Por casi 60 años los habitantes de Sacachún reclamaron el regreso de San Biritute. Foto: Cortesía Filmarte
A 87 kilómetros de Guayaquil, vía a Santa Elena, se encuentra la comunidad de Saca-chún, escenario de una historia de fe e identidad que gira alrededor de una figura antropomorfa precolombina pero que lleva nombre de santo moderno. ‘Sacachún’, el documental dirigido por Gabriel Páez y producido por Isabel Rodas, fue presentado en los EDOC.
La producción cinematográfica se inició hace nueve años, cuando Páez y Rodas llegaron a Sacachún guiados por la leyenda de San Biritute. Se trata de un monolito de 2,3 metros de alto, tallado en un conglomerado de piedra marina, con rasgos humanos, perteneciente a las culturas ancestrales que habitaron ese territorio e integrada a la cultura de sus actuales habitantes.
“En Sacachún hay patrimonio vivo y sería una pena no hacerle un tributo y registrarla como es en realidad”, dice Páez sobre la decisión de encaminar el relato hacia el cine de no ficción.
Según la tradición oral, la figura fue encontrada en el cerro Las Negras y trasladada al pueblo, donde fue nombrado como San Biritute, al que pronto se le atribuyeron poderes sobre la lluvia y la fertilidad.
Según los comuneros que comparten su testimonio en el documental, el verdor de los campos y la llegada de nuevos descendientes cesaron en 1952, cuando San Biritute fue ‘secuestrado’ y llevado a Guayaquil, donde fue exhibido en la vía pública y luego en un museo. Desde entonces la comunidad ha luchado por el retorno de aquel ídolo ancestral.
En el filme, Sacachún aparece como un pequeño caserío en medio un árido paisaje y caminos polvorientos. Sus habitantes miran a la cámara como un personaje extraño con el que mantienen su distancia.
“Fue un trabajo de acercamiento progresivo”, dice Rodas sobre un rodaje que duró cuatro años de visitas al pueblo, durante los fines de semana, en los que se fueron ganando la confianza de los sacachuneños, todos adultos mayores, excepto Justin, el único niño que vivía en el pueblo al cuidado de sus abuelos.
Él es el hilo conductor de una historia que se proyecta como una visión personal de los realizadores sobre el registro de la memoria viva, la vejez, la lucha de un pueblo por una causa común y el espacio en el que conviven distintas culturas y formas de entender y practicar la fe.