La disrupción se puede aprender

Javier González posa en la Universidad de Guayaquil, donde trabaja. También es docente en ingeniería e investigador de la Universidad Católica de Guayaquil desde hace 21 años. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

Javier González posa en la Universidad de Guayaquil, donde trabaja. También es docente en ingeniería e investigador de la Universidad Católica de Guayaquil desde hace 21 años. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

Javier González posa en la Universidad de Guayaquil, donde trabaja. También es docente en ingeniería e investigador de la Universidad Católica de Guayaquil desde hace 21 años. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

Javier González aplica el concepto de disrupción a la orientación de planes de vida de adolescentes a través de su emprendimiento social Vida disruptiva. Funge como mentor de jóvenes desde hace 20 años, también en el campo del emprendimiento personal. Aquí desglosa las claves de lo disruptivo.

¿Qué es la disrupción?

En términos generales se refiere a una ruptura brusca, a un quiebre súbito, significa romper con los patrones o los esquemas que la sociedad adopta como normal. Cuando hablamos de un producto, comportamiento o escenario disruptivo estamos hablando de algo del todo diferente, desconocido hasta entonces y que normalmente a la gente le puede costar aceptar. Cuando la gente empieza a aceptarlo, lo que fue disruptivo se convierte en lo normal o lo natural.

¿Se trata de desordenar o alterar lo establecido para imprimir un nuevo orden?

Steve Jobs decía que la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo muestran. Eso nos va dando un poco la idea de cómo es un pensamiento disruptivo. Jobs nunca utilizó la palabra pero aplicaba el concepto. En materia de nuevos productos se refiere a un enfoque funcional, pero también a un vínculo sentimental, emocional.

¿El concepto no necesariamente es nuevo, por qué cree que toma un nuevo vuelo a partir de la Cuarta Revolución Industrial?

Porque estamos esperando y demandando cada vez más novedades tecnológicas. Y porque bien o mal nos hemos hecho muy dependientes de la tecnología, los consumidores están cada vez más ávidos de adelantos y ejercen presión sobre los grandes fabricantes, a los que retamos a seguir sorprendiéndonos. Lo disruptivo se convierte entonces en lo deseable, es algo demandable.

¿Parece que queremos todo más fácil e inmediato?

Claro, ello trae de la mano algo que se llama comodidad, nos hemos vuelto también más cómodos. El diseño de los productos y servicios actuales siempre va enfocado con esa variable, con esa pregunta: ¿cómo puedo volver la vida de las personas más cómoda? Entonces hay aplicaciones que te traen la comida o el taxi a la puerta de la casa, o se convierte en un éxito la programación audiovisual por demanda...

¿Lo disruptivo ha moldeado entonces todo un nuevo estilo de vida?

En el campo tecnológico y de los servicios ha modificado nuestra forma de pensamiento, nuestro comportamiento y lo que queremos. Y tiene mucho que ver con la experiencia placentera o de comodidad que las personas pueden experimentar al momento de gozar de un servicio o de relacionarse con un producto.

¿La disrupción invita a ejercer la creatividad con un enfoque de época?

La creatividad es el punto de partida. Para poder crear productos y servicios disruptivos la imaginación no debe tener límites, si le empezamos a poner límites empezamos a sujetarnos a lo que un grupo social pueda o no querer, a una regla, a algo preestablecido.

El verbo innovar significa mudar o alterar algo, introduciendo novedades. ¿Qué diferencia encuentra entre innovación y disrupción?

Hablar de innovación no es lo mismo que hablar de disrupción, desde mi punto de vista. Cuando se habla de innovación se implica cambios incrementales y mejoras sucesivas a algo que ya existe, como la batalla que vemos cada año ahora, con las mejoras de los teléfonos celulares, que han estado innovando en los últimos años. En cambio, disrupción es presentar al mercado un producto o servicio que hasta la fecha la gente desconoce, para que de a poco lo vaya aceptando y ese producto deje como obsoleto a uno que ya existía.

¿Es decir, la disrupción ya no se conforma solo con las mejoras graduales?

