El trío compuesto por Franco Aguirre, Igor Icaza y Paúl Segovia es la alineación más recordada de Sal y Mileto. Foto: Archivo /El Comercio
Dado a que el apogeo de Sal y Mileto se dio cuando el ensamble consistía en un trío formado por Igor Icaza (batería), Franco Aguirre (bajo) y el desaparecido Paúl Segovia (guitarra y voz), muchas veces se ignora que en el prólogo de esta novela hubo más actores. Estuvieron ahí, encerrados durante un fin de semana, en el primer ensayo en una hacienda de Tilipulo, Cotopaxi.
Peky Andino (poesía) firmó junto a Paúl Segovia una carta que invitaba a músicos del pueblo para ver el sol y hacer música nueva en este lugar, que fue monasterio y que en épocas libertarias alojó a patriotas. En octubre de 1994 fue refugio de los invitados gracias a que el abuelo de César Albarracín (flauta, bajo) era el administrador y a que Víctor Narváez (bajo, guitarra) había trabajado en el Municipio de Latacunga.
A la cita también fue Jorge Luis Rosero (bongós) con quien
ya habían tocado desde los 80 en proyectos como Siembra, Pies Negros y musicalizando las obras de teatro de Andino. El único nuevo para la mayoría era Igor Icaza. A él lo tuvieron que rescatar de la cárcel -por un problema en una iglesia- unos días antes, para que pudiera ir a un encierro más creativo.
Ya reunidos después de una sesión de fotos y de medio armar una batería con piezas prestadas, empezaron a improvisar con miras a un concierto que en los planes de Andino sería de una sola noche. Hubo mesa redonda para las letras y, como bien recuerdan Albarracín y Narváez, también hubo “tres jabas de Trópico”.
“Teníamos tres o cuatro temas medio hechos. Soledad, Panelita y A propósito de un día común estaban boceteados”, recuerda César desde su domicilio actual en Puerto Bolívar. Lo cierto es que himnos clásicos que luego terminaron en el ‘Disco 0’ (2001) se hicieron en ese encontrón en Tilipulo.
“Tuvimos suerte porque fuimos un viernes y el señor que cuidaba tenía una fiesta y regresaba el lunes”, dice con una sonrisa ‘Narviko’ Narváez que aún reside en Latacunga y que en el encierro se convirtió en autor de temas vitales en el repertorio de Sal y Mileto.
Durante los períodos de composición y poesía, los muchachos salían al pueblo a reponer energías a comprar tortillas de maíz, mote, papas y cerveza. Así concluyó ese rito que -según César- ya tenían ganas de hacer desde hace tiempo inspirados en la película ‘Sensaciones’, de Juan Esteban Cordero, en la que un grupo de músicos busca el sonido de los Andes frente al Cotopaxi.
En el concierto en la Casa de la Cultura de Latacunga presentaron los temas que resultaron del experimento. De hecho, ‘Narviko’ tocó enyesado porque días antes tuvo un accidente laboral. Así y todo hicieron una puesta en escena donde se destruían televisores como rechazo a los contenidos de la ‘caja boba’.
Quizás por eso y lo del percance de Icaza en la iglesia, un locutor de apellido Erazo los tildó de satánicos. Mas al único cornudo que vieron fue a ese toro que poco después embistiera a Paúl y a Igor y que retrata la canción San Kamilo.
No fue un proyecto de una noche; la poesía que nació en Tilipulo se convirtió en referencia; en rock libre ecuatoriano.