Ramiro Montenegro: 'El médico rural fue un factor de desarrollo'

Ramiro Montenegro, médico neurólogo, fue parte de la primera generación que hizo la medicina rural. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Ramiro Montenegro es conocido como uno de los mejores presidentes que ha tenido el Aucas, equipo del que ha sido, además, su historiador. Es un destacado médico neurólogo y formó parte de la primera generación que debió “hacer la rural”, en 1970. Publicó el año pasado el libro por los 50 años de esta iniciativa.
¿Cómo fue ese momento?
Habíamos egresado, pero no nos pudimos graduar porque a José María Velasco Ibarra se le ocurrió declararse dictador y poco después clausuró las universidades públicas. Habíamos quedado en el aire. En julio de 1970, puso en marcha el servicio de medicina rural. Era ministro de salud Francisco Parra Gil, quien ejecutó ese Decreto Supremo. Pasado el tiempo, uno se da cuenta que esa fue una gran decisión de Velasco Ibarra.
¿Quiere decir que en ese momento no les gustó mucho la idea?
La mayoría no estuvo tan contenta. Primero porque no había antecedentes; segundo, se había difundido un comentario de que era algo totalmente improvisado, no tenía presupuesto y era una aventura. Pero en realidad sí hubo una preparación del Plan Nacional de Medicina Rural. Oswaldo Egas, un funcionario del Ministerio de Salud, ya lo venía trabajando al menos dos años. Se crearon 100 subcentros de salud en todo el país. Fuimos a ejercer la medicina rural 105 médicos...
Que todavía no eran médicos...
Éramos médicos sin título. Como se cursaba una dictadura, se podía tomar una decisión así. Fuimos a servir en las comunidades 84 graduados de la Universidad Central y 21 de la Universidad de Cuenca. La Universidad de Guayaquil entró en el programa en 1971 porque tiene otro régimen.
¿A dónde le tocó ir?
Como se habían creado 100 subcentros y solo éramos 84 en Quito, las autoridades del Ministerio nos dieron la oportunidad de escoger. Colocaron el listado en la pared del Centro de salud de la calle Rocafuerte. Cerré los ojos, desplacé mi dedo y lo detuve en el punto donde estaba la parroquia Pedro J. Montero. Estaba a 28 kilómetros de Guayaquil. Cuando fui a hacer un recorrido previo a ejercer la función, averigüé que estaba a dos kilómetros de Milagro, pero ahí nadie me dio la razón de dónde quedaba.
¿Viajaban solos?
Sí.
¿Ninguna autoridad los llevó?
No. Fuimos cuatro médicos a las parroquias cercanas: Franklin Bahamonde, a Mariscal Sucre; Miguel Bravo, a Pedro Cabo; Jorge Vaca, a Lomas de Sargentillo, y yo. Cerca de Pedro J. Montero está la Base de Taura. Un primo mío era el jefe de la base y me dijo que nadie lo conocía con ese nombre sino como Boliche.
¿Y qué encontró ahí?
La gente no sabía siquiera que se había creado el subcentro de salud. No obstante, tan pronto llegué, la gente se organizó e hizo un comité de recepción para el doctorcito. Fui el primer médico que llegaba a ese pueblo. Antes debían ir Milagro o Guayaquil para atenderse. Por ese tiempo comenzaba a crecer comercialmente un recinto que pertenecía a Boliche. Se llamaba la Boca de los Sapos.
¡Qué nombre!
Y contaban allí que, cuando Velasco Ibarra estaba de campaña, la gente salía a respaldarlo masivamente y gritaban “los sapos con Velasco” (risas). Este les dijo que está muy feo que digan los sapos, vamos a cambiar el nombre, vamos a poner el triunfo. Ahora es el próspero cantón El Triunfo.
Dan ganas de recordar la película ‘El señor doctor’, de Cantinflas.
Lo que cuento como algo personal ocurrió en todos los rincones a donde fue a desenvolverse un médico rural. Se convirtió en el personaje más importante y en un agente de desarrollo de las parroquias. En muchos casos se hacía lo que el doctor decidía.
¿Cómo fue eso?
Se logró que las autoridades ayudaran a las parroquias porque no tenían electricidad, agua potable, alcantarillado. En Boliche, la gente tomaba agua del río. Lo que hicimos fue enseñar a potabilizar el agua. Logramos en ciertos sitios que se les dote de bombas para hacer pozos y obtener agua subterránea, que era sumamente pura en relación con el agua del río. Los niños ya no estaban barrigones llenos de parásitos. Hicimos campañas de vacunación contra el sarampión y la poliomielitis, tosferina, difteria...
¿Cómo salió de la rural? ¿Hubo un cambio en su espíritu?
La respuesta de un compañero lo dice todo: “La Facultad de Medicina me dio el título de doctor; la rural me dio el título de médico”. Así de importante y profundo fue. Hasta luego extrañamos estar ahí. Fuimos acogidos en cada uno de los pueblos con tanta generosidad y hospitalidad que solamente dejó en nosotros sentimientos de gratitud. Fue también porque nos entregamos con una decisión total. Fuimos a vivir en esos pueblos. Integramos los entes públicos; éramos asesores matrimoniales, psicólogos.
¿Por qué escribió la historia de la medicina rural en el país?
Al ser un aspecto de enorme cambio, merece tener un documento que relate lo acontecido hasta llegar al capítulo final que es el decreto ejecutivo de José María Velasco Ibarra. Hago una revisión de lo que ha sido la salud pública desde los tiempos aborígenes. Antes de Velasco Ibarra, Carlos Julio Arosemena, en 1962, tuvo un plan piloto de atención en las comunidades rurales de seis provincias de la Sierra. Eran unidades móviles que iban a los pueblos ciertos días. De los 105 medicos que iniciamos el plan nacional, ahora son cerca de 7 000 egresados en la rural, de los cuales 4 000 son médicos, además de enfermeras, obstetras y odontólogos.
Todo un cambio...
Todo ha cambiado porque la evolución de los pueblos es así. Hay una mejoría de servicios y sobre todo la influencia de la tecnología. En ese tiempo, a muchos sitios no había siquiera vías de acceso, pero ha mejorado enormemente. Ahora los médicos atienden en horas de oficina. No obstante, sigue siendo una gran ayuda.
TRAYECTORIA
Es médico neurólogo. Fue presidente de Aucas y escribió su historia en cuatro volúmenes, además sobre el Superclásico quiteño, que circuló con EL COMERCIO. El año pasado publicó ‘La historia de la medicina rural en el Ecuador: 1970-2020’.
Esta entrevista se publicó originalmente en la edición impresa de EL COMERCIO, el 29 de abril del 2021.
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