Simón Meza, de 64 años, ha llegado todos los días posteriores al terremoto a la Cruz para ayudar a receptar, seleccionar y acopiar las donaciones de los quiteños. Foto: Valentín Díaz / EL COMERCIO
Simón Meza es uno de los pocos personajes que continúan empacando y seleccionando los víveres que llegan como donaciones a la Cruz del Papa para los afectados por el terremoto. Él ha permanecido allí desde el primer día después de la catástrofe ocurrida en los poblados y ciudades de Manabí el pasado 16 de abril de 2016.
A sus 64 años, parece no costarle subir, bajar, etiquetar y manipular las cajas de víveres que llegan hasta el Parque La Carolina. “Sí es un poco cansado”, señala, “pero no se compara con el sentimiento que se tiene al ayudar”.
Meza comenta que llegó a ser voluntario porque “vine aquí a dejar unas agüitas y, como vi que faltaban manos, me quedé ayudando”. Desde ese domingo 17 de abril, no dejó de venir ni un solo día, a excepción de un sábado.
Durante los primeros días posteriores al desastre natural, Meza asegura que quedó “asombrado por la solidaridad de la gente que vino a donar y a ayudar”. Pero también menciona que el espíritu de empatía ha ido bajando gradualmente con el tiempo. “A la segunda semana se veía mucho menos gente y ahora no se ve casi nadie”.
Este lunes 9 de mayo de 2016, en el puesto de recepción de donaciones del Parque La Carolina, no se ve mayor actividad. Meza clasifica las cosas que llegan junto a otro compañero voluntario que prefirió no hablar con este diario. Ellos dos, más un funcionario municipal y dos agentes metropolitanos que custodian el sitio, son las únicas personas que quedan.
Para Meza, el terremoto que azotó la Costa ecuatoriana fue “devastador”, pero tiene fe en que las poblaciones afectadas saldrán adelante. “Dios siempre nos está bendiciendo y la gente que lo está pasando mal ahora con el tiempo se va a levantar”, destaca.
El voluntario se siente agradecido por la enorme respuesta de los ecuatorianos ante la catástrofe, pero pide que no se cansen todavía, pues aún hay gente que necesita de las donaciones y el trabajo colaborativo de las personas que pueden hacerlo. “Tenemos que seguir apoyando a nuestros hermanos”, asegura.
Después de décadas de trabajar en la industria textil, hoy por hoy recibe una jubilación. Nació en Quevedo, en Los Ríos, pero cuenta que de muy pequeño su papá lo llevó a vivir a Guayaquil y, en el año 1972, se trasladó a Quito para realizar el servicio militar.
En 1981, cuando estalló el conflicto con el Perú en Paquisha, Meza estuvo a punto de ser llamado a las filas, pero finalmente no ocurrió puesto que se calmaron los ánimos entre ambos países. “Yo ya estaba preparado para ir a la guerra”, dice.
Ese mismo año tuvo a su primer hijo. Debido a una mala experiencia marital, Meza quedó cuidando de sus dos retoños como padre soltero. Hoy sus dos hijos son adultos y no viven en Quito, por lo cual el hombre quedó viviendo sin familiares en la capital.
Entre su infinidad de experiencias, Meza recuerda también algunas decepcionantes, como las tres veces que su casa fue robada. Dos de los atracos que sufrió ocurrieron durante la crisis económica y bancaria de 1999, en el gobierno de Jamil Mahuad. “Salí a ver qué ocurría en la puerta, cuando salieron tres tipos, me dieron una paliza y se me llevaron todos”, relata.
Es por estas mismas experiencias dolorosas, según Meza, que ha tomado la decisión de ir a la Cruz del Papa todos los días a “dar un granito de arena para la gente que nos necesita en estos momentos”.
Meza comenta que, de ser posible, quisiera ir a ayudar a Manta, puesto que quiere visitar a un hermano suyo que vive allá con su familia. No ha hablado con él hasta el momento, pero otros familiares suyos le han comentado que se encuentra bien después del terremoto.
Con respecto a cuánto tiempo más se quedará en la Cruz del Papa ayudando a receptar las donaciones de los quiteños para los damnificados, asegura que estará allí “hasta cuando me den las fuerzas y la salud” y pide a Dios que “me ayude a dedicar mi tiempo aquí”.