Izquierda: Jóvenes rompen una cámara de seguridad en la estación del metro de Los Héroe, en Chile. Derecha: Manifestantes usan vallas en Barcelona cerca de un cuartel policial durante el paro general.
Hacer de Cataluña una nueva Hong Kong. Es la premisa que circula en redes sociales durante estos días en esa región española. Nadie explica en estos reducidos mensajes los detalles de la movilización asiática, conocida en el 2014 como la Revolución de los Paraguas, para reclamar una mayor autonomía política respecto de China.
Lo que resalta el monstruo sin cabeza en que se ha convertido para la Policía española el movimiento Tsunami Democrático es cómo subieron de tono las protestas hongkonesas. Casi dos meses después de que manifestantes y activistas compraran pasajes de avión a bajo costo solo para poder acceder a la sala de embarque y paralizar la terminal aérea de la excolonia británica, una de las más congestionadas del mundo, en Barcelona se distribuyeron a través de aplicaciones encriptadas miles de pases de abordar falsos, con la finalidad de hacer lo mismo con el aeropuerto El Prat.
Pero esta es de las acciones más ‘inocentes’, por llamarlas de algún modo, dentro del fenómeno de las guerrillas urbanas, que se ve globalizado y fortalecido en estos días de comunicación instantánea e intercontinental a partir de la ‘social media’.
Ya no estamos hablando del personaje que describía el marxista Carlos Marighela en su ‘Minimanual del Guerrillero Urbano’ en 1969: ese bien entrenado en el uso de armas, con un excelente estado físico y con un entendimiento político basado en lecturas como ‘La Guerra de Guerrillas’, del Che Guevara. Se trata de personas de diversos ámbitos identificados a sí mismos como antisistema, y que si bien echan la culpa a la derecha de todos los males de la sociedad, no se identifican como miembros formales de ningún partido político.
Su libro de instrucciones proviene de Black Bloc (Bloque Negro), una táctica de manifestación en la que los participantes llevan ropa negra para evitar ser identificados por las autoridades y formar una masa compacta sin rostro visible, pero capaz de causar daño a la propiedad y al patrimonio.
Empezó en 1981, durante unas protestas en Berlín. Según recuenta la Revista Española de Ciencia Política, se convirtió en una forma de mostrar rechazo en las cumbres de organismos multilaterales, como el Banco Mundial, luego de que en 1999 manifestantes vestidos de negro y con máscaras destrozaran en Seattle ventanales de bancos y de multinacionales, durante una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Dicha estrategia se ha replicado en protestas tan grandes como la de Brasil en el 2013 -contra el alto gasto y endeudamiento por la organización del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos– y la de París en el 2018, tras la convocatoria a la marcha por el 1 de Mayo.
Ningún reportaje hasta ahora ubica a un líder o ideólogo a quien atribuir planes o acciones; de hecho, la emblemática máscara de Anonymous aparece en muchas imágenes junto a barricadas en las calles. Y a lo mejor esa se convierte en una de sus mejores armas.
A nadie se lo puede juzgar penalmente por el panfleto reenviado a miles de usuarios actualmente en Cataluña, que invita a la violencia argumentando que la protesta pacífica difícilmente llega a algo, y que “filósofos pagados por los Estados publican libros para cambiar los gobiernos de los países de forma ‘no violenta’, llevando al ridículo la expresión de revolución. Pues de esta manera no se quiere acabar con el sistema capitalista, sino con el político de turno para poner a otro aún más cruel”.
De todos modos, la lectura de este tipo de documentos lleva a pensar que detrás de ellos no hay improvisados. Explicar la elaboración de una bomba molotov como si fuera una receta de sopa de fideos denota tanto conocimiento como la asesoría exprés sobre qué debe hacer alguien que es detenido y acusado de terrorismo.
Esa capacidad de dispersar objetivos de ataque, para que las fuerzas del orden no sepan por dónde empezar, y de mimetizarse en la población civil para armar barricadas con el diseño perfecto para atacar y autodefenderse son la aplicación en el siglo XXI de lo que dijo Mao Zedong sobre qué debe hacer un ejército: “moverse entre la gente como un pez en el agua”. Todo un rompecabezas para los servicios de Inteligencia de los países que hemos vivido protestas violentas…