Golpeaba una y otra vez su cabeza contra el piso. La bebé de 9 meses había quedado acorralada bajo una losa. Eso fue lo primero que vio la subteniente Paola Cevallos al encender su linterna dentro del túnel de escombros que habían creado sus compañeros de la Fuerza de Tarea, del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil.
Por su delgada contextura, solo ella podía entrar por ese sombrío pasadizo que abrieron para rescatar a parte de los huéspedes del devastado Hotel Miami, ubicado en la parroquia Tarqui, la zona cero de Manta tras el terremoto.
“Solo pude poner mi mano en su frente y le dije: mi amor, ya no te golpees más, te voy a sacar lo más rápido que pueda”, recuerda la joven, quien fue parte de los 35 bomberos del primer grupo de avanzada.
Desde la noche del sismo, 202 bomberos porteños colaboraron con las tareas de salvamento en Manabí. Hombres y mujeres ayudaron en el rescate de 85 personas, entre sobrevivientes, heridos y víctimas mortales por el colapso de las edificaciones.
El primer grupo de apoyo partió a las 23:00 de ese sábado 16 de abril. A Cevallos, el viaje le pareció eterno, al igual que el tiempo que pasó dentro de casas y edificios arruinados, donde rescataron a cuatro personas con vida.
En el camino solo pensaba en su hijo Matías, de 3 años, a quien dejó con sus abuelos. Pero el reporte de una radio la acercaba al escenario: casas que ya no estaban, edificios que desaparecieron, familiares que buscaban desesperados a sus parientes desaparecidos…
Apenas llegaron a Manta, la madrugada del domingo, el teniente Christian Bautista cuenta que lograron librar a Benigno Arias, de 70 años. Su casa se desplomó pero logró sobrevivir porque se refugió a un costado de su cama.
También salvaron a la bebé de 9 meses, a su hermana, de unos 7 años; y a Vanessa, la madre de ambas. El padre no sobrevivió; la familia acababa de llegar de la playa cuando ocurrió el terremoto.
El teniente César León, comandante de la compañía 50 de la División de Rescate, viajó en un segundo grupo. Estuvo en Manta, Portoviejo, Pedernales; pero Bahía de Caráquez lo marcó.
Cuando su brigada llegó a esta localidad, uno de sus integrantes se desmoronó al ver el edificio de uno de sus tíos arruinado. Ahí encontraron un cadáver.
“Tú te entrenas para esto, pero es difícil cuando lo vives, cuando recorres lugares donde tienes amigos y ver que, simplemente, ya no están… Debimos sobreponernos, respirar y cumplir nuestra misión”, dice.
La Fuerza de Tarea de los bomberos de Guayaquil se creó hace 12 años. Está formada por rescatistas, paramédicos, especialistas en el manejo de materiales peligrosos y en la intervención en estructuras colapsadas.
Según normas internacionales, son grupos autónomos en el manejo de sus equipos y recursos, como indica León. Para la reciente emergencia solo debieron seguir las directrices de la Secretaría de Gestión de Riesgos, entidad que distribuyó a los grupos de rescate, nacionales y extranjeros, en las áreas prioritarias.
En Manta, una de las bases de los Bomberos de Guayaquil, la subteniente Cevallos arriesgo su vida para salvar a otros. Aunque la frustración también la golpeó cuando conoció a una pequeña de 6 años.
“Estaba sola. Me dijo que esperaba que sacaran a su mamá y a su hermanito del Hotel Miami. Pero yo sabía que allí ya no había nadie con vida”.
El último sábado, mientras caminaba junto a su pequeño hijo -con traje de bombero voluntario-, Cevallos contaba que esta será una historia difícil de olvidar. Y también lo será para su esposo, el teniente Javier Torres.
Estuvieron en la misma cuadrilla y para no sucumbir a los nervios hicieron un pacto: cuando uno de ellos entraba a alguna estructura, el otro se alejaba. “Era la única forma de soportarlo -dice Torres-. Si sentíamos llorar, llorábamos y volvíamos con más fuerzas. Pero aquí estamos, juntos”.