La película está inspirada en los años de infancia del director mexicano Alfonso Cuarón. Foto: cortesía del Cine OchoyMedio
En 1649, René Descartes escribió un libro traducido al español como ‘Las pasiones del alma’. Una de las reflexiones que apuntó en esta obra fue que el ser humano no es una mente instalada en una máquina sino una constante interacción de estados anímicos y corporales.
Allí también dijo que las pasiones primarias de los seres humanos eran la alegría, la tristeza, el odio, el amor, la admiración y el deseo, pasiones que conforman el mundo de los afectos. Un mundo que en la vida de Cleo y Sofía, las protagonistas de ‘Roma’, la nueva película del mexicano Alfonso Cuarón, parece estar en constante ebullición.
Cleo y Sofía son dos mujeres cuyas vidas, de entrada, parecen estar en las antípodas de la existencia. La primera es una joven de origen indígena que trabaja como sirvienta. La segunda es una mujer casada y con cuatro hijos, una digna representante de clase social acomodada de Ciudad de México de los años setenta.
Las dos habitan en la misma casa pero no en los mismos espacios. Mientras Cleo transita por la cocina, los corredores o la terraza en la que lava la ropa a mano, como se hacía antes de la llegada de las lavadoras, Sofía se mueve por la sala de estar y las habitaciones de puertas cerradas. Sin embargo, poco a poco, y sin proponérselo, sus vidas se van uniendo a través de una serie de pequeñas tragedias cotidianas.
Tragedias que muestran el ímpetu de Cuarón por no convertir a ‘Roma’ en una cinta enfocada en la lucha de clases -una de las lecturas más recurrentes que se ha lanzado desde las redes sociales– sino en un retrato de ese mundo de afectos que marcó su infancia y la de sus hermanos.
Es verdad que Cleo nunca deja de ser la sirvienta de la casa, y Sofía, su patrona, pero las dos encuentran en el mundo de los afectos un puente que las une en medio de sus tragedias. La de Cleo, provocada por un embarazo no deseado y la prematura desaparición de Fermín, el padre de su futuro hijo. Y la de Sofía, que es el resultado de la traición y el abandono de Antonio, su esposo.
Quizá uno de los momentos donde el lazo afectivo entre estas dos mujeres llega a su estado más puro sucede cuando Cleo, Sofía y sus cuatro hijos (Toño, Paco, Pepe y Sofi) se funden en un abrazo, que parece infinito, a orillas del mar; un abrazo tejido por el miedo, el amor, el odio y los deseos que atraviesa el mundo físico y psicológico de estos personajes.
Aunque no es parte de la escena en ese momento da la sensación de que Teresa, la abuela de la historia, también está fundida en ese abrazo. Porque ella, al igual que Cleo, reivindica el mundo doméstico, como el espacio primario de los afectos y los cuidados.
Algo que Cuarón también muestra con sutileza, a través de los personajes de su filme, es lo que Octavio Paz menciona en ‘Máscaras mexicanas’, uno de los capítulos de ‘El laberinto de la soledad’. En este texto Paz dice que una de las características de los mexicanos es que ellos no se ‘rajan’, en alusión a que no les gusta mostrar lo que llevan dentro. Una característica que el autor vincula al machismo reinante en la sociedad mexicana, donde la mujer está vinculada a lo abierto y el hombre a lo cerrado.
A las pasiones primarias de las que hablaba Descartes, y que pueblan las más de dos horas que dura el filme, Cuarón suma la memoria y no solo la familiar sino aquella que está vinculada a lo que sucedía en las calles de Ciudad de México por esos años; como el reclutamiento de un grupo lumpen para ser convertido en un ejército paramilitar y cómo este ejército asesina a los jóvenes universitarios que desde la masacre de Tlatelolco, ocurrida en 1968, no dejaron de tomarse las calles para exigir que los culpables de esa atrocidad sean condenados.
Esa memoria también está anclada a hechos menos violentos pero igual de aterradores como el sismo ocurrido cuando Cleo está de visita médica en el hospital, el incendio durante la fiesta de fin de año o la arremetida del mar durante el paseo familiar. Momentos en que la memoria y el mundo de los afectos se funden a través de imágenes en blanco y negro que evocan nostalgia y que recuerdan que el cine también puede ser poesía.
Cada imagen de la película muestra la prolijidad del trabajo fotográfico realizado por Cuarón, imágenes que evocan el mundo de maestros de la fotografía como el del brasileño Sebastião Salgado, donde la composición y el juego entre la luz y la sombra rayan en la perfección.
Lo otro es el inicio de la presencia de obras como estas que, sin ningún empacho, pueden ser consideradas grandes piezas del cine universal, en plataformas de televisión pagada como Netflix, espacio donde fue presentada el 14 de diciembre. A esto se suma el hecho de que la cinta ha activado la visita a espacios independientes que han logrado conseguir los derechos, entre ellos el cine OchoyMedio, donde se proyectará hasta finales de diciembre.
‘Roma’, un claro homenaje a las obras de directores como Federico Fellini y Luis Buñuel, ganó el León de Oro en la última edición del Festival de Venecia, obtuvo el tercer lugar en el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Toronto y es una de las candidatas a obtener el galardón a Mejor Película Extranjera en la próxima edición de los Oscar.
Todos estos argumentos son una prueba irrefutable de que los afectos, aunque los marxistas conservadores se encrespen, muchas veces superan las diferencias que hay entre clases sociales. Afectos que permiten que el espectador mire a esos otros no como esos seres distantes que están al otro lado de una pantalla sino como seres más cercanos.