South Beach tiene cabañas de hormigón armado y paredes de madera. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Sucedió a las 18:58, del sábado 16 de abril del 2016. Portoviejo. El severo sismo de 7.8 grados Richter echó por tierra el edificio del Hotel El Gato.
10 metros más allá, el almacén El Regalo parecía que ni se había despintado y estaba firmemente asentado en el suelo. Ambos tenían similar sistema constructivo: estructuras de hormigón armado.
Esa anécdota, explica el Ing. Santiago Vera, presidente de los colegios de Ingenieros de Manabí y del Ecuador, sirve para ejemplificar algo incuestionable: si la edificación está levantada según las normas constructivas vigentes, la posibilidad de que resista los efectos de los movimientos sísmicos fuertes es mayor que si fue levantada de modo empírico o sin respetar las normas.
Otro addéndum: la construcción bien hecha puede resistir a pesar de estar asentada en cualquier tipo de suelo. El de Portoviejo tenía un alto nivel freático por la caída de lluvias frecuentes los días anteriores. Esto se tradujo en un proceso de licuefacción; en palabras más asequibles, la fuerza del sismo hizo que el agua produjera grandes grietas en la tierra y el suelo se volviera ‘chapo’ y las casas y edificios no tuvieran terreno solido donde sostenerse.
En Manta, explica Vera, sucedió algo parecido. Los ríos Burro y Manta estaban con sus caudales crecidos. Con el sismo, el frágil suelo de Tarqui se licuó y las edificaciones más antiguas o levantadas sin normas constructivas colapsaron.
Obviamente, explica el ingeniero experto en suelos Orlando Mora, el tipo de suelo sí puede ser un agravante.
De hecho, explica Mora, la mayoría de suelos de la provincia de Manabí se encasilla dentro de los grupos ML (limos inorgánicos de plasticidad baja), MH (limos inorgánicos mezcla de limo, arcilla y arenas finas) y CH (arcillas expansivas elásticas).
Estos suelos tienen un comportamiento definido ante la acción de algunos fenómenos naturales: con la presencia de agua -y varias veces sin ella- sufren grandes cambios volumétricos y se hinchan. En consecuencia, comprometen cualquier obra civil, grande, mediana o pequeña.
Ahora mismo, explica Mora, el entorno urbano de la 5 de Junio de Portoviejo se encuentra en una zona de alto riesgo, porque está asentada sobre un suelo de las condiciones anotadas. De hecho, durante el sismo muchos inmuebles de este sitio sufrieron asentamientos y desplazamientos.
En Pedernales, Canoa, Jama, Coaque y otras poblaciones el suelo también pertenece a las categorías anotadas, especialmente a la CH (arcillas expansivas elásticas).
La destrucción fue terrible pero, asimismo, hubo excepciones, que confirmaron la regla. Una de ellas es el Hotel Amalur de Canoa, que salió casi sin rasguños. Su constructor, el vallisoletano Diego San José reforzó la cimentación y la estructura de hormigón armado a la par que alivianaba la segunda planta utilizando mamposterías de madera.
El Arq. Pablo Panchi, en cambio, utiliza otro sistema para alzar las cabañas de construcción mixta del complejo South Beach, emplazado en las afueras de Canoa. Él cambió la arcilla expansiva por tierra dura en las zonas donde van las cimentaciones. Este suelo recibió un proceso de compactación antes de cimentar.
¿Los materiales más idóneos? Todos. Si bien la caña guadúa y la madera han demostrado ser más flexibles, si las casas no están bien cimentadas se caen igual.
Un ejemplo es la zona rural en la vía Bahía de Caráquez-Tosagua, donde colapsaron muchas viviendas levantadas con estos materiales.
Como sabemos, explica el Ing. Roberth Aguilar, peruano, que valora el suelo manabita en estos momentos, toda estructura bien diseñada no debe colapsar violentamente.
“Por eso, primero hay que analizar las condiciones del suelo de cimentación, mediante un estudio geológico geotécnico. Luego diseñamos estructuralmente la obra cimentada a la profundidad adecuada bajo la superficie, y elevamos los niveles o pisos calculados. Utilizamos los materiales especificados. Todo bajo la supervisión técnica de profesionales”.
Suelos de limos y arcillas son comunes en Manabí. De su análisis depende el tipo de cimiento.