Prendas salasakas se tinturan con hierbas

La cochinilla se extrae de cultivos propios de tuna.  Rosa Chango y su nieta Lilian Jerez mantienen esta tradición autóctona en Salasaka (izquierda).

La cochinilla se extrae de cultivos propios de tuna. Rosa Chango y su nieta Lilian Jerez mantienen esta tradición autóctona en Salasaka (izquierda).

La cochinilla se extrae de cultivos propios de tuna. Rosa Chango y su nieta Lilian Jerez mantienen esta tradición autóctona en Salasaka (izquierda). Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

El rojo intenso, rosado, morado, verde y el negro resaltan en la vestimenta de las mujeres indígenas de la comunidad Salasaka, en Tungurahua. Son las prendas que ellas tejen en telares y luego tinturan artesanalmente con tintes naturales que obtienen de la mezcla de flores y hierbas que cosechan en el cerro sagrado Teligote.

Además, usan la cochinilla que cultivan en los cactus que crecen en las estrechas par­celas cercanas a sus viviendas de bloque, madera y techo de teja. Llegar al final del proceso, que es el tinturado de las bayetas, fachalinas o rebozos, prendas principales de la vestimenta femenina, toma por lo menos un año.

El proceso se inicia con el esquilado del borrego, lavado, acolchonado, hilado con el guango (madero donde se almacena la lana) que poco a poco se desprende con los dedos pulgar e índice para convertirlo en un hilo fino. Lo recogen envolviendo un sigse puntiagudo, que hacen girar con los dedos de su mano derecha.

Esta técnica ancestral la mantiene Rosa Chango, de 75 años. Este conocimiento lo aprendió de su padre, Elario, cuando era pequeña. Con su progenitor ascendía en la madrugada al cerro Teligote, para recolectar las hojas y flores de las plantas nativas, como el pumamaki y la culka.

En esta parroquia del cantón Pelileo, el mes de octubre es importante para sus habitantes, porque se alistan para la fiesta de los Difuntos. Durante este tiempo tejen ponchos, anacos, bayetas y rebozos. El propósito es tener las prendas listas para visitar el cementerio con sus familias.

Rosa mantiene esta tradición. Un mes antes cosechó la cochinilla y recolectó las hojas de las plantas nativas que, por su edad, ya no puede cultivarlas en el Teligote. Ahora las plantó en su terreno.

En una olla hierve el agua y luego agrega el pumamaki. Tras un día completo queda un verde concentrado y lo cierne. Luego diluye hasta cuatro panes de cochinilla (en forma de barras secas). Este le da un color rojo intenso. Luego sumerge la prenda blanca y la deja hervir durante seis horas. “Hay que mecer la prenda, como una sopa, para que el color se impregne en forma pareja, cuando lavamos la prenda no sale el color como cuando se tiñe con anilinas”, dice la mujer.

Su nieta, Lilian Jerez, también conoce la técnica. Explica que el color verde también se puede obtener con el retoño de alfalfa, tras hervir por varias horas. Cuando quiere un tono rosado, usa menos cochinilla y la hierba culka, que da una tonalidad menos intensa. Todo depende de las necesidades. “Aplicar estos conocimientos ancestrales hace que las prendas de vestir que tejemos y tinturamos tengan más valor. Una prenda puede costar hasta USD 250”.

Rafael Chiliquinga, investigador de la cultura salasaka, explica que tinturar la vestimenta indígena es una técnica ancestral anterior a la cultura incaica. Esta pertenece a los pueblos del Tahuantinsuyo. En ese tiempo se utilizaron plantas que fusionadas a otros elementos, como la cochinilla y el musgo, se obtenían varios colores para tinturar sus tejidos.

Usaban hierbas como el puka anku, pumamaki, nachik sisa, kari kulkis, warmi kulkis, katiku y romero que mezclado con la cochinilla formaban diversos colores. Citó, por ejemplo, que para obtener el rojo intenso usaban seis litros de agua, hasta tres cochinillas y el warmi kulkis, que tiene esa tonalidad. Para el morado usan el pumamaki más la cochinilla.

Manuel Jerez, de 56 años, en sus telares rudimentarios cruza de un lado a otro los hilos para dar forma a la tela de la bayeta, que es delgada y blanca. Una vez terminada, la tintura con hierbas que recoge en el cerro Teligote, un sitio sagrado de la comuna. “Mantengo lo autóctono como parte de nuestra cultura milenaria”.

Suplementos digitales