Tiene sus diminutas uñas de pies y manos pintadas con esmaltes de alegres colores, que contrastan con el grisáceo camino que ha transitado. A Claudia, de casi 7 años, le tocó encarar desde que tenía 3 una leucemia, que ha afrontado con ayuda de un programa estatal contra el cáncer en Perú: Plan Esperanza.
Como en el resto de América, el cáncer es la segunda causa de muerte en Perú, detrás de las enfermedades cardiovasculares. En este país de 30,5 millones de habitantes, cada año mueren por esta enfermedad 107 personas por cada 100 000 habitantes y se diagnostican 45 000 nuevos casos, según el Ministerio de Salud.
Se estima que 157 de cada 100 000 habitantes padecen de cáncer en el país. Para revertir estas cifras y el elevado costo del tratamiento de la enfermedad, Perú lanzó en noviembre de 2012 el Plan Esperanza, destinado a mejorar la atención integral del cáncer y a garantizar los servicios oncológicos, principalmente a las personas con menos recursos económicos.
La historia de resistencia de Claudia Alvarado se entrecruza con la creación del Plan Esperanza. A la pequeña le diagnosticaron el cáncer a la sangre o leucemia en junio del 2010.
Desde entonces soportó exámenes, tratamientos, dolores… La niña vivía en Santa Rosa, un poblado de agricultores de arroz. Desde ahí, describió su madre, Ivon Sánchez, hay que atravesar “tres pueblos muertos” para llegar en un viaje de una hora en bus a algún hospital de la ciudad de Chepén.
Claudia pasó a un hospital en Chiclayo, capital de otro departamento norteño, Lambayeque, y de allí a Lima, al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas, todos de la sanidad pública.
En ese centro afrontó un tratamiento severo, cubierto totalmente por el estatal Fondo Intangible Solidario de Salud (Fissal), que financia la atención de enfermedades de alto costo, como el cáncer, de los afiliados al Seguro Integral de Salud (SIS).
Este sistema, también estatal, atiende a peruanos que acrediten estar en el cuarto o quinto quintil de pobreza, como la familia de Claudia.
El 3 de enero del 2012, ella presentó una recaída. Su madre recuerda que se quebró de tristeza y rabia porque sabía que la palabra “recaída” podía ser el eufemismo de un viaje sin retorno. Solamente quedaba como opción el trasplante de médula ósea.
Las pruebas mostraron que el hermano de Claudia, Renzo, de 12 años, no era compatible como donante. Pensábamos que todo había acabado”, contó la madre.
Pero en noviembre de hace dos años, el Gobierno lanzó el Plan Esperanza. Y ese mismo año, el Servicio Integral de Salud y el Fissal firmaron convenios con dos hospitales de EE.UU. La idea fue hacer trasplantes de médula ósea a niños que no responden a la quimioterapia o tienen recaídas.
Claudia recibió el trasplante el 6 de septiembre de 2013 en el Children Hospital de Miami.
La operación duró ocho horas y siguieron 28 días de fiebre alta, que llegaron a 40° centígrados. Ahora está bien.