El bosque de esta comunidad indígena alberga especies como venados y dantas. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Una de las cosas que más impactan en un bosque es la variedad de colores de las plantas, aves, mariposas, montañas, agua, etc. Si a esto se suma un arcoíris apoyado entre las montañas, el regalo de la naturaleza es perfecto.
Ese espectáculo natural se vivió la mañana del sábado 16 de junio, en la comunidad indígena de Ñamarín, cantón Saraguro, provincia de Loja. Allí, 98 familias cuidan un bosque de 300 hectáreas, en la parte alta, que es una cuenca hídrica.
Ese día, 62 jefes de familias participaron de la minga de limpieza de la vegetación, que se había formado a lo largo de los 4 kilómetros que tiene el canal de riego. Este empieza en la parte baja del bosque y se alimenta de sus escorrentías y quebradas de la parte alta.
A Mauricio Sarango, presidente de Ñamarín, sus padres le contaron que el canal tiene más de 200 años y que también fue construido en mingas comunitarias, utilizando huesos de animales como herramientas rudimentarias.
Siguiendo el legado de sus ancestros –pero ahora con picos y palas– ese sábado las hermanas Carmen y Angelita Sarango retiraban la maleza de las paredes laterales del canal. En los minutos de descanso admiraban y comentaban sobre la belleza que imponía el arcoíris al paisaje.
El Cabildo de Ñamarín realiza dos mingas por mes, para desarrollar trabajos relacionados al medioambiente, limpieza de cunetas y adecentamiento de espacios…
En el primer caso se convocan para limpiar los senderos y verificar posibles intervenciones humanas. Además, vigilan que no existan filtraciones en los canales de riego y de agua entubada, para evitar el desperdicio del líquido vital.
Hasta hace 40 años se duplicaba la extensión del bosque y el canal arrastraba más agua, contó Manuel Guaillas, de 75 años. Él veía a menudo venados, dantas, llamingos y otros, que corrían libremente en la espesa vegetación. Ahora son escasos, se lamenta Guaillas.
Es que en este tiempo, el bosque ha enfrentado varios incendios forestales y talas para extender la frontera agrícola y hacer pastizales. El último ocurrió hace dos años y consumió unos 300 metros cuadrados de matorrales.
Por esos daños ambientales, la comunidad decidió proteger este territorio. Desde el 2009, el Cabildo de Ñamarín y la comunidad crearon una normativa rigurosa que establece sanciones y multas económicas para los infractores.
Por ejemplo, los nativos saben que si provocan incendios, talan árboles o cazan especies, les caerá la ‘justicia indígena’.
Adentrarse en la espesura del bosque de Ñamarín es regalarles a los sentidos una mezcla de colores, aromas y texturas. Dependiendo de la época, la vegetación varía en diferentes tonalidades: en verano los árboles se visten de verdes claros y ocres; y en invierno, de verde muy intenso.
En la parte más alta, a más de 3 000 metros de altitud, están las montañas de Tambo Blanco, La Sombrerera, Uritosinga, Chalanguaico y Pajón. Allí, la naturaleza está casi intacta y el aire se siente puro.
El olor a plantas húmedas, a hierbas medicinales y aromas florales perfuma el ambiente. El silencio es interrumpido solo por el crujir de las ramas, el viento propio de estos días fríos y el sonido de las aves que habitan este territorio.
Este bosque es un ecosistema repleto de vida, dijo Sarango. Por eso, cree que el Ministerio del Ambiente debe elevar este espacio a área protegida para redoblar el control.
La minga del sábado concluyó pasadas las 13:00, y el arcoíris les acompañó toda la jornada de trabajo para darles alegría. Después empezó a desaparecer muy lentamente.