El público, en general, suele oír la expresión ‘dolores de crecimiento’ para describir los dolores musculares o articulares de los jóvenes. Los profesionales de la salud también la utilizan. El término apareció por primera vez en 1823 en un libro titulado ‘Maladies de la Croissance’.
Sin embargo, investigadores de la Universidad de Sídney (Australia) han comprobado que no existe una definición médica coherente de la afección que subyace al diagnóstico.
Esta amplia revisión de la literatura médica ha revelado que no hay acuerdo sobre qué son los dolores de crecimiento y ni siquiera cómo deben diagnosticarse cuando aparecen. Sorprendentemente, más del 93% de los estudios no hace referencia al crecimiento cuando definen la afección. Y más del 80% no menciona la edad en su definición.
Los resultados, publicados en la revista científica ‘Pediatrics’, llevaron a los investigadores a recomendar que los médicos no usen el término ‘dolores de crecimiento’ como un diagnóstico.
Resultados del estudio
La autora principal del estudio, la doctora Mary O’Keeffe, del Instituto de Salud Musculoesquelética de la Universidad de Sídney, explica que, algunas investigaciones, sugerían que los dolores de crecimiento se producían en los brazos o en la parte inferior del cuerpo.
Otros, que se trataba de los músculos, mientras que había análisis que mencionaban a las articulaciones. Más del 80% de los estudios no se referían a la edad del joven adolorido.
El 50% sostenía que estos dolores se localizaban en las extremidades inferiores, mientras que el 28% informó, específicamente, dolor en las rodillas. El 48% de los estudios afirmaba que ocurrían durante la tarde o la noche.
“Lo que este estudio descubrió fue que, aunque los ‘dolores de crecimiento’ son una etiqueta popular, significan cosas muy diferentes para distintas personas. Este nivel de incertidumbre significa que los médicos clínicos no tienen una guía o criterios claros”, apunta O’Keeffe.
El estudio, conocido este 16 de agosto de 2022, planteó nuevas preguntas sobre si estos dolores tienen alguna relación con el propio crecimiento óseo o muscular. “Falta información coherente sobre estos síntomas como afección”, señala la investigadora.
Hablar del dolor con los hijos
Un estudio de la Universidad del Sur de Australia identificó enfoques que los padres pueden utilizar al hablar con los niños pequeños sobre el dolor cotidiano. Estos pueden ayudar a su recuperación y resiliencia después de una lesión o de molestias al crecer. Los menores deben entender que los golpes y las magulladuras son una parte inevitable de la infancia.
Pero, aunque ningún padre quiere que su hijo sienta dolor, enseñar a los niños sobre él cuando son pequeños les ayuda a comprenderlo y responder mejor al dolor cuando sean mayores. En este estudio, publicado en la revista científica ‘European Journal of Pain’, los investigadores estudiaron los dolores en niños de 2 a 7 años e involucraron a padres y a especialistas.
Se trata de una alarma del cuerpo
Los mensajes más importantes deben, sobre todo, enseñar a los niños sobre el significado del dolor; “el sistema de alarma de nuestro cuerpo”. En segunda instancia, se tiene que validar el dolor de los niños, asegurándose de que “se sientan seguros, escuchados y protegidos, pero sin hacer un escándalo por lo ocurrido o al ver sangre salir”.
Igualmente, aconsejan tranquilizar a los niños después de una lesión, haciéndoles saber que su cuerpo se curará y que el dolor pasará. También apoyar las emociones de los niños, dejando que se expresen, pero animándolos a regularlas.
Por último, los expertos instan a implicar a los niños en su recuperación: animarlos a controlar el dolor (por ejemplo, enseñándoles a desinfectar una lastimadura).
Oportunidad para ser positivo
Ya sea al caer de una bicicleta o al enfrentar a los a menudo temidos pinchazos, las experiencias cotidianas de dolor son oportunidades para que los padres promuevan creencias y comportamientos positivos relacionados con el dolor.
Aunque es importante enseñar a los niños que el dolor es el sistema de alarma de nuestro cuerpo y que está ahí para protegernos, es igualmente importante entender que el dolor y la lesión no siempre se alinean, comenta la investigadora principal del trabajo de la Universidad del Sur de Australia, Sarah Wallwork.
Para la doctora, la clave es demostrar que “el niño es el que se cura y que participa activamente en el proceso. Se promueve así comportamientos de dolor ‘útiles’ para toda la vida”.
Manejo del estrés contra el dolor
Tanto en los niños como en los adultos, el estrés emocional y físico están estrechamente vinculados. Estos se agravan cuando el dolor es persistente, lo que puede provocar mayores niveles del mismo. Aprender a lidiar con el estrés de forma saludable puede ayudar a los niños y adolescentes a enfrentar el dolor crónico con mayor efectividad.
Comer bien, dormir las horas suficientes y participar en actividades físicas sin impacto son formas positivas para controlar el estrés y el dolor. Al concentrarse en logros alcanzados (por ejemplo, tiene menos dolor que ayer, o se siente mejor que hace una semana) puede marcar una diferencia en la percepción.
Eso, a su vez, elimina la sensación de impotencia frente al dolor constante que se puede sentir.