Robin Williams, actor estadounidense. Foto: AFP.
El actor Christopher Reeve contó una vez que la primera persona que le hizo reír tras quedar parapléjico al caerse de un caballo fue Robin Williams. Cuando Reeve estaba todavía ingresado en el hospital, Williams se hizo pasar por un doctor ruso que quería practicarle una colonoscopia.
Ese era el terreno del actor: la risa para ocultar el llanto. Y, así, hizo reír a millones, aunque siempre arrastró un aire de amargura. La severa depresión en la que Williams estaba metido, finalmente, pudo más que la ficción de la comedia o del drama que también, y tan bien, interpretó. Asfixia por ahorcamiento, en circunstancias que refuerzan la tesis del suicidio (en espera del resultado de la autopsia): con un cinturón al rededor del cuello, informaron los forenses.
Según la OMS, más de 350 millones de personas de todas las edades sufren de depresión en el mundo. “En su forma más severa, puede conducir al suicidio”, lo que se traduce en una estimación de “1 millón de muertos por año”.
Para el profesor de Adictología y Psiquiatría, Michel Reynaud, existe un vínculo entre talento creativo, bipolaridad, depresión y adicciones. Según Reynaud, “entre un tercio y 50% de los adictos tienen depresión, y la mitad de los bipolares tienen problemas de adicción”. Y -agrega- las adicciones en sí mismas acarrean síndromes depresivos,
a menudo graves.
“¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!”, sollozaban las voces de los fanáticos de Williams, parafraseando a Whitman y a ‘La sociedad de los poetas muertos’. Era el saludo de respeto para Williams, quien brindó risas pero no escapó de la amargura.
Histrión consagrado a la comedia, un trabajo en el que según Gerson Guerra, actor del Teatro Malayerba, Williams se distinguía por su capacidad de crear y jugar consigo mismo y con su entorno. “Construía una comedia casi inocente”, dice Guerra sobre el trabajo de Williams, que incluso por momentos se acercaba al clown.
Sus fuertes inclinaciones hacia la comedia no lo limitaron a explorar otros terrenos. En el drama y la tragedia, Williams contaba con un registro tan versátil que no le costaba trasladarse de un género a otro, incluso en la misma escena.
Gran creador y artista, Guerra asegura que el público se podía identificar con un actor que ponía en escena a un ser humano profundo. “Llegaba a la emoción sutilmente, sin sobreactuaciones”. Así sintetiza Guerra el trabajo de un actor que dominó una técnica y creó una identidad propia.
La cartelera de The Laugh Factory, icónico escenario de la comedia, despidió a Williams así: “Robin Williams descansa en paz, haz reír a Dios’.