luego viene el de la reproducción, que es el de la supervivencia de la especie...

Pero en el caso del fin del mundo es por medio de las catástrofes...

Es el tema apocalíptico respecto al fin de las cosas y entramos en un plano más amplio que el individual. No estamos hablando de la comprensión de que yo voy a morir, si no que todos vamos a morir simultáneamente en una catástrofe. Normalmente los fines del mundo tiene dos vertientes. Una de ellas es la profética, que implica una predestinación, que estamos sujetos a una autoridad superior...

Más allá del libre albedrío...

Estamos sujetos a la voluntad de una autoridad superior que en cualquier momento puede parar esta cosa y que de hecho, según los textos sagrados, lo ha hecho en algunas oportunidades. El diluvio es el fin del mundo y está en la mitología de todas las culturas. La noción de que esta autoridad superior puede dar fin a su proyecto de creación es una creencia en que las cosas están marcadas.

Para colmo, no solo que todo se termina, sino que debemos someternos a un juicio que parecerá kafkiano, porque no sabremos del todo por qué se nos condena...

La profecía no solo anuncia el fin de las cosas, sino el inicio de algo con aquellos que son los “justos”, por llamarlo de alguna manera, para la autoridad superior. Sí: es kafkiano. El mensaje apocalíptico en general es un mensaje de desesperación y se producen en sociedades que entran en tiempos difíciles y es el campo abonado para los charlatanes.

Y en ese sentido, todas las tragedias naturales que vivimos son propicias para esos charlatanes...

En los años 70 empezó una oleada cada vez más significativa de mensajes apocalípticos en las más diversas religiones y expresiones políticas. Desde ese momento se produjo el aparecimiento de una cantidad de charlatanes que encontraron en esto una mina de oro. He perdido la cuenta de los fines de mundo a los que he asistido.

¿Y se dedicó a ver por la ventana el cataclismo?

Lo que pasa es que ya no me interesa, pero me divierte. Se escapa de mi comprensión el grado de credulidad de la gente y que está directamente relacionado con dos cosas: la desesperanza y la renuncia a la razón. Con tal de que me den esperanza y que pueda participar de ella, estaré bien...

La cosa es que las religiones, que más se aprovechan del fin de los tiempos, manejan muy bien la culpa...

En el Génesis, la culpa es haber comido del fruto del árbol del conocimiento del Bien y del Mal y somos culpables por ello. El desafío a Dios es no aceptar su orden.

Y nos expulsa del Edén con el temor de que vayamos a comer del fruto del árbol de la vida eterna...

Y nos arroja del paraíso y nos ordena poblar la tierra...

En ese sentido, ¿el fin del mundo es un anhelo para terminar con este sufrimiento y volver al paraíso?

Luego de la expulsión del paraíso, el siguiente episodio de gran envergadura es el diluvio: cuando el hombre ha poblado la tierra, ha ofendido al Señor, quien, en su infinita sabiduría resuelve exterminar a todos.

¿Tenemos los seres humanos un ADN catastrófico? Es algo que sabemos que se ha vivido y que a eso también nos dirigimos...

El problema es que no sabemos y, como no sabemos racionalmente, tenemos que explicarlo mágicamente. La mente funciona así. Es el pensamiento mítico que está inserto en todos nosotros y que debe ser un factor de supervivencia.

Pero se ha aprovechado de la ciencia o la pseudociencia para meternos este miedo al fin del mundo...

Claro... O como que el sol que se ha encogido, que el terremoto es por manchas solares... El rato que abusamos de la credulidad de personas que están desesperadas por creer es fácil generar imaginarios. En el plano político también hay imaginarios apocalípticos. El marxismo nos habla de un futuro perfecto y en la cual la sociedad no tendrá clases que se enfrenten entre sí. Con eso estaremos en un paraíso. Para muchos marxistas, El Capital se convirtió en un libro sagrado por mucho tiempo y el Partido, una iglesia.

O sea que lo apocalíptico no es solamente religioso...

En 1978 un reverendo llevó a 900 fieles a crear un estado comunista-religioso en Guyana a los cuales les transmitió la noción de que el apocalipsis y el anticristo, a los que identificó con el capitalismo, llegaba con un senador norteamericano que les fue a visitar. Y cuando unos se animaron a retirarse de la secta, el senador fue asesinado; el profeta proclamó el fin del mundo y los impulsó al suicidio, que no fue, en este caso, un pecado, sino un acto revolucionario. Ese es el problema: llegamos al desvarío.
Abandonamos la razón.

Naguib Mahfuz sostiene que las personas somos complejas y tenemos identidades complejas. Cuando nos identificamos con una sola identidad y aceptamos ser catalogadas por ella, nos volvemos fanáticos. La seguridad contra el fanatismo es tener muchas identidades: ser hincha de un equipo, a la vez gustar del velerismo, tener un grupo para degustar vino, y también ser un lector de Borges, y además asistir a un servicio religioso y tener una actividad deportiva. Todas esas identidades me enriquecen. La única protección contra el fanatismo es la educación y el escepticismo.

Ahora, el cristianismo tiene un libro que a veces parece más fundamental que los Evangelios: el Apocalipsis de San Juan...

Pero el judaísmo renuncia a la profecía cuando se racionaliza. Cuando el judaísmo pasa de la profecía a la ley en ese momento la propuesta profética pierde fuerza por su fracaso permanente. Nunca acierta porque todos los mesías judíos que llegaron lo único que causaron fueron daños cada vez peores y que culminaron en la tragedia de la destrucción Jerusalén por Tito, en el año 70. Ese sí fue un verdadero apocalipsis provocado por la noción mesiánica del rey salvador que llegará a liberar militar y políticamente al pueblo judío.

Y eso que hay otros apocalipsis generados por el ser humano...
Ya hemos tenido en la historia reales apocalipsis. La llegada de los españoles para mayas, aztecas e incas y fue un apocalipsis predicho por sus textos sagrados. La leyenda del hombre blanco que se identifica con Quetzalcóatl, Kukulkán y Viracocha, son leyendas que recogen el impacto que debió haber significado de la llegada de los escandinavos en el año 1000. Estos gigantes de piel blanca se convirtieron en una leyenda que se transmitió a lo largo de las comunicaciones y el comercio con las comunidades lamericanas más sureñas. Esta leyenda fue instrumental para el proceso de la conquista, que para estos pueblos fue el verdadero fin de su mundo generado por el hombre, más probable y más real, como lo fueron los episodios del nazismo.

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