Un grupo de niños de la Unidad Educativa 24 de Julio efectuó un ritual con la idea de rescatar sus tradiciones. Foto: EL COMERCIO
Antes del mediodía, Tobías Sánchez, de 80 años, inicia su ritual para sanar las dolencias de su cuerpo. Eleva las manos hacia el cielo y con voz fuerte agradece a la Pacha Mama (Madre Tierra). Despacio ingresa al kurypoglio de agua subterránea que brota e inicia un baño. Entra a una especie de túnel donde dice que hay energías curativas.
Muele con una piedra un puñado de hojas de sauco -una yerba que los indígenas salasakas usan para sanar las heridas y las llagas- y luego la frota en todo su cuerpo. Pronto una especie de espuma cubre su piel. El ritual dura 20 minutos y se retira sonriendo.
Tobías mantiene esta práctica desde hace 70 años. Sus padres Tibias y María le llevaban a este lugar que es considerado como un sitio sagrado de sanación. “Tengo 80 años y estoy sano. Este lugar es sagrado, por eso venimos a bañarnos porque nos da energías y nos sana de toda dolencia”.
El lugar es conocido como Pacchapata y es uno de los cuatro sitios de oración y sanación que tienen los habitantes de la comunidad indígena Salasaka, en Tungurahua. Gloria Chiliquinga, conocedora de la medicina ancestral, cuenta que allí adquiere poderes para curar a los enfermos. Es más, encendió dos velas de color rojo y azul. Explica que representan el amor y la salud.
Posteriormente, aplica incienso en el carbón. Con el humo baña cada espacio del kuripoglio. En una botella pequeña de cristal lleva el aguardiente que luego sopla sobre el cuerpo de Martha Chango. Finaliza frotando yerbas como la Santa María, el marco, el eucalipto, el sauco, los claveles rojos y blancos.
Rafael Chiliquinga, investigador de la cultura local, cuenta que estos lugares fueron descubiertos desde el asentamiento del pueblo Salasaka antes de la conquista española. Hasta el momento acuden los taitas, mamas y los yachaks (sabios) para comunicarse con los espíritus e interrelacionarse con la naturaleza y el universo, para curar y desarrollar las habilidades.
“Estas áreas son consideradas de oración, al igual que los católicos tienen sus iglesias donde dejamos las ofrendas como los guangos para aprender a tejer, tocar los instrumentos musicales y más. Con la llegada de la religión católica intentaron desaparecerlos, pero luego fueron recuperados”, explica Rafael.
Dice que mientras más puro es el lugar, el yachak adquiere el contacto con la Madre Tierra. Se lamenta, puesto que uno de los sitios sagrados fue semidestruido. “Esperamos que sea recuperado para mantener ese espacio de sanación y de ofrendas. Sin embargo, Cruzpamba, Kinllihurco, Pacchapata están intactos para realizar los rituales”.
Otro lugar sagrado es el cerro Kinllihurko. Un grupo de niñas de la Unidad Educativa 24 de Julio dejó sus ofrendas para adquirir las habilidades tras un breve ritual. El objetivo es que adquieran los conocimientos y esta práctica no se pierda. Luego dejaron como ofrendas los guangos con lana de borrego con que hilan las mujeres para las prendas de vestir.
“A este sitio llegan músicos, artesanos, artistas para recibir esa sabiduría y aprender estas artes”, dice Elena Masaquiza, líder de la Unidad Educativa.
A dos kilómetros de allí está Punta Rumi. A lo lejos se puede mirar una piedra gigante, similar a un cráneo. Elena asegura que la piedra es macho y en la parte está la hembra. En ese lugar aún se realizan rituales para alcanzar la sabiduría. “Ellos vienen acá para invocar a los dioses para tener éxito. También sanarse de las enfermedades”, cuenta.