‘Dos nobles mongoles’ es uno de los dibujos en tinta hechos por Rembrandt alrededor de 1656-1661. Sus dimensiones son 45,1 x 60,3 centímetros. Foto: cortesía de: Trustees of the British Museum y el getty museum
A inicios del siglo XX, cubismo y fauvismo bebieron de las fuentes de la imaginería africana -llevada a Europa, principalmente como consecuencia del expolio colonial- y dieron un vuelco al arte occidental. De hecho, esta historia, ya manida de tanto haber sido contada, de Picasso inspirándose en máscaras provenientes de distintos sitios de África para gestar las imágenes deconstruidas, de ángulos imposibles y perspectivas incompatibles, que se inauguraron con ‘Les Demoiselles d’Avignon’, es familiar. Pero tres siglos antes, una historia y un contacto poco difundidos tuvieron lugar entre Rembrandt y los pintores mogoles, de la India, para dar cuenta de cómo vienen ocurriendo y funcionando los ‘contagios’, es decir, los diálogos interculturales, en materia de arte.
Una reciente exposición en el Getty Museum, de Los Ángeles, ‘Rembrandt and the inspiration of India’, volvió a activar la pertinencia de la conversación alrededor de las influencias de ida y vuelta -esas mareas incontrolables de ideas, talentos y personas-, que han estado presentes a lo largo de toda la historia de la humanidad. Aunque esta no es la primera muestra que tiene lugar a propósito de las copias que hizo el pintor holandés de las obras de los pintores del imperio mogol, sí se distingue por el énfasis puesto en la cualidad de este diálogo entre oriente y occidente; hoy más necesario que nunca, en diferentes ámbitos.
La primera noticia que se tiene de este álbum de dibujos, realizado por Rembrandt, data de 1747, cuando salió a la venta como parte de las pertenencias del retratista británico Jonathan Richardson. Ya en ese momento, una subasta que incluyera obras de autoría de Rembrandt Harmensz van Rijn (1606-1669), conocido por sus magníficos campos holandeses, escenas bíblicas impregnadas de dramatismo o retratos suyos mientras trabajaba, era todo un acontecimiento.
Aproximadamente un siglo antes de que esa subasta tuviera lugar, los dibujos llegaron a Holanda provenientes de la oficina comercial holandesa en Surat, India, y son un testimonio de la magnificencia y riqueza de la India mogol. Los orígenes de la dinastía mogol llegan hasta Gengis Khan (siglo XIII) y el guerrero turco-mongol Timur.
En adelante, este linaje se caracterizó por su bibliofilia, como recoge Catherine Glynn en su artículo ‘Obras maestras mogoles en las manos de Rembrandt’, lo cual explica la profusión de libros ilustrados y álbumes que se produjo bajo su reinado.
En su texto, Glynn hace un preámbulo para enfocar la atención en las cruciales relaciones artísticas sostenidas entre sí por sociedades premodernas, como las del Mundo Clásico o los imperios islámicos, por mencionar solo dos; tan importantes como las relaciones de comercio o las rutas de viaje. Relaciones de las cuales aún hoy se escuchan algunos ecos.
Las obras que llegaron a manos de Rembrandt fueron producidas en los talleres del imperio mogol de mediados del siglo XVII, liderado por el emperador Jahangir y su hijo Shah Jahan. Los dibujos, es decir, las reproducciones, que hizo Rembrandt representan a los emperadores Akbar, Jahangir, Shah Jahan y sus herederos. El pintor holandés realizó estas copias en el mismo período en el que pintó algunas de sus obras cumbre, como ‘Isaac y Rebeca’ o ‘Los síndicos’.
Durante aproximadamente un siglo, la función y posición de las pinturas mogoles dentro del entorno creativo de Rembrandt han sido motivo de estudio, de acuerdo con el artículo que William W. Robinson publica en el catálogo de la muestra. ¿Qué propósito tuvieron para su arte y si aportaron de alguna manera al mismo?, son dos de las preguntas más frecuentes que se hacen alrededor de estos dibujos.
Un punto interesante es que ni la madurez ni el reconocimiento en el oficio impedían que un maestro como Rembrandt continuara con la práctica de la copia (como lo hacía todo principiante), pues esto, como explica Robinson, le permitía, por ejemplo, registrar imágenes que no tenía a la mano.
Rembrandt, de hecho, a lo largo de su vida también copió obras de Leonardo (‘La última cena’), Rafael o Andrea Mantegna; en esos casos, se sabe que lo hacía interesado más que nada en captar detalles como accesorios, expresiones faciales o vestimenta. Algunos de sus estudiosos sugieren que su interés en las miniaturas mogoles radicaba también en la oportunidad que le daban de incorporar esos ricos vestidos y lenguaje corporal a las pinturas de motivos bíblicos del holandés; aunque, hay que señalar, que desde mucho antes de que realizara estas copias, él ya había adoptado elementos asiáticos en la forma de vestir en sus personajes de este tipo.
Algunos de los retratados con absoluta exquisitez en estas miniaturas, que llegaron a manos de Rembrandt, eran en el momento verdaderos ‘dueños’ del mundo, con capacidad de contratar artistas para que pintaran sus vidas y de esta manera lograr que sus historias recorrieran el orbe. El contexto de producción de estas obras se encontraba completamente institucionalizado y su entramado era complejo. Los talleres estaban compuestos por fabricantes de papel, encargados de los pigmentos, bruñidores de papel y pigmentos, expertos en la aplicación de láminas de oro en los manuscritos, pintores virtuosos y de renombre, además de encuadernadores.
En la introducción del catálogo que acompaña la muestra -escrita por Stephanie Schrader-, se apunta a cómo el ojo crítico y la atenta curiosidad del holandés volcados a las convenciones plásticas que muestran los retratos de los pintores mogoles siguen cautivando espectadores en la actualidad. Un dato a tomar en cuenta es que Rembrandt no era el único pintor en Ámsterdam que copiaba a los mogoles. Willem Schellinks, por ejemplo, pintó cuatro óleos tomando como referencia obras del imperio mogol.
La importancia de este álbum reside en que abre interrogantes sobre el intercambio artístico global, tan común hoy; pero de ninguna manera nuevo, pues como lo comprueba el trabajo de Rembrandt la práctica viene de atrás. Los álbumes que llegaron a sus manos seguramente fueron regalos hechos a algún comerciante holandés o a un oficial de ese país por parte de algún noble mogol; los regalos de este tipo eran parte de las fórmulas de cortesía de dicha sociedad.
Como señala Glynn al final de su artículo, estas fueron algunas de las primeras obras del imperio indio introducidas en Europa y constituyen la evidencia del intercambio diplomático y comercial a los más altos niveles entre ambas sociedades. “Cuando Rembrandt las vio se sintió inspirado a capturar su calidad. Y sus dibujos confirman el reconocimiento que hubo de su parte de estar frente a obras maestras provenientes de una cultura completamente diferente; es el testimonio de un pintor perteneciente a una época dorada del arte rindiendo homenaje a otra época de oro en el otro lado del mundo”.