Superstición, poderes sobrenaturales, posesiones demoníacas… Miles de años antes de Cristo ya se hablaba de la epilepsia.
Para los griegos solo los dioses podían ‘agarrar’ a un mortal, estremecerlo, arrojarlo al suelo, quitarle -aparentemente- la vida y devolvérsela como si nada.
En la Biblia, un joven ‘lunático’ la personifica. Llevaba años con ataques que le hacían echar espumarajos y rechinar los dientes; hasta que lo llevaron donde Jesús, según el evangelio de Mateo.
Por siglos, un halo de magia y religión envolvió a la conocida enfermedad de los ‘100 nombres’: mal del alma, mal del corazón, morbo sacro, grand mal…
Pero fue a partir del siglo XVIII que se pasó del mito a la ciencia. Hoy la Organización Mundial de la Salud reporta 50 millones de personas con epilepsia (de 6 a 10 de cada 1 000 habitantes).
Según Fabrizio Delgado, director del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, la epilepsia es más común de lo que se pensaba. “Es la segunda enfermedad neurológica más frecuente después de las cefaleas (dolores de cabeza)”.
Convulsiones sin un claro factor desencadenante. La epilepsia se manifiesta con descargas eléctricas incontroladas en el cerebro que generan crisis crónicas o parciales. Su tratamiento es farmacológico. El 80% responde favorablemente, según Delgado. Pero el 20% restante crea resistencia.
De ese total, un 40% tiene una epilepsia que se origina en el lóbulo temporal del cerebro. Y de estos un 60% sería candidato a una cirugía que borra sus signos: la amígdalo hipocampectomía.
Los antecedentes de la cirugía de epilepsia datan de 1886, cuando el inglés Víctor Horsley, pionero en neurocirugía, operó con buenos resultados a un joven con epilepsia postraumática. Eran métodos invasivos y cruentos que mejoraron con el tiempo.
El neurólogo Tomás Alarcón explica que en los últimos 30 años se retomó y perfeccionó la técnica de hipocampectomía, que consiste en la extracción de la amígdala cerebral y del hipocampo -ambos ubicados en el lóbulo temporal- para frenar las crisis de epilepsia resistente a fármacos.
Tanto el hipocampo (que concentra la memoria espacial) como la amígdala cerebral (foco de reacciones emocionales) pueden afectarse por la falta de oxígeno durante el parto, las crisis febriles en la infancia, traumatismos, infecciones y tumores. Entonces se tornan escleróticos, rodeados por un tejido fibroso y duro que se convierte en un foco de descargas eléctricas incontrolables.
En junio, un equipo médico del Instituto de Neurociencias y del Hospital Luis Vernaza operó a cinco pacientes con esas características. El neurocirujano Mario Izurieta detalla que utilizaron microscopios y pinzas de microcirugía para mayor precisión.
El primer paso es una incisión en forma de interrogante sobre el hueso temporal (junto a la sien, sobre la oreja). Atraviesan piel, grasa, músculo, hueso, la duramadre y una vez en el cerebro separan las circunvoluciones temporales (pliegues de masa cerebral) para llegar al área afectada.
“Lo que se saca es un pedazo de cerebro”, asegura el neurólogo Luis Sánchez. Entre 65 y 80% de pacientes queda libre de crisis tras la cirugía, con un tratamiento mínimo de fármacos. Entre el 15 y 25% logra una mejoría notable.
El éxito de la cirugía depende del análisis previo. Hace dos años el Instituto de Neurociencias estudió a 110 pacientes. “A los escogidos se les aplicó 12 esquemas de medicamentos y no hacían efecto. Convulsionaban hasta 10 veces al día”, dice Sánchez.
Un electroencefalograma, una resonancia magnética de alta resolución, un video-electroencefalograma, un estudio neuro-psicológico, una evaluación psiquiátrica y un test de Wada forman parte del protocolo prequirúrgico.
Este último es el más importante. Consiste en inyectar una sustancia para bloquear un hemisferio (lado) del cerebro y ubicar el área dominante (lóbulo derecho o izquierdo), donde se ubican los centros de memoria, lenguaje, creatividad, cálculos, lectura, grafismos… Para extirparla sin riesgos posteriores, la lesión debe estar en el lóbulo no dominante.
Para enero del 2013, la Junta de Beneficencia programa nuevas cirugías. Al día, el Instituto de Neurociencias atiende a unos 30 pacientes con epilepsia, un mal que marcó la vida de grandes personajes como Fiódor Dostoievski y Edgar Allan Poe. Ellos, sin saberlo, lo describieron en sus relatos.
Los signos de alerta
Algunas señales ayudan a detectar tempranamente la epilepsia. Los dolores de cabeza frecuentes y continuos episodios de pérdida de memoria son algunos de los signos iniciales.
Los cambios bruscos de conducta se suman al diagnóstico. También puede haber sacudidas del cuerpo que son confundidas con tics. Estas son mioclonías o pequeñas descargas eléctricas.
El Instituto de Neurociencias adquirió equipos por USD 50 000 y el Luis Vernaza destinará 500 000 para seguir con las cirugías de epilepsia, también en niños.
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