Gonzalo Moposita, líder de Rumipata, muestra el invernadero, la producción de cuyes y los borregos. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
El trabajo comunitario une a los indígenas de la comunidad Rumipata, perteneciente a la parroquia Pilahuín, en Ambato. Los comuneros se dedican a la crianza de cuyes, el mejoramiento de la producción de leche y la siembra de hortalizas a 4 100 metros sobre el nivel del mar.
Para eso, construyeron un invernadero con el apoyo económico y técnico del Fondo de Páramos de Tungurahua y Lucha Contra la Pobreza, el Movimiento Indígena de Tungurahua y Condesan.
El invernadero de 400 metros cuadrados está ubicado en un hueco junto a la carretera de tierra que lleva a los páramos de la comunidad, ubicados en el límite provincial entre Tungurahua y Chimborazo.
Este laboratorio natural es aprovechado por los agrónomos y los indígenas sembrando zanahorias, remolacha, cilantros y lechugas. Otros surcos fueron utilizados para las hierbas medicinales, acelgas, coles, coliflor y rábanos.
Según Gonzalo Moposita, líder de Rumipata, las plantas están sembradas con abono orgánico. El dirigente, de 35 años, explica que fue difícil sembrar sin una cubierta por las intensas lluvias, heladas y fuertes vientos. Las condiciones climáticas dañaron los primeros sembríos de hortalizas.
Otro de los problemas que enfrentaron es la temperatura que puede llegar a los cinco grados centígrados. “Las plantitas ya estaban grandes pero las heladas quemaron las hojas y se murieron. El invernadero nos ayudó con la temperatura y ahora los compañeros están pensando en construir en sus terrenos”, asegura Moposita.
En un extremo del invernadero se ubicó tres tanques de plástico para la producción de bioles. El fertilizante natural es elaborado con los excrementos de los borregos y semovientes, suplementos de calcio, fósforo y otros.
El agrónomo Marcelo Dávila indica que el invernadero es una escuela para los indígenas de las comunidades de las zonas altas del sur de Ambato. El especialista explica que los comuneros podrán mejorar sus ingresos económicos con estas iniciativas.
“Los indígenas no sabían cómo consumir las hortalizas y que minerales y vitaminas les ayudan en su cuerpo. Están aprendiendo los compañeros y es un reto sembrar los productos a esta altitud por no tener la temperatura necesaria”, indica Dávila.
La comunidad de Rumipata experimentó la degradación de sus páramos. Los pajonales y las almohadillas que almacenan agua fueron destruidas. La presencia de borregos y la quema de los pajonales fueron las causas de estos daños.
Fabián Chicaiza, comunero de Rumipata, cuenta que las 38 familias experimentaron la disminución del agua de las 23 vertientes en épocas de sequía. Una de las soluciones fue disminuir los animales del páramo. “Esto fue reemplazado por la crianza de cuyes y la producción de leche. En el aula de la escuela nos capacitamos para mejorar la producción y ahora es un éxito”, comenta Chicaiza.