Sentado en una silla de ruedas en la casa de su hija Gilda, en una ciudadela de la vía a Samborondón, lúcido y vestido con una camisa celeste, el compositor guayaquileño Carlos Rubira Infante aguardó desde temprano a sus amigos y familiares para la celebración de sus 95 años, la noche de este viernes 16 de septiembre de 2016.
“Me encuentro inmensamente feliz. No tengo una canción preferida porque todas son mis hijas”, manifestaría más tarde.
La historiadora Jenny Estrada fue la primera en llegar y abrazar al amigo de toda la vida mientras bromeaba que llegaba temprano para coger puesto “antes de que vengan otras mujeres y me lo roben”.
Estrada, directora del Museo de la Música Julio Jaramillo, exaltó al compositor como “un gran patriota, un hombre consciente de sus deberes cívicos que son los que ha transmitido a través de su música, que a más de pasillos románticos y alegres pasacalles, incluye canciones a cada provincia”.
El compositor cantaba a viva voz varias de sus creaciones y movía constantemente su mano derecha como si tocará una guitarra. Foto: Wladimir Torres/EL COMERCIO
Entre amigos y familiares recordaron las épocas de lluvia en Guayaquil en que se tapaban los espejos y colocaban cruces de ceniza en los techos de las casas para que cese la lluvia. Jimmy Candel, el anfitrión y yerno del artista, le trajo al compositor nonagenario un jarro de cerámica con whisky –para que lo pudiera sostener mejor– que colocó en su mano y brindaron por el cumpleañero.
El compositor cantaba a viva voz varias de sus creaciones y movía constantemente su mano derecha como si tocará una guitarra, mientras los nietos se afanaban en conectar un micrófono para amplificar una voz un tanto disminuida por los años.
Con César Augusto decidieron cantar a dúo Chica Linda y pronto se unieron al agasajo otros artistas y todos entonaron Guayaquileño madera de guerrero y Guayaquil pórtico de oro, o pasillos como Esposa, fuera al son de la guitarra o con las pistas sonando en un karaoke.
Casi a la media noche, era hora de apagar las velas y su hija Gilda condujo a su padre hasta la mesa donde se encontraba un colorido pastel con velas en forma de letras que formaban la frase Feliz cumpleaños. “Siempre tararea sus canciones, ahora necesita de nuestra ayuda y con mucho gusto lo atendemos y cuidamos porque en su momento él también lo hizo con nosotros”, dijo la hija.
Tras la cena y el pastel, Rubira dio luego muestras de cansancio, pero volvió a cantar una y otra vez bien agarrado de su jarro de whisky, marcando el tono al guitarrista que lo acompañaba y recordaba a sus colegas, en baja voz y levantando las cejas, la primera palabra del párrafo siguiente como para que no existiera equivocación.
En una jornada carente de mayores reconocimientos para el compositor de centenares de canciones, sus familiares y amigos le rindieron un homenaje a sus temas coreándolos hasta la madrugada.