El Templo del Sol alberga más de un millón de piedras y tiene capacidad para más de 300 personas. Foto: Galo Paguay/EL COMERCIO
Con la entrada hacia el occidente, por donde se oculta el Taita Inti, se levanta el Templo del Sol en el cráter del volcán Pululahua, vía a Calacalí. La estructura es de roca andesita, una piedra volcánica del sector.
Este es una réplica de templos sagrados como el de Rumicucho, Catequilla, Quito Loma y Cochasquí, y de los que se levantan en países como Perú, Bolivia, México y Guatemala. Cuenta con espacios para realizar ceremonias y celebrar las fiestas más importantes del mundo andino; como el Año Nuevo (21 de marzo) y los tradicionales raymis.
La construcción, que se inició hace cuatro años y aún no concluye, se realizó a partir de un estudio de astronomía andina, luego de diez años de investigación. En ese lapso, Cristóbal Ortega, artista y constructor del templo, recorrió centros ceremoniales de todo el mundo, leyó, estudió la historia y aprendió a vivir en sintonía con el cosmos.
Según Ortega, antiguamente esos templos se ubicaban según el recorrido del Sol. Las puertas y ventanas se abrían al inicio del día para recibir la energía del Taita. Vivir en ellos era una experiencia espiritual.
En el caso de los santuarios ubicados en el hemisferio occidental, como el situado en la Mitad del Mundo, la puerta se ubica con dirección al océano Pacífico para ver como el sol se oculta en las montañas.
Para el Arq. Paulo Santana es importante recuperar los sistemas constructivos ancestrales. “El impacto ambiental sería mínimo comparado con los métodos actuales. Se pueden obtener los materiales del mismo sitio, lo que abarata costos y, a la vez, mantiene una identidad arquitectónica propia”.
Fernando Benavides, profesor de historia y conocedor de la cultura andina, cree que el sitio contribuye para “no olvidar de donde venimos, como un espacio para compartir los saberes ancestrales”.
El sitio también acoge un museo con alrededor de 150 obras, entre pinturas y esculturas, que Ortega ha realizado durante diez años.
Tanto en el exterior como en el interior, varias esculturas en piedra representan a los grandes líderes, luchadores y sabios del continente americano como Túpac Amaru, Túpac Jataru, Cuauhtemoc, Lempira, Atahualpa, Pacha Kutik, Duchicela, Quilago, Daquilema…
Gabriela Pachacama es una quiteña que ha visitado el Templo por cinco ocasiones. Ella considera que es un lugar lleno de energía gracias a su ubicación. “Creo que hacen falta lugares como estos, donde los artistas puedan exponer sus obras y adonde todos tengamos acceso”.
En el interior se puede observar el recorrido del sol. En el piso se marcan los meses y días del año, la línea equinoccial y los hemisferios norte, sur, oriental y occidental. En el techo, una claraboya captura al sol. Gracias a esta se ve como la luz solar va girando desde lo alto del espiral interior y llega al suelo.
La cámara solar del Templo cuenta con un agujero central en la parte baja que se ilumina por completo dos veces al año (el 21 de marzo y el 23 de septiembre, en los Inti Raymis), a las 12:00, cuando la Tierra está más cerca del Sol.
“Ese día toda la energía del Sol da una sensación de desmayo, porque fluye en nuestro cuerpo y nos purifica por completo”, afirma Ortega.
Andrea Flores, moradora del sector, considera que, además de todo su concepto, el Templo es un espacio para activar el turismo.
Precisamente el próximo 6 de marzo se llevará a cabo la inauguración de las nuevas esculturas de Ortega. Al evento asistirán 3 000 invitados entre danzantes, músicos y público en general.