Ernesto Carrión posa junto a la ribera del río Daule, en el sector de Samborondón. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Ernesto Carrión ha convertido a la ciudad en otro personaje de su obra. En esta charla habla de sus contrastes.
¿Cómo definiría al Guayaquil de los últimos 30 años?
Creo que Guayaquil siempre ha sido una ciudad de contrastes. Tiene esta idea de progreso, con la que uno está de acuerdo, pero también está llena de contradicciones y polaridades. Guayaquil no puede progresar a costa de sepultar su pasado y su identidad. Los escritores y artistas son los que llenan de contenido la identidad de un lugar y acá no existe la casa de Medardo Ángel Silva, una escultura a David Ledesma o una de Ileana Espinel, pero sí hay una del Che Guevara. Parecería que todo lo que tiene que ver con arte y cultura no está conectado con un puerto, que piensa solamente en el progreso vinculado al dinero y al bienestar económico.
¿Cómo se ha construido históricamente la relación entre el Guayaquil de la no ficción y el Guayaquil literario?
Un punto de partida para entender esta dinámica es la faceta de cronista que tuvo Medardo Ángel Silva. En estos textos él no habla de la ciudad a la que todos salen a pasear sino de la ciudad nocturna y entre comillas peligrosa. Esta idea de que hay dos ciudades va a continuar de generación en generación. Por un lado, va a estar presente la ciudad que atrae a la gente de otras provincias y que se está transformando todos los días y, por el otro, la ciudad que está siendo sepultada. En este contexto, la mirada del escritor guayaquileño siempre ha estado un poco divorciada de la ciudad comercial y turística y, en general, de todo lo que pretenda, de alguna forma, engalanarla.
¿Cuál fue el papel de José Joaquín de Olmedo en la construcción de estas dos ciudades ?
Para mí, José Joaquín de Olmedo está ligado a la idea de independencia y a la idea del poeta prócer. En su caso es imposible desvincular la figura política de la figura literaria. Me parece que la literatura que empieza a mostrar ese otro Guayaquil es la modernista. Luego pienso en poetas como Ledesma o Espinel, que fueron parte de clubes de poesía, o de Jorge Velasco Mackenzie y Sonia Manzano. Creo que en la actualidad hay una fuerte presencia de autores guayaquileños no solamente por la represión de la que ha hablado Leonardo Valencia en una entrevista, sino también porque el escritor acá siempre ha estado desplazado. Nunca se ha llevado con los centros de poder. Viéndolo así, no es complicado que los escritores se interesen por indagar en otras esferas de la ciudad.
¿En qué medida el Guayaquil literario es un espejo del Guayaquil de la no ficción?
Aquí entra en juego algo importante que es el no poder escapar del realismo. Creo que ha sido difícil pedirle a los escritores guayaquileños que no se metan con una ciudad que viven a diario. En mi caso he tenido la fortuna de vivir en varias partes de Guayaquil y eso ha permitido que en mi literatura eche mano de una ciudad que para mucha gente ya no existe. Todos hemos visto cómo el Guayaquil industrial ha crecido y el otro Guayaquil ha luchado por no desaparecer. Pensemos en la poesía de Jorge Martillo o en el libro ‘Crónicas para jaibas y cangrejos’, de Dalton Osorno, en el que aparece la calle Salinas, donde funciona el barrio de tolerancia. Para mí, siempre ha existido un Guayaquil dentro de otro Guayaquil o quizás son varios.
¿El Guayaquil de la no ficción y el Guayaquil literario se han transformado a la par o cuál se ha quedado estancado?
Creo que al final el realismo de Guayaquil excede a la ficción de ciertos autores guayaquileños y eso nuevamente tiene que ver con ese deseo de los escritores de perpetuar algo que está siendo arrasado. El ‘Libro flotante’ de Valencia sucede en Urdesa, el barrio donde él creció. Ese es un claro ejemplo de que el escritor guayaquileño busca recuperar los espacios en los que ha vivido. En ‘Incendiemos las yeguas en la madrugada’ echo mano del sur de Guayaquil, que es un lugar de la ciudad donde viví hasta los 21 años. También están novelas como las de Fernando Itúrburu, cuya geografía se extiende hasta Durán, o ‘Tatuaje de náufragos’, que sucede en la zona del bar Montreal, donde antes iban los escritores. Es evidente que lo que Velasco Mackenzie hace en esa novela es un intento por recuperar aquel espacio de su vida que ya no existe.
¿Entre el Guayaquil de la no ficción y el Guayaquil literario con cuál se queda y por qué?
Me quedo con ambos porque no pueden funcionar el uno sin el otro. La literatura es un poco ese ejercicio de atrapar lo que no se puede quedar con uno, o sea el tiempo, la gente y los afectos. Creo que si muchos escritores no hubieran vivido la frivolidad del progreso, no habrían sentido la necesidad de recuperar ese Guayaquil que está desapareciendo.
Ernesto Carrión
Nació en Guayaquil, en 1977. Es escritor. Tiene una maestría en Guiones de Cine, TV y Dramaturgia, por la Universidad Autónoma de Madrid. En el 2017 ganó el Premio Casa de las Américas. Su próxima novela es ‘La carnada’, que será publicada por Seix Barral.