Jair Bolsonaro, presidente de Brasil (centro), profesa la fe evangélica. En varias ocasiones ha dicho que la sociedad brasileña debe guiarse más por la Biblia. Foto: AFP
Un puñado de hombres de edad adulta, vestidos de traje y corbata, están reunidos en medio de un pasillo. Todos tienen sus ojos cerrados y sus manos, con las palmas abiertas, extendidas hacia el cielo. Cada uno recita un versículo del Antiguo Testamento. Hablan de vasijas llenas de trigo, días consumidos por las langostas y de otros en los que se abrirán las aguas para permitir su paso.
La postal, típica de una mañana de domingo en una de las miles de iglesias evangélicas que existen en Brasil, apareció el 17 abril del 2016, en uno de los pasillos del Palacio Nereu Ramos, donde sesiona la Cámara de Diputados.
Aquellos hombres de traje y corbata fueron parte del grupo de senadores evangélicos que, ese día, votó a favor del juicio político contra Dilma Rousseff.
El registro de esta imagen es parte del documental ‘Al filo de la democracia’, de Petra Costa, una producción de Netflix que muestra, desde una visión crítica y personal, la división de la sociedad brasileña tras los gobiernos de Lula Da Silva y Rousseff y el arribo al poder de Jair Bolsonaro, primer presidente evangélico de Brasil. El documental también es una invitación para pensar sobre el papel de la religión en la toma de decisiones de los políticos latinoamericanos.
Los preceptos religiosos en los discursos y las decisiones de los políticos de la región siempre han estado presentes, a pesar de la existencia del laicismo. Si bien a inicios del siglo XX se logró establecer una independencia entre el Estado y las organizaciones religiosas, en el caso del Ecuador, el catolicismo ha estado presente a través de los partidos políticos, como aquellos afiliados a la doctrina europea de la democracia cristiana.
En Latinoamérica, tras la pérdida de la influencia del catolicismo en los Estados laicos, religiones como la evangélica y la pentecostal tomaron la posta. Sus pastores son ahora los que se codean con las esferas más altas del poder y ocupan cargos públicos. Su presencia en el mundo de la política se sustenta en la Teoría de la Prosperidad, en la que se pregona que las donaciones a causas religiosas aumentarán la riqueza material del donante.
En ‘Iglesias evangélicas y el poder conservador en Latinoamérica’, un informe del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), se explica que los rasgos de la participación política de estos grupos se caracterizan por sus posturas ultraconservadoras en relación con la familia y las libertades sociales; por su defensa del neoliberalismo; por su gran capacidad económica ligada a sus feligreses; y por su despliegue mediático, a partir del manejo de sus propias emisoras, canales de televisión y periódicos.
Bolsonaro, un católico que se rebautizó como evangélico en las aguas del río Jordán, es uno de los políticos que más habla de posibilidad de la prosperidad individual en la Tierra. En sus discursos sostiene que Brasil es un país laico y al mismo tiempo dice que está trabajando junto a los pastores evangélicos para teocratizar la nación, con el objetivo de dar a la Biblia la misma importancia que a la Constitución.
El Presidente de Brasilno es una excepción a la regla. Las postales de mandatarios que están ejerciendo su poder cobijados por la fe que profesan se han vuelto cotidianas en el último año. Por ejemplo, cuando asumió el cargo Jeanine Áñez, actual presidenta de Bolivia, lo hizo con una Biblia en la mano y exclamando “¡Dios ha permitido que la Biblia vuelva a entrar a Palacio!”.
Algo parecido sucedió con Nayib Bukele, presidente de El Salvador, cuando hace unas semanas ingresó al Parlamento rodeado de policías y militares. Se sentó en la silla presidencial y ordenó el inicio de la sesión “amparado en un derecho divino” y acto seguido se entregó a una oración. No es un secreto que durante su campaña presidencial y los primeros meses de su mandato ha contado con el apoyo explícito de las iglesias evangélicas salvadoreñas.
Una de las últimas postales de un político anteponiendo su fe al raciocinio que necesita la administración la protagonizó Manuel López Obrador. Hace unos días, en una rueda de prensa a propósito de la emergencia sanitaria por el covid-19, el presidente de México dijo que la mejor defensa contra la pandemia es la honestidad y las dos estampas de santos que sacó de sus bolsillos.
Los discursos de los políticos muchas veces están acompañados de la idea mesiánica que tienen de sí mismos, incluso en el caso de que no profesen su fe de manera pública. Antes que servidores públicos creen en que están en su cargo porque son una especie de ‘salvadores’ de sus votantes. Así se refleja en el documental de Petra Costa, en un pasaje en el que Lula Da Silva da un discurso frente a una multitud, antes de ser enviado a la cárcel.
Con micrófono en mano, Lula suelta un discurso que genera lágrimas y gritos de los asistentes: “Es inútil creer que todo acabará el día que el corazón de Lula deje de latir. Es una tontería porque mi corazón seguirá latiendo en los corazones de ustedes y en millones de corazones más”.
En la siguiente escena, el expresidente de Brasil protagoniza una de las estampas más populares de la política latinoamericana: es cargado en hombros, cientos de personas intentan tocarlo, mientras él posa su mano en la cabeza de los que han logrado llegar a sus pies. Nuevamente el ‘pastor’ unido a su ‘rebaño’.
Fuera del mapa latinoamericano, la política está llena de ‘pastores’ deseosos de seguir señalando el camino a sus ‘feligreses’. Los hay en Estados Unidos, Oriente Medio y Europa. Uno de los nuevos ‘predicadores’ es el presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien hace unos días remitió a la Cámara de Diputados las enmiendas constitucionales, que serán votadas el 22 de abril. Entre ellas se destaca la inclusión de la figura de Dios. La propuesta la hizo Kiril, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa.