Rubelio Jiménez se está formando como sanador. Su padre le transmitió algunos de esos conocimientos. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO
El olor a tabaco, aguardiente, colonia, ruda, santamaría, sauco, eucalipto… invaden la habitación de Juan Masaquiza. El hombre, de 70 años, es considerado por la comunidad Salasaka como uno de los sanadores importantes de este pueblo, ubicado en la vía Ambato-Baños.
Ataviado con su vestimenta autóctona compuesta por un pantalón blanco, camisa blanca, poncho negro y sombrero de ala ancha blanco, realiza sus rituales de sanación de mal aire, espanto, mal de ojo, maligno, maldad, decaimiento y otras enfermedades. Enciende tres velas. Antes de iniciar el rito parece entrar en trance.
Por un momento cierra sus ojos frente a su paciente que tiene el torso desnudo. En kichwa invoca a los volcanes Chimborazo, Cotopaxi, Carihuairazo y Sincholagua para atraer sus buenas energías.
Con el uso de hierbas como el sauco, ortiga, la ruda, la santamaría y otras plantas inicia el tratamiento. ¡Yugshi, Yugshi, Yugshi dice a las malas energías y venga la energía de la naturaleza, de las plantas y de la tierra para sanar!
“Hay que tener fe para sanarse, las hierbas ayudan a sacar del cuerpo las malas energías”, comenta a Juan Miranda, un paciente de Ambato. “Tengo decaimiento y dolor en el cuerpo, por eso vine para hacerme una limpia”.
Dice que cuando tenía 18 años ya sabía sanar frotando el cuy. Aprendió de su padre Julián Masaquiza. Un día mientras pastoreaba a un rebaño de borregos cerca de una achupalla se quedó como chumado y miró sobre la paja una oveja bien blanca que pasó por su lado. Luego despertó. Asegura que desde aquella ocasión tiene el don para curar las enfermedades. “Tenía ansias de sanar a la gente con el cuy y las hierbas. La gente comenzó a llegar y ahora los pacientes me visitan de todas partes del país”, cuenta Masaquiza.
Tras 30 minutos de ritual nuevamente invoca a los volcanes, montañas y los sitios sagrados del pueblo Salasaka. Dos piedras que heredó de su padre las frota en el cuerpo de Miranda. Es la nueva energía de los cerros y de las montañas. El sanador toma una bocanada de aguardiente y luego la sopla sobre una vela y forma una flama. Los días para las sanaciones en el mundo andino son los martes y viernes, porque son los días de purificación.
En esta comunidad indígena hay 10 yachaks que trabajan con hierbas naturales. Rafael Chiliquinga, investigador de la cultura Salasaka, dice que los yachacs o sanadores existen desde la era prehispánica. Ellos mantienen vigente sus saberes ancestrales con el uso de las plantas curativas y basada en la cosmovisión y filosofía originaria. Sin embargo, hay que trabajar en el fortalecimiento de los chamanes.
“Al momento son pocos sanadores que son reconocidos por sus resultados en sus rituales. Por eso acuden a los taitas y mamas para relacionarse con la naturaleza”, manifiesta Chiliquinga.
También, Gloria Chiliquinga es conocedora de la medicina ancestral. En sus ritos invoca a los sitios sangrados y los volcanes para sanar a los enfermos. Enciende dos velas de colores rojo y azul, para empezar el ritual. Con el humo del incienso baña cada espacio de su casa. En una botella pequeña de cristal guarda el aguardiente que luego sopla en el cuerpo. Finaliza la sanación frotando yerbas como la Santamaría, marco, eucalipto, sauco y claveles rojos y blancos.
Jorge Caizabanda confía en los servicios de los sanadores, explica que cada pueblo tiene su propia cultura, su identidad y la medicina ancestral es parte de ella. Hay personas que practican estos conocimientos ancestrales. La idea es que no se pierda los saberes sino que se mantengan vigentes.
Rubelio Jiménez poco a poco adquiere esos conocimientos ancestrales. Hace tres años utiliza las plantas nativas para curar el mal de ojo, el espanto y el mal aire. Con las hierbas cura a Caizabanda. Estos saberes los aprendió a su padre de pequeño y los puso en práctica.