Cuando hablamos de innovación nos referimos a mejoras incrementales, que se van dando cada cierta cantidad de tiempo, pero que son fácilmente copiables, esa es la diferencia. El caso de disrupción más estudiado a nivel empresarial es el iPod, que dejó obsoleto al Discman, y luego el iPhone. Desde entonces hasta ahora ha existido innovación, más cambios o mejoras incrementales, que disruptivas. Y creo que está bien que las empresas apunten a la innovación, pero no deberían quedarse solamente allí.

¿Algún otro ejemplo empresarial paradigmático?

Little Miss Matches, una compañía que se cuestionó por qué las medias tenían que venderse en pares, planteó al mercado de Estados Unidos que las medias de las niñas podían venderse de manera impar y así no había problema si se extraviaba o dañaba una de ellas. Se reveló contra la forma de comercialización convencional y comenzó a vender medias para niñas en paquetes de 3, 5, 7 y 9. Todas las medias son diferentes pero combinan con las de su paquete.

¿Ahora, tendemos a pensar lo disruptivo como algo deseable, pero no siempre romper con lo establecido se entendió así?

De hecho, hay campos como la educación y la pedagogía o campos como la psicología o la psiquiatría en los cuales la disrupción habla de un problema. El comportamiento disruptivo en el aula, por ejemplo, se asocia con patrones de conducta dañinos, en psicología hablamos de conductas disruptivas cuando estas pueden denotar incluso alguna patología. Y si no se asocia con un producto disruptivo, puede pensarse que estamos hablando de rebelión, de hacer algo contrario a las reglas... Para las generaciones actuales hablar de disrupción suena más natural.

¿Por qué cree se ha convertido en un concepto clave para definir la contemporaneidad?

En mi generación tuvimos que adaptarnos a los cambios tecnológicos. Los mileniales y centeniales -que hoy tienen hasta 21 años-, son nativos tecnológicos, están abiertos a los cambios bruscos en esa materia. Y pienso además que las generaciones actuales están buscando diferenciarse con respecto al pasado y a las generaciones anteriores. Están ávidos de productos nuevos, de conceptos y nuevas ideas, por allí va enraizándose más lo que es la disrupción.

¿En qué medida lo disruptivo es un ejercicio de anticipación?

Todos los negocios deberían tratar de poder diseñar productos o servicios que marquen un factor diferenciador del resto, anticipatorios. A veces no es tan bueno confiar solo en las necesidades actuales, pero la idea también es ver hacia al futuro, por dónde se pueden trazar nuevos caminos y por dónde se puede invitar a las personas a transitar por opciones que ni siquiera sabían que existían. La clave también es descubrir los problemas que se mimetizan en la inercia de la normalidad.

¿La idea es cuestionar lo convencional para brindar una solución inesperada?

Correcto, cuestionamiento es el primer paso. A veces el problema es que asumimos el problema como normal.

¿Se puede aprender a ser disruptivo?

No solo los genios o las personas con un altísimo coeficiente intelectual pueden llegar a diseñar productos o servicios disruptivos. Hay metodología de pensamiento disruptivo y pensamiento basado en el diseño, son destrezas que se pueden entrenar y adquirir.

¿Se puede aplicar la disrupción a nivel personal?

Es lo que intento hacer con el emprendimiento social llamado ‘Vida disruptiva’, en el que trabajo con jóvenes en laboratorios de emprendimiento, por ejemplo. Y también se puede aplicar a la vida personal. Si nos ponemos a pensar, Jesucristo fue uno de los primeros grandes disruptores de la historia. Tuvo el valor de plantear principios válidos aún para los ateos, que cambiaron a la sociedad. Y provocó una ruptura y una revolución ideológica, humanística, que se mantiene hasta el día de hoy.

¿Y cómo sería un estilo de vida disruptivo?

Promueve que las personas puedan ser un poco más libres, independientes, la libertad verdadera del ser humano, y no necesariamente buscar ser una fotocopia de los demás.

Javier González

(Guayaquil, 1974) Es ingeniero en sistemas computacionales, máster en gerencia educativa y en dirección comercial, candidato a doctor en administración estratégica de empresas por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se desempeña como docente universitario y consultor empresarial. Dirige desde octubre la carrera de Turismo de la Universidad de Guayaquil.

